A modo de introducción diré que varios comentarios de los que fueron mis alumnos del
IES María Moliner de Zaragoza al artículo de este blog titulado “El miedo a
enseñar” han inspirado este escrito. Nadie
como ellos pudieron experimentar cómo, a veces, la relación entre alumnos y profesores
puede verse distorsionada si no se
tienen en cuenta, por parte de todos, una serie de factores relacionados con la
sensatez y principios inamovibles de
educación básica que, como se suele decir, solo “se maman en casa”, pero se
desarrollan también en la escuela.
En estos complicados momentos de todo tipo que estamos
viviendo, también en educación, en
nuestro país, se está empezando a ver una cierta animadversión (aunque
personalmente pienso que siempre la hubo) hacia la enseñanza pública. Y eso no
es patrimonio de izquierdas ni derechas, sino más bien el resultado de la continuada aplicación interesada de normas educativas, o la falta de ella,
junto a la mediocridad gestora en asuntos educativos de casi todas las comunidades españolas. No es
momento, creo, de sacar trapos sucios de
antaño o de resucitar el ya viejo complejo, por ambas partes, de señalar la
mayor o menor calidad en la enseñanza definiéndose hacia lo privado o lo público. Conozco buenos,
malos, y regulares profesores en todos esos ámbitos educativos, por lo que la
transmisión de conocimientos puede estar en igualdad de condiciones académicas
en los dos sistemas. Por eso es necesario mirar en qué sentido, en otro,
nos tomamos las funciones y necesidades
docentes de cara al alumnado. Si esa transmisión de conocimientos puede ser
semejante, a grandes rasgos, entre los estamentos privados y públicos, ¿a qué
es debido que en la educación pública se den, o se conozcan mejor, más casos
del denominado “fracaso escolar”? La respuesta podríamos encauzarla hacia el
conocido estribillo de que en la pública está acumulada la mayoría de alumnado
con deficiencias académicas, de origen extranjero o de tipo étnico, por lo que las
condiciones de partida no son uniformes, y por tanto eso significa un hándicap importante para obtener un deseado “éxito
educativo”. Pero no puede ser el único motivo.
La experiencia del docente en centros públicos de secundaria
suele ser muy diversa. No es lo mismo dar clases en un instituto de una zona
burguesa y pudiente, que en uno de barrios marginales y conflictivos. ¿Para qué
entonces querer publicar, como ahora se pretende, listas de centros con
resultados académicos para que los padres tengan una referencia antes de
matricular a sus hijos? La decisión de un padre responsable está clara,
¿no? Pero aun en los centros difíciles
es posible ejercer la profesión docente con dignidad, sin agachar la cabeza, o
ir atemorizados a enseñar. Reconozco que hay momentos duros y difíciles, pero
se puede. ¿Cómo? Pues entendiendo que “enseñar” no es solo la transmisión de
conocimientos tradicionales. En los primeros años de la LOGSE hubo muchos
compañeros profesores que se resistían, y aún lo hacen, a ser denominados “educadores”,
como si eso fuera una degradación en su ejercicio profesional. Muchos no
entendían que ser “profesor”, que no “recitaconocimientos”, es mucho más que lo que habitualmente estaban
acostumbrados a hacer. Los más abiertos a acercarse a posturas de moderno
enseñante progresista (no hay nadie que se autodenomine otra cosa en
ningún centro educativo) cayeron en la
seductora argucia intelectual de considerarse como “muy tolerantes” con
el alumnado, y en especial con los que no cumplen con las más mínimas normas de
convivencia, sin pensar que eso de la tolerancia lleva implícita una componente
de superioridad que en absoluto es justa para con los demás, sean adultos o
adolescentes.
Y es ahí donde varios
de los comentarios que antes citaba de mis antiguos alumnos, expresándome su agradecimiento durante los
años que trabajé en el IES María Moliner de Zaragoza, se articulaban no hacia los muchos o pocos conceptos, teorías,
problemas, o postulados geológicos y biológicos que les pude haber enseñado,
sino por haber, dicen con mucho sentimiento, ayudado a educarles en el respeto. Reconozco con orgullo que eso no es algo que haya oído
muchas veces en mi ya dilatada trayectoria docente, pero después de reflexionar
mucho sobre esa consideración, pienso que el no ejercer la tolerancia, en el
sentido antes expuesto, es algo bueno y
constructivo, en lo que a educación se refiere. Estoy totalmente convencido que
el respeto a personas e ideas (si son respetables) es capaz de estrechar muchos
más lazos de unión y amistad que actitudes pseudoprogres de falsa tolerancia
que no encubren nada más que
sentimientos frustrados de vivencias deseadas pero no ejercidas. Seguramente mi
falta de tolerancia habrá sido considerada por más de uno como dureza o
inflexibilidad; es posible que el obligar a respetar haya sido tomado como una
imposición por algunos; y que el
propiciar un buen ambiente de trabajo en clase se considerase como un orden
trasnochado y carente de sentido en una sociedad tan “tolerante” con casi todo.
Pero, la verdad, no me arrepiento, sean los que sean los resultados “académicos”
que se consiguieran, que siendo importantes para muchas opciones de vida, no
los considero los únicos fundamentales
en la formación personal. Creo que es la mejor manera, la única en mi caso, que
tengo de enseñar, de educar, en el sentido más profundo del término. Suelo
agradecer muchísimo cuando me encuentro con un alumno por la calle que, sin
decir nada antes, me recita de inmediato algún concepto que les enseñé en su día, pero
eso suele preceder a un entrañable saludo que se acompaña con frases que
reflejan una idea de alta valoración de
la relación a la que llegamos, sin tolerancia, sin miedos, pero con mucho
respeto mutuo.
Enrique me siento reconocido en todo cuanto dices y que comparto totalmente. Siempre he pensado que no era ni honrado ni eficaz tratar a los alumnos como " coleguis" y que, a la vez, la autoridad debía de provenir de lo que significa profundamente, es decir, que emana del respeto, la competencia y la exigencia sin engaños como medio de formar no solo en conocimientos sino en el esfuerzo por conseguirlos y alcanzar la satisfacción de saberse capaz de lograrlos. Claro que esto en algunos casos no parecía que daba los frutos deseados inmediatamente y además disfrutar de las simpatías y agradecimiento de todos. Pero, como señalas, al final compruebas que algo de tí permanece en aquellos que guardan un recuerdo amable y agradecido de quien trató de enseñar y educar.
ResponderEliminarJosé Antonio Sánchez
Gracias José Antonio por tu comentario. Estaba seguro que estarías de acuerdo, pues vivimos juntos muchos de los momentos más críticos del instituto.Y he de reconocer que aprendí de tus formas y maneras de tratar como personas a los alumnos muchas de las habilidades docentes que he desarrollado durantes estos años de mi vida laboral.Por eso creo que podemos estar bien tranquilos, a pesar de todo el episodio final, de nuestro legado en el María Moliner. Nos dejamos la piel, y fueron unos años difíciles de olvidar. No nos venció la situación y por eso nos hizo más fuertes.Y de "nuestros chicos", pues había gente maravillosa,siempre nos quedará un buen sabor de boca. Un abrazo...
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