¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Geólogos y clima.


    


     ¡Qué difícil resulta hoy en día decir algo de cualquier tema que se separe  de lo políticamente correcto o de lo que diga la marea de opinión predominante! Y más cuando se trata de  temas relacionados con la ecología o  el medio ambiente. Parece que esa disciplina no admite ninguna opinión o crítica a la firme y mediáticamente establecida. No se trata de ser disidente  porque sí, o por llevar tozudamente la contraria. Se trata de querer y poder expresar de la manera más honesta, y con base científica,  una serie de datos y conclusiones contrastadas que no se acercan mucho a lo que desde los medios y  algunas instituciones políticas quieren que sea la información única y monolítica que se debe tener para  sentirse progresista sin tacha alguna, buena gente, solidarios, respetuosos con el entorno, y me atrevo a decir aún más, a no parecer  un reaccionario. Sí…, es muy difícil.

       Es tan difícil como  encontrar a alguien que no se haya enterado todavía de que se está produciendo el inicio de un cambio climático en el planeta. La machacona  información en los medios respecto a la necesidad de hacer algo en contra de actitudes  humanas que son las causantes de un incremento desmesurado del efecto invernadero por una mayor emisión antropogénica de gases, sobre todo el dióxido de carbono, el CO2 , es algo que asusta, aturde, cuando no aterroriza, a una multitud de bien pensantes que, sin tener mucha formación medioambiental, traga sin rechistar los augurios del negro futuro que le espera a la humanidad y del que es totalmente causante.
  
         La vida cotidiana de la gente de hoy  gira en torno a una serie de lógicas y necesarias recomendaciones/imposiciones en relación a lo natural. No hay día en que no se reciba información respecto a lo que hay que hacer. Reciclar todo tipo de materiales que se usen o reducir el consumo de agua son algunas de las indicaciones para que se viva en una necesaria armonía con la naturaleza. Todo esto está muy bien y es necesario generar una conciencia conservadora en la ciudadanía, aunque debería completarse con la tercera “R”. Lo de reutilizar se oye menos pues todo está hecho para usar y tirar y, claro, no les conviene. La última y más contundente recomendación en la actualidad es la reducción drástica del uso del plástico.



     Veamos ahora alguna cuestión que puede hacer pensar a los que siguen estos preceptos si realmente están más cerca o no de cuidar  la naturaleza actuando según lo establecido como correcto. Si se analiza con detalle el tipo de materiales y productos manufacturados que utilizamos en nuestras vidas occidentales veremos que es ingente la cantidad de recursos naturales que usamos y necesitamos. Por ejemplo, plástico por todas partes: cepillos de dientes (antes eran de madera y cerdas); vasos y recipientes alimenticios varios (incluso un cubo triple de plástico para el reciclado); material escolar y de oficina; ropa y zapatería (piel o plástico); más todo lo referente a la comunicación, móviles, ordenadores, etc. En lo relativo a la alimentación sería necesario todo un tratado al margen para desgranar el “abusivo” empleo de plásticos y otros derivados del petróleo en el transporte, distribución, empaquetado, exposición y venta al por menor de todos y cada uno de los alimentos que se consumen. Todo está pensado para que nuestra vida sea fácil y cómoda, a lo que se añaden conceptos relacionados con la higiene y la seguridad en el consumo. Nadie compra un producto alimenticio sin los comprobantes de haber pasado por todos los controles sanitarios que deben estar, y están, expuestos en una etiqueta impresa en el envoltorio. ¿Envoltorio de qué material?: de plástico, papel celofán, cartón, madera… Nos parece exagerado que así sea, pero, ¿lo compraríamos sin envoltorio y/o sin esa información sanitaria?

        Nos han educado y nos hemos acostumbrado a la comodidad y seguimos educando en el confort absoluto a toda nuestra juventud. Los hay que pasan penurias económicas en sus casas para alimentarse, pero no verás que les falte su teléfono móvil o sus actividades lúdicas de pago. Y también los hay que defienden enardecidamente las tesis ultraconservacionistas pero no dudan en comprarse un coche todo terreno cuando llegan a tener hijos, pues lo necesitan, les da mucha autonomía (dicen) y quieren lo mejor para su prole. A esos mismos les parece fenomenal que una pobre niña, utilizada y manipulada por padres y autoridades, vaya dando tumbos por el mundo diciendo que está llegando ya la sexta extinción masiva en el planeta. Dicen que esos gestos conciencian mucho. ¿Sobre qué? ¿Sobre, por ejemplo, la necesidad de reducir el transporte en avión por ser muy contaminante como ella hizo? Pues se debería pedir también, por coherencia, que se prohíba el consumo de alimentos que no son de proximidad. Desechemos aguacates, mangos, plátanos canarios o cualquier otro producto de fuera. Y, por supuesto, usar solo los electrodomésticos, ordenadores, móviles, y cualquier otra cosa que se fabrique aquí cerca. ¿Seremos capaces?


       Hay gente muy harta de ver a todos esos “defensores de la naturaleza” a ultranza hacer exactamente lo mismo que ellos. Usan el mismo ascensor, la calefacción de su vivienda, tienen coche, llevan a sus niños pequeños en cochecitos que parecen pequeñas naves espaciales, están a la última en productos tecnológicos, visitan de vez en cuando santuarios naturales como buenos amantes de la naturaleza que son, aunque estén a muchos kilómetros de su residencia, y procuran comer los productos llamados ecológicos y, si es posible, de comercio justo, pues así hacen algo por los prójimos que viven a 15.000 km, en países subdesarrollados, pero que hacen lo que pueden por salir adelante, entre otras cosas enviar para vender sus cafés y artesanías a  Europa, aunque se contamine mucho en el viaje. ¡Pero en ese caso tiene una justificación!

       Nadie medianamente formado, enterándose de lo que hace,  quiere destrozar el planeta ni su entorno inmediato. Y a la vez nadie quiere dejar de vivir rodeado de comodidades o anhelando tenerlas en breve. ¿Hay disposición a prescindir de algo de lo que tenemos o usamos a diario? ¿De qué prescinden los que señalan y denuncian a los demás como profanadores de la naturaleza por su modo de vida? ¿Dan ejemplo? Aún recuerdo que cuando hace unos años se hablaba mucho del deshielo de los glaciares pirenaicos (ahora ese tema está ya pasado de moda) por la excesiva emisión del CO2, y ante un claustro de profesores muy concienciado y “dispuesto a todo” por la causa, la caras de estupor y rechazo que pusieron cuando propuse reducir unos grados la temperatura de la calefacción del centro e ir a trabajar más abrigados. No dimos la talla.

       Sin embargo, hay muchos geólogos callados que no piensan que lo socialmente establecido ahora en este tema sea correcto e inamovible. Muy pocos son, y los hay,  los que animan y empujan a la protesta y manifestación fácil para la “lucha” contra el cambio climático, sin duda, con otros intereses distintos a los medioambientales. Quizás, esa manipulación esconda otros objetivos, incluso con buen fondo, como la movilización juvenil, la participación en reivindicaciones comunales casi místicas, o la confraternización entre iguales. Pero, desde luego, saben que no dan información completa y veraz a la gente para que opine con datos en la mano.  La formación geológica, fundamental para poder interpretar procesos naturales medioambientales, da instrumentos para contemplar y entender la sucesión de acontecimientos paleoclimáticos que a lo largo de muchos millones de años se han sucedido en la Tierra. Y esa formación hace disentir con muchas de las alarmas que se emiten ahora en los medios, o por lo menos permite hacer consideraciones y aclaraciones científicas que ayudan a desdramatizar y ser más comprensivos con nosotros mismos y los demás. Pero solo algunos pocos de ellos, bien preparados, se atreven a dar su criterio, basado en la ciencia y en la pura investigación geológica, tratando de matizar algunas de las conclusiones “oficiales”. Especialidades de la Geología, como la paleontología, estratigrafía, sedimentología y paleoclimatología, sobre todo,  ofrecen datos contundentes que no son la referencia utilizada  por los “miles” de científicos y paneles intergubernamentales que dicen estar en consenso para exponer sus apocalípticos avisos climáticos. La ciencia no ha funcionado nunca  por consensos.

        Recomiendo aquí este vídeo de Luis Pomar, catedrático jubilado de Estratigrafía de la Universidad de Baleares, (tv.uvigo.es/video/5b5b7b538f4208d6558eed69) , donde expone claramente algunas de las informaciones geológicas y paleoclimáticas básicas que hay que tener para poder empezar a hablar de todo esto. A finales del año 2018 impartió esta charla en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza y llenó, fundamentalmente de geólogos, uno de los salones más capaces del edificio. Uno de sus postulados/titulares es que el incremento de CO2  en la atmósfera no produce el cambio climático. Con esta frase la polémica social está servida. ¿Quién tiene arrestos para, tras formarse bien en el tema, usarla en una reunión familiar o de amigos?


Luis Pomar, catedrático de Estratigrafía.


domingo, 10 de marzo de 2019

Amando a Teruel.






     Desde el interior peninsular despoblado se ven las cosas de otra manera. Y desde zonas desarrolladas y pobladas a veces se tergiversan los mensajes o se emiten solo los políticamente correctos. Los intentos de resucitar la denominada Serranía Celtibérica por parte de algunos profesores muy bien intencionados de la universidad, como Francisco Burillo en Teruel, no parece que den sus frutos ni a corto ni a medio plazo. Casi todo sigue igual que hace más de un decenio que es cuando empezó todo este empeño de revitalizar la zona con repercusión mediática. No es extraño tampoco ver mensajes de cariño y amor hacia el lugar de origen de más de uno, el cual se abandonó por temas de subsistencia, al que solo se vuelve en vacaciones, y pidiendo además una acción urgente para impulsar de nuevo la vida del lugar.

     Desde luego, los oficios tradicionales que algunos reivindican, como la artesanía del mimbre o el  esparto, la miel, o los quesos, no son ningún revulsivo para casi ningún emprendedor que pudiera aventurarse en el relanzamiento de un área despoblada, casi olvidada, de varias regiones del interior español y de casi toda la provincia turolense y parte de la de Zaragoza, o lo que es igual,  nada menos que la mitad de Aragón.

     Si alguien se atreve a revisar los documentos que articulan y argumentan los criterios que se proponen seguir para revitalizar la zona queda tan impactado por una jerga redundante, oficialista, normativa y con escasísima claridad verbal, que resulta poco o nada atrayente para cualquier interesado en el tema y, desde luego, supongo que casi repelente para muchos de los políticos encargados de tratar estos asuntos a nivel estatal o europeo. La verdad, tal y como están las cosas, no veo a la casta política actual con formación y sentimientos suficientes como para entender qué hace falta hacer en estos lugares olvidados. ¿Qué piden estos ahora? se preguntarán.

     Lo que sí que queda claro es el montón de argumentos que se dan desde el mundo más conservacionista y más “puro” (aunque ellos se consideren muy defensores del medio rural…) en relación con lo que se debe hacer o no en estas áreas deprimidas, vacías, casi yermas. Por ejemplo, cuando se propone tramitar la iniciativa privada de explotar una cantera de arcillas en Aguilar de Alfambra (Teruel) se dice que con el trasiego de camiones de la explotación se alterará la vida de los habitantes de la localidad, por lo que se pide que se reconsidere la autorización para iniciar los trabajos. O cuando se quiere construir, por fin, un digno hospital en la ciudad de Teruel se esgrime que en la zona hay una falla tectónica (de las muchísimas que recorren la zona) que puede  activarse en cualquier momento, aunque en los últimos 7000 años no lo haya hecho, por lo que se retrasa y altera el proyecto de edificación. O que cuando se quieren poner varios aerogeneradores en pueblos de la  sureña Sierra de Javalambre, fuera del  área protegida, se dice que generarán un impacto visual difícil de asumir en un ecosistema tan puro. Y lo que es peor, muchos de los que son tan exquisitos con las purezas de lo rural no dudaron de irse a la gran ciudad en su momento a trabajar y vivir, aun pudiendo optar por quedarse en la ciudad turolense, sintiéndose entonces muy dolidos por los comentarios de los que se quedaban respecto a ellos, a los que denominaban sarcásticamente como  los de “hacer Teruel”.

     No tengo soluciones seguras para Teruel y demás áreas de la Serranía Cetibérica. Pero estoy seguro que con dinero se puede hacer algo. Dinero como el que podría ahorrarse la gente que viva allí en impuestos ordinarios, en eliminación de impuestos de actividades económicas a los emprendedores que se instalen y creen puestos de trabajo en los pueblos de la zona. E incentivos  importantes por asentarse allí y tener  hijos. Si la gente se ve tentada económicamente de quedarse en la zona, emprendiendo, muchos lo intentarán y su presencia generará la necesidad de cubrir servicios que pueden favorecer un desarrollo. Aunque  las fuerzas vivas políticas de siempre parece que no se enteran de la película, y los asaltantes de cielos varios no saben ni dónde está Teruel, seguiremos insistiendo… Como decía Labordeta “somos… como esos viejos árboles”.