¡Tenemos que hacer autocrítica! Somos unos consumistas
desenfrenados que no tenemos remedio. Tal y como se ilustra en el chiste de la
figura de arriba nos resistimos a cambiar nuestro modelo de vida occidental para hacer un mundo mejor y más armónico.
Vivimos además por encima de nuestras posibilidades. ¡Qué malos somos!
Mucha gente con un cierto nivel de acomodo vive bajo unas
condiciones de vida que son verdaderamente
exageradas y deslumbrantes para otros muchos millones de personas.
Osamos vivir en edificios construidos con ladrillos, cemento y hierros (que
sabe Dios de dónde y cómo se obtienen), y no en cabañas ecológicas de madera u
otros materiales más “naturales”. Esos edificios, están provistos de agua
corriente y calefacción en invierno y aire acondicionado en verano. Es más,
para nuestros desplazamientos hacemos uso de vehículos a motor, con el
consiguiente consumo descontrolado de subproductos de combustibles fósiles,
como el petróleo. Para ir de un lado para otro, trabajos, clases, conferencias, cursos, vacaciones,
negocios, queremos que haya unas buenas carreteras hechas con más subproductos
petrolíferos que nos permitan llegar con comodidad, rapidez y seguridad a los
sitios. Vestimos con materiales casi artificiales, pues eso de la lana, o la
piel animal, es algo impensable en una sociedad con tanta gente que vestir y
tan poca fauna con la que hacerlo, además de ser un timbre de buen
comportamiento ecológico. Así pues, nos vestimos con materiales también
provenientes del petróleo.
Por razones de salud e higiene queremos que lo que comemos
esté controladísimo, higienizado, y servido a la venta en el mayor número de
envoltorios (de plástico) posible, para no correr riesgos sanitarios. Y si no
es así dudamos de consumirlo, y con razón. Por supuesto todos estos envoltorios no se
fabrican con productos naturales, sino de subproductos petrolíferos también. Además, nos rodeamos para nuestro bienestar de
las tecnologías más avanzadas, tanto domésticas como de comunicaciones, como variados y sofisticados electrodomésticos, así como todo tipo de ordenadores y de teléfonos
móviles que se fabrican gracias a la explotación de muchos niños semiesclavos
que buscan la mezcla llamada COLTAN,
necesario para ello. Y los usamos todos sin hacer un plante o sentada de protesta. Otros muchos materiales minerales,
aunque otros no lo crean, los
empleamos en hacer casi todo lo que nos
rodea, y en grandes cantidades, como lámparas, suelos, techos, tabiques, o ventanas de
aluminio, por poner unos pocos ejemplos. Pues bien, aunque una mayoría de las personas de occidente creen vivir ajustándose a un presupuesto, muchas veces escaso, y tratan de adaptar sus recursos a una vida humilde y honesta en cuanto a la huella ambiental que pueden dejar a su paso, parece ser que no, que como han vivido siempre, sin grandes pretensiones ni delirios de grandeza, es vivir arrasando, destruyendo y sin consideración alguna por el sistema natural y social que les rodea. Todo esto, es lo que algunos denominan "consumismo desenfrenado"...
Pero siempre hay alguien, con un nivel altísimo de
conciencia solidaria y ecológica, que nos llama la atención respecto a cómo
deberíamos cambiar en nuestras vidas para hacer un mundo más armónico. Lo que
se echa en falta es una clara enumeración de lo que habría que hacer si
estuviéramos todos dispuestos a ello. No sabemos qué es lo que se nos pide o se
propone para hacer más armónico este mundo. Todo son buenas ideas y
ambigüedades. Nada concreto, solo chistes cuyo objetivo es movilizar conciencias. Pero ¿para qué? ¿Para vestir de otra manera (cuál)? ¿No tener móvil? ¿Prescindir de la
tecnología? ¿No viajar, aunque sea por trabajo? ¿Volver al carro y las mulas?
¿Vivir en otro tipo de construcciones? ¿Consumir menos envoltorios y así reconciliarnos con el medio
ambiente aunque cojamos infecciones? ¿Por dónde proponen estas buenas gentes
empezar? No lo sabemos, pero solo reciclando, que es lo políticamente correcto
en la actualidad, no se cambia el modelo. ¡Ellos dirán!
Lo más desolador de todo es comprobar que algunos de los más
gallitos y que más reivindican esta especie de catarsis social que proponen,
son vecinos tuyos, viven como tú. Algunos incluso pertenecen a instituciones
religiosas dentro de las cuales se autoconsideran los más progres y “majos”.
Sin embargo, consumen, viajan, viven y se dejan llevar por la riada del progreso igual que los demás. Eso
sí, acallan sus conciencias con la culpabilización a nuestra sociedad de todos
los males e injusticias del mundo por no querer, al parecer, prescindir de algo
(¿el qué?) que haga este mundo tan justo como ellos y todo el mundo desea. Sueltan sus
cohetes artificiales, y cuando se van los colorines no queda más que humo.