Hace unas semanas se inauguraba el nuevo Museo de Ciencias
Naturales de la Universidad de la Zaragoza. Tras una rápida visita, tras tantos
años de espera, la impresión era más que positiva. Era necesario conectar la
investigación paleontológica hecha en Aragón, tanto por personal de la propia
universidad como, fundamentalmente, de fuera (y tener en cuenta la colección de
organismos donada por los jesuitas en los años 80) con la ciudadanía. Y en eso
de dar a conocer una parte de los fondos recogidos durante lustros en nuestra
tierra se ha hecho un gran esfuerzo, que puede verse y notarse en un rápido
recorrido por las instalaciones del nuevo museo.
Pero esa conexión debe contemplar dos vertientes que nunca
deben faltar en un verdadero museo. Se trata de la vertiente “expositiva” y la referente a la “transmisión”
de datos. La expositiva creo que está en este museo más que conseguida. La
técnica museística utilizada aquí, lejos de ser sofisticada y deslumbrante,
supongo que por cuestión presupuestaria, sí llega a permitir una conexión con el público. La
alternancia de grandes vitrinas expositoras con pequeños estantes, en función
del tamaño del objeto museable, se incardina perfectamente en un itinerario
basado en las edades de la tierra, y su registro fósil, en el que es posible
dedicar un tiempo a la lectura de grandes textos verticales que pretenden
enmarcar esos episodios temporales geológicos.
Sala con ejemplares de la colección "Longinos Navás". |
Sin embargo, la vertiente en la que el visitante, sea experto o no en la materia, puede adquirir una serie de conocimientos que no deben ser solo visuales, de la contemplación de objetos, es, a mi juicio, de la que más adolece este recién estrenado museo. Aunque en una visita guiada pueda conseguirse (se supone) mucha más información técnica que en una privada, se echa en falta, claramente, una mayor contextualización de los fósiles expuestos.
Si hacemos un breve recorrido por los principales materiales
expuestos en el museo, y empezando por el registro paleontológico paleozoico,
podemos considerar que, y a pesar de la gran importancia científica de los fósiles
del Paleozoico de Aragón, su peculiar forma, rareza, y especial configuración material hace que, en
general, sea difícil de transponer didácticamente algunos aspectos de su
paleobiología en un museo (aunque, sin embargo, de esto hay un excelente ejemplo
en
la localidad turolense de Santa Cruz de Nogueras, en el Museo de los Mares Paleozoicos) . Sí resulta mucho más habitual ver en museos, y fácil de hacer, una sencilla transposición
con los conocidos fósiles del Mesozoico,
tanto de invertebrados (ammonoideos, braquiópodos, y otros grupos) como de vertebrados (sobre todo grandes reptiles o sus huellas) de los que ya hay estudiada una
buena representación pertenecientes a yacimientos aragoneses. Seguro que un intento gráfico
de reconstrucción paleoecológica de esas
asociaciones faunísticas habría ayudado
al visitante de este museo a obtener una
idea más acertada de las formas de vida de unos colectivos de organismos muy
diferentes de los actuales.
Pero, sin duda, es el Cenozoico la división temporal que más
reconocimiento internacional paleontológico ha dado a Aragón en los últimos 50
años. Desde que Cuvier excavó en el siglo XVIII en Concud, junto a Teruel, hasta
las recientes excavaciones en depósitos pleistocenos de Tella y Ariño, en
Huesca y Teruel respectivamente, han sido numerosísimas las campañas de prospección
y excavación de mamíferos que se han realizado en tierras aragonesas. Fueron
realizadas la mayoría de ellas por personal de la Universidad de Utrecht (Holanda),
del Instituto Lucas Mallada, del CSIC, de Madrid, y también de la Universidad de
Zaragoza. Gracias a la información
paleontológica que de ellas se obtuvo, sobre todo en las décadas de los
70, 80 y 90 del siglo pasado, se han podido
definir hasta cuatro pisos
estratigráficos continentales en Aragón, y con nombres aragoneses, como son el Rambliense,
Aragoniense, Turoliense, y Alfambriense. Pues bien, y debido a los excelentes
fósiles cenozoicos de vertebrados aragoneses que se exponen en el museo de
Zaragoza, debería haberse hecho un mayor esfuerzo en mostrar, mediante
esquemas, gráficos, paneles explicativos, o breves audiovisuales, la relación o
nexo de esos fósiles, tan importantes, con su contexto aragonés geológico, estratigráfico,
y paleontológico. Este brilla por su ausencia. Además, no puede pretenderse que
cualquier persona ajena al tema o
colectivo de alumnos que visiten el museo sean capaces de contextualizar, por
mucha información previa de la que dispongan, los fósiles expuestos en un adecuado y
necesario marco geológico. Solo la simple búsqueda de esa información
científica requiere de una profunda especialización, lo que supone una
dificultad añadida. Por eso un museo debe ofrecer al visitante la información
básica requerida para “entender” bien, en su contexto, lo que ve.
Los números junto al nombre de los pisos, en negrita, indican el inicio de los mismos en millones de años. |
El gran avance que ha supuesto para Zaragoza el disponer de
un museo universitario relacionado con las ciencias naturales, en especial con
la paleontología, no puede verse lastrado con una instalación que presenta este
tipo de deficiencias expositivas. Son muy aprovechables tanto desde un punto de
vista divulgativo como promocional las
excelentes muestras fósiles allí expuestas. Pero si queremos un verdadero museo
debe contemplarse también la faceta didáctica y formativa que cualquier museo moderno
requiere. Todo puede arreglarse, y
esperamos que así sea. Aún así, merece la pena visitarlo.
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