Hace unas décadas era habitual que los estudiantes se
subvencionaran en parte sus viajes de estudios con la venta de lotería y
pegatinas. La cuarta promoción de geólogos de la Universidad de Zaragoza, a la
que pertenezco, decidió conseguir apoyo económico para realizar una de sus
muchas salidas geológicas (viajes de estudios de verdad) por el sur de España,
visitando diversos afloramientos
geológicos y explotaciones mineras, con
el fin de completar la vasta formación teórica que se recibía en clase. Ese
viaje se realizó en 1981, en quinto de carrera, pues nuestra promoción terminó
en ese año. Fuimos acompañados por Manolo González (profesor de Cristalografía y Mineralogía,
y exfutbolista del Real Zaragoza) y
Mateo Gutiérrez, catedrático de Geodinámica Externa. La promoción era muy
reducida en alumnado, estando compuesta ese año solo por Cinta Osácar, Asunción Soriano, Gloria
Cuenca, María Luisa Martín, Ana Navas, Mercedes González, Laura Fustero, Ignacio Hermoso de Mendoza, Juan
Vílchez, José Miguel Calvo, Jesús Alonso, Víctor Fuertes, Antonio Campillo, y
yo mismo, Enrique Gil.
El contexto social del momento ayudó a que fuéramos un grupo
de estudiantes universitarios, en su mayoría, muy contestatarios y
reivindicativos en el “decorado” de una sección de geología recientemente
estrenada en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. Los ajustes
propios del inicio de la andadura de la nueva licenciatura geológica sirvieron
de estímulo para reclamar servicios y actitudes docentes que considerábamos
tenían que cambiar también en la Universidad, al ritmo de los acelerados
cambios que se estaban produciendo en nuestro país. Además, el uso y obtención de los recursos geológicos del planeta, tal y como se nos había enseñado hasta entonces, chirriaba con el criterio moderno y conservacionista que creíamos se debía aplicar, el cual se incrementaba conforme avanzábamos en nuestro nivel de conocimientos geológicos. Y ese sentir colectivo, exigente,
bronco e impulsivo, fue magistralmente
plasmado en el dibujo que hizo nuestro querido profesor de paleontología y
jesuita Leandro Sequeiros (para nosotros “Seke”).
Con solo dos palabras que emite una expresiva y preocupada Tierra lo dice
todo. Ese “¡Dejadme vivir!” de una apenada Tierra refleja, por un lado, un grito de protesta terrestre ante
la multitud de agresiones sin freno a la que, y sobre todo entonces sin
control apenas, era sometido nuestro planeta. Y por otro, daba voz, con gran sencillez y firmeza a la vez, al cúmulo de
sensaciones y experiencias correosas que nos tocaba tratar de solucionar a diario
en nuestras jóvenes e inexpertas vidas.
Han pasado casi cuatro décadas desde que se diseñó la
pegatina, y parece que fue ayer. Pero sigue sirviendo eficazmente para expresar y acompañar
muchas ideas y reivindicaciones sociales y medioambientales de hoy en día. Por suerte mantengo desde entonces un
contacto fluido con su autor Leandro Sequeiros que, por supuesto ya jubilado, desarrolla
(y que dure muchos años) una gran y envidiable “actividad académica” y
divulgativa en temas tan variados como la filosofía, teología o paleontología. Pues bien, hace pocas fechas me pidió que le mandara la pegatina
en cuestión, su pegatina, para ilustrar una próxima conferencia suya. O ha servido de
inspiración para darle nombre a este blog, o titular mi libro de divulgación ecológica: ¡Dejadme vivir! Ecología para salir a la
calle. No pasan los años por ella, sigue con plena validez en la actualidad.
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