Algunos de los
grandes enemigos actuales de la biodiversidad están relacionados con
actividades humanas habituales, como la caza o la pesca abusiva, el denominado sobrepastoreo,
o los cambios drásticos en el uso del suelo con fines agrícolas a nivel
comercial, por ejemplo. Pero lo que mucha gente se resiste a admitir como un
duro revés a la conservación de las especies de un ecosistema es el
coleccionismo de animales y la importación de organismos, más o menos exóticos,
de otros lugares de la Tierra. No lo ven
tan grave, aunque dicen con orgullo tener una fina conciencia ecológica.
Durante las navidades se suelen importar y vender miles de mascotas para hacer regalos,
generalmente a niños, que terminan siendo en pocos días una molestia para los
familiares y sus entornos, por lo que en
muchos casos parece estar ya programada, desde la compra, su “desaparición”. Y
resulta curioso que, aun siendo ésta una actividad muy perjudicial para el
medio ambiente en general, no se vea ni oiga una contestación crítica o acción social
contraria y contundente con esta actividad, ni tampoco proveniente de las
asociaciones y oenegés conservacionistas,
las cuales sí que suelen significarse muy a menudo por otras cuestiones relacionadas con la defensa del planeta. Pero
parece que esto lo deben considerar un mal menor. O no lo suficientemente
importante como para iniciar una campaña de acoso y derribo a los industriales que
se dedican al “legal” negocio de la importación y venta al por mayor de miles
de animales locales y exóticos. Excepto la justificable utilización de animales
adiestrados para labores humanitarias, como búsqueda de desaparecidos en
catástrofes o para invidentes, el porcentaje mayoritario de los animales, que son traídos en pésimas condiciones desde sus
lugares de origen, se dedican a fines mucho menos heroicos, como el “uso” de los mismos como juguetes infantiles,
o para hacer compañía a adultos sin
discapacidad aparente.
Preciosos elementos decorativos con mariposas naturales en su interior. |
Hay quien dice que la convivencia con algún animal
desarrolla una serie de capacidades y sentimientos en los niños y adolescentes
que les harán ser tolerantes y respetuosos de adultos. Que se incentivan las
actitudes afectivas y de cariño hacia toda la naturaleza y que, por tanto,
compensa ambientalmente el poseer mascotas a determinadas edades. Y seguro que
en algunos casos es cierto. Pero es para ponerlo seriamente en duda cuando se
comprueba el alto nivel de abandonos a los pocos días o semanas de poseerlos, o
se ven en prensa escabrosas escenas de animales muertos por sus dueños al no serles ya útiles,
como sucede en numerosos casos ocurridos con perros de caza.
Seguramente una acción más contundente y mediática por parte
de organizaciones ecologistas para
evitar estos serios daños a la biodiversidad sería de gran eficacia. Esa
actividad de protesta, sorprendentemente, brilla por su ausencia y se echa mucho de
menos un criterio razonado de oposición a estas prácticas de quien dice defender la naturaleza. Igual que una gran parte de la población se ha
concienciado en los últimos años de la necesidad de reciclar, reutilizar y
reducir su consumo de plásticos, papel y vidrios, también sería capaz de comprender
el gran daño que hace a la biodiversidad la captura masiva de ejemplares para el coleccionismo
indiscriminado (fundamentalmente de insectos y moluscos) y el “postureo cultureta” que supone regalar y
tener seres vivos como compañeros en la vida, sin una necesidad justificable. Especialmente en los
núcleos urbanos, esos animales no pueden ser recluidos de por vida en un hábitat
humano, poco natural y lejos de su entorno, por muy “domesticados” que creamos que están
desde hace siglos.
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