¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Careta verde.



      Mucha gente cree que ser ecologista y tener conciencia ecológica es cumplir escrupulosamente con las recomendaciones de reciclado de distintos materiales. Y nada más. O como mucho, también, apagar las luces y cerrar el grifo cuando no es necesario gastar agua o luz. Y cuando se es crítico con muchas extremas posturas propias de la vida capitalista y de un modelo de sociedad desarrollista, a la vez que se cuestionan muchas de las actitudes que tienen la mayoría de los grupos conservacionistas o autodenominados ecologistas, se hace necesario tener que hacer equilibrios en tu propio comportamiento para intentar ser lo más coherente posible, entre lo que uno hace y lo que dice que hay que hacer.

     Cuando con mis alumnos hablo de estos temas, a veces, no se entiende bien que seamos capaces de hacer críticas feroces a  los extremos antes citados y que a la vez vivamos en una especie de limbo socialmente aceptado de comportamiento ecológico. Por un lado arremetemos con nuestra fina conciencia ecológica con todo lo que huela a innovación tecnológica, infraestructura social o urbanística. O respecto al avance en nuestro nivel de vida usando los recursos naturales, tachando a los autores de destructivos y poco respetuosos con el entorno.  Y por otro, hacemos uso de los criterios más finos que el conservadurismo ecológico nos ofrece para acallar nuestras conciencias y seguir nuestra vida tranquilizando y aceptando con edulcorantes nuestras contradicciones internas, como el socorrido y “sagrado” acto de reciclar, o educar en “valores ecológicos” universales a los niños. Por eso, y en ese sentido, mi buen exalumno Pablo Aguilar López  me sintetizó magistralmente hace tiempo en una breve frase lo que quiero siempre explicar al respecto. Lo denominó “careta verde”. Y creo que acertó. Intentaré explicar ahora, en mi opinión, en qué consiste.
 

     Creo que se asemeja bastante al concepto que  expliqué hace tiempo en este mismo blog  con el título de  “conservacionismo hiperdesarrollista”: (http://dejadmevivir.blogspot.com.es/2013/09/conservacionismo-hiperdesarrollista.html). Veamos. Cada vez más en esta sociedad tenemos,o aparentamos tener, mucha concienciación medioambiental. Queremos ser políticamente correctos en ese tema, tanto en lo que decimos como en lo que hacemos y, por supuesto, hacemos lo que sea necesario para que no se nos tilde de destructores de la naturaleza.  Nadie quiere, por ejemplo, que se fundan los glaciares pirenaicos como consecuencia de un calentamiento exagerado  del planeta, pero casi nadie renuncia a ir siempre que puede  en coche por pura comodidad o interés, haciendo caso omiso de nuestras propias recomendaciones a los demás. Pocos quieren que las biocenosis terrestres y marinas se agoten o se esquilmen, pero todo el mundo considera un timbre de cultura (cada vez menos, por suerte) el tener una colección de mariposas o conchas de moluscos, como conozco casos.Y en este asunto tampoco es habitual el ver  a alguna asociación animalista manifestarse yendo a los mercadillos domingueros, donde abundan los puestos con esos productos, para “escrachear” y cuestionar  la venta de los mismos. Muchos isleños  quieren vivir del turismo y que les lleven allí los productos de los que carecen, pero se niegan en redondo a que ni siquiera se prospecte en unos posibles pozos de petróleo junto a sus costas argumentando criterios puramente pseudoconservacionistas y poco solidarios: paisajes marinos destrozados, hipotéticas contaminaciones de las aguas, etc., y mientras, que los turistas sigan llegando allí con el petróleo caído del cielo…

 
      Casi todo el mundo está concienciado en cerrar los grifos de su casa (lógico y necesario) pero nadie se manifiesta porque en un barrio ciudadano nuevo, por ejemplo en el zaragozano de Valdespartera, se haga un campo de golf en una zona esteparia, con el consumo de agua tan inmenso que eso requiere. O se protesta por la instalación de aerogeneradores ya que (dicen) rompen el paisaje y se degüellan las aves, sin aceptar que es una buena alternativa de energía limpia y poco contaminante, pero a la vez, babean de gusto al contemplar los históricos y decorativos molinos de viento quijotescos de La Mancha, considerándolos como algo más de la meseta castellana.
 
     Otros muchos (cada vez más) hacen senderismo por cualquier ruta de montaña con unos equipos personales cuyo coste económico  supera con creces el salario mínimo actual, estando confeccionados con los materiales más selectos y rebuscados del planeta para que el usuario sufra lo mínimo al poner sus delicados pies por esos agrestes paisajes. Pero eso no les parece más que un simple y necesario acto social de comunión con lo “natural” y lo que "debe hacerse".  O, por el contrario, van vestidos con una indumentaria asamblearia y cutre, realizada por personas semiesclavizadas en países tercermundistas (lo que no parece importarles), pero que aquí son tremendamente baratas, lo que contrasta, a su vez, con el vehículo todoterreno hipercontaminante que usan para llegar hasta el último rincón de nuestra geografía y sentirse en contacto, allí sí,  con la madre naturaleza.
 
     Todo esto es tener o llevar “careta verde”.
 


 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario