¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

viernes, 24 de julio de 2020

Ecologismo en la pandemia.



     No se sabe nada de la presión mediática a la que estábamos acostumbrados por parte de los grupos ecologistas antes de la pandemia. Antes de marzo era raro el día en el que no se pudieran leer o ver artículos y documentales sobre los grandes males ambientales producidos por la humanidad, además de recomendaciones varias en relación al debido uso que se debe hacer de la naturaleza.

       Qué ha sido de ellos en estos meses es todo un enigma. Nadie sabe dónde se han metido. Si alguien lee ahora un periódico podrá comprobar lo que digo. Las múltiples denuncias por diversas agresiones al entorno y la consiguiente culpabilización al ser humano de todos y cada uno de los males medioambientales acaecidos en cualquier lugar del planeta ya no parecen ser considerados elementos  que les produzcan algún tipo de rentabilidad formativa de la sociedad, y que justifica su lucha.

   Al comienzo de la pandemia sí que se oyeron opiniones comparando las muertes producidas por el cambio climático con las del coronavirus. Los muy osados en hacer esas aseveraciones en esos trágicos momentos decían que el cambio climático producía muchas más, supongo que con la intención de despertar conciencias, claro. Y desde entonces, la verdad, es que se han eclipsado casi por completo, exceptuando al pintoresco colectivo “Almas Veganas”, el de los "pollos violadores" por si alguien no sabe quiénes son, que ha resoplado últimamente en protesta por la eliminación de miles de visones criados en una granja de Teruel al estar infectados unos cuantos del virus letal. Pero nada más. Ya no se sienten agredidos por el mal uso de casi todo lo que utilizamos en nuestro mundo occidental. Por ejemplo, recientemente se premiaba en un concurso fotográfico de imágenes relacionadas con la pandemia  la foto de un zaragozano que fotografió un balcón con multitud de bolsas de plástico puestas a secar después de su desinfección. ¿Quién nos lo iba a decir hace unos meses, eh? ¡Un premio a una foto cuyo protagonista es el plástico, nada menos! Supongo que se lo habrán pensado dos veces antes de hacer críticas,  pues seguro que en el tradicional mundo ecologista se habrán enterado, digo yo,  de que el plástico ha hecho por salvar vidas en estos tiempos de pandemia mucho más que la penicilina en su momento. Todos los materiales médicos que se han usado para proteger tanto al sanitario como al paciente están fabricados fundamentalmente con plástico, con lo que su uso se ha hecho indispensable. Pero bueno, aún así cabría esperar una mínima intervención o recomendación de esos grupos apuntando en la dirección del uso adecuado del plástico, sobre todo una vez empleado en la praxis sanitaria. No habría estado nada mal. Pero no, nada de nada. ¿Por qué no lo han hecho?


      O, ahora que estamos en verano, un toque de atención al personal cuando se ha sabido que las fábricas de piscinas familiares están desbordadas por  numerosos e incesantes pedidos. Al parecer muchísima gente que este año, por razones obvias, no pueden ir de vacaciones, han decidido ir a su pueblo y comprarse una piscina para aliviar sus calores. Las piscinas son de plástico, o de un sucedáneo, y hay que llenarlas con miles de litros de agua, lo que parece que tampoco les resulta al mundo ecologista  tan significativo como para alertar a la población de un buen uso y ahorro del líquido elemento. Nadie dice nada. Desde luego esto que a algunos les puede parecer incoherente no es nada nuevo, pues hace muchos años que hay gente muy "concienciada ecológicamente"  que disfruta en su segunda residencia de una espléndida piscina para sus fiestas veraniegas. Son los denominados “ecologistas con piscina” que son algo así como una versión refinada del ecologista tradicional y poco pudiente.

Fotografía premiada "La bolsa o la vida" del zaragozano Javier Burgueño,  en el concurso de PhotoEspaña 2020.

   Desde luego se echa de menos alguna intervención conservacionista en relación a la nueva actualidad. Por ejemplo, alguna consideración ecológica convincente respecto a lo acertado de la drástica disminución, como siempre han pretendido, de los miles de viajes aéreos, tanto de negocios como de vacaciones, que este año no se están haciendo, y que aunque eso haya supuesto la eliminación de miles y miles de puestos de trabajo en todo el mundo, ha generado una incuestionable mejora de la calidad del aire  de nuestros cielos. O que, en general, el consumo de todo tipo de bienes de consumo haya disminuido casi a cero será bien visto por muchos que, con razón, criticaron en su día a una sociedad hedonista, consumista y arrasadora de la naturaleza que necesitaba para vivir “bien” una serie de materiales y materias primas cuya obtención no hacía más que destrozar irreversiblemente el entorno natural. ¿Por qué no se le dice a la gente desde el mundo ecologista que esta disminución de consumo que tanto se pregonaba es buena para la madre naturaleza? ¿Así es como, según ellos, debemos seguir viviendo o hay alguna alternativa viable? Sería muy interesante que alguien dijera algo y escuchar sus argumentos al respecto.

      Por eso, la normalización de la vida social después de la primera ola del coronavirus  debería contar también con el apoyo eficaz y cómplice de los grupos ecologistas, si es que se comprueba que no se han autodisuelto, para que se actualice una presión mediática encaminada a la justa comprensión  del objetivo primordial del ecologismo de verdad, que es el conservar la naturaleza en el marco de un desarrollo sostenible para la humanidad. Naturalmente, eso requiere un necesario ajuste conceptual en relación al uso, si así lo exige el guión, de numerosos  materiales hasta ahora demonizados pero que hoy resultan imprescindibles para seguir vivos. Su uso no significa ni contempla, en absoluto, que se justifique una insolidaria relajación de costumbres bastante bien arraigadas hasta ahora en la sociedad occidental encaminadas a la Reducción, Reutilización y Reciclado de los mismos. Pero su discurso tiene y debe cambiar. A ver si despiertan y empezamos de nuevo, y mejor.

domingo, 5 de julio de 2020

Un SOS por Atapuerca




     Los yacimientos prehistóricos de Atapuerca vuelven a estar de actualidad. Y no precisamente por un importante nuevo hallazgo fósil o por algún otro acontecimiento paleontológico. Resulta alarmante la noticia aparecida recientemente en prensa. En ella se pone de manifiesto a través de dos investigadores en prehistoria y geología, relacionados con el Museo de la Evolución Humana de Burgos, de la larga espera de más de 20 años  (y al parecer todavía continúa)  para el depósito del material científico ya estudiado en el Museo de Burgos, que fuera extraído en su día de los yacimientos y  con el fin de poder disponer del mismo para la comparación y estudio por otros investigadores. https://www.eldiario.es/castilla-y-leon/investigadores-atapuerca-junta-castilla-leon_1_6050167.html

     Parece un tanto borroso el enfoque de esta noticia, o al menos parece un intento de denuncia de algo irregular que distorsiona  la hasta ahora imagen que en general se tiene de Atapuerca. Sobre todo estando acostumbrados a la casi machacona y estelar presencia mediática de los tres actuales codirectores del proyecto. Es habitual desde hace años ver en los medios a Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell  resaltar  la importancia de los hallazgos del yacimiento e intentar convencer de la  necesidad imperiosa de seguir invirtiendo económicamente para que la investigación continúe, o incluso dando su visión profética para la humanidad como en estos tiempos de pandemias.

Arsuaga, Carbonell y Bermúdez de Castro

     Aunque lo llamativo y chocante de esta noticia/denuncia no es de extrañar para muchos. En especial a algunos de los que formamos equipo investigador con el profesor Emiliano Aguirre entre 1980 y 1991, año de su jubilación, con el que se pusieron las bases sólidas de actuación en ese fantástico yacimiento, y en el que pude realizar mi tesis doctoral en bioestratigrafía de micromamíferos. El ser sustituida su dirección por la de los tres codirectores antes citados y el alejamiento de muchos de nosotros de allí, ha sido suficiente para ver desde la distancia cómo en nuestro querido Atapuerca se iban desarrollando trabajos que ni en sueños hubieran sido propiciados o avalados por Aguirre. En este mismo blog, en los últimos años, he publicado varias entradas en las que ponía de manifiesto mi opinión respecto a cómo se estaban haciendo allí las cosas. La datación de la Sima de los Huesos, por ejemplo,  que debería haber sido uno de los elementos punteros por ser el yacimiento de anteneandertales más importante del mundo del último medio millón de años de antigüedad, parece un embrollo de sucesivos y distintos datos que se han ido ofreciendo a la luz pública sin referencia estratigráfica en la que basarse. O la totalmente desconocida relación de los restos fósiles humanos con un determinado nivel o estrato del relleno kárstico de la Sima del Elefante, en la Trinchera del Ferrocarril (esto, incluso lo mencionan casi como una gracia los guías del yacimiento). O la poco clara asignación al nivel estratigráfico TD6 de Gran Dolina, también en la Trinchera (capillita incluida), de los restos de Homo antecessor,  en el que hay (o había) evidentes trazas de derrumbes o hundimientos de depósitos de niveles superiores, lo que puede cuestionar la localización exacta, en relación a su estrato, de unos restos humanos que les sirvieron para definir esa nueva especie de homínido, de entre 600 y 900 mil años, y que no demasiados especialistas en antropología la aceptan (por cuestiones puramente técnicas de tipo paleoantropológico) ni están dispuestos a incluir sin reparos en los esquemas filogenéticos para la evolución humana establecidos hasta la fecha.

     Pero aparte de la problemática planteada en los medios me resulta mucho más interesante poner de manifiesto que, como escribí en este mismo blog, Atapuerca es mucho más que hombres fósiles y su industria lítica asociada. Afortunadamente el inmenso registro paleontológico  de multitud de grupos de mamíferos del, al menos, último millón de años, está perfectamente referido a la distribución temporal y espacial de los estratos en los que se encontraron. Y ese dato de ubicación y distribución ha permitido descifrar cuál ha sido la sucesión de biomas en el tiempo, con las consiguientes implicaciones bioclimáticas y paleoecológicas y su posible aplicación en los estudios de los cambios climáticos, en cuanto a su origen y sus repercusiones. Por eso, Atapuerca ha sido, es y será el referente mundial para interpretar la evolución, no solo de humanos y otros organismos, sino de las variaciones a lo largo de decenas de miles de años de los “decorados ambientales” que han permitido a la humanidad llegar hasta el momento actual.

Emiliano Aguirre

     Se ha hecho mucho y queda mucho por hacer allí. La memoria del trabajo paleontológico realizado por Emiliano Aguirre en Atapuerca no puede emborronarse por actuaciones como las descritas últimamente en la prensa por el  aporte de varios investigadores hartos, seguramente,  de aguantar actuaciones o situaciones poco aceptables en quien se dedica a la ciencia y que deben generar repulsa. Esperemos que los próximos sustitutos de los actuales directores  estén a la altura de lo que un proyecto de investigación de la envergadura de Atapuerca se merece.