El desarrollo de una conciencia ecológica suele traer a
veces conflictos internos difíciles de solucionar. En muchas ocasiones la gente
que se preocupa por ser un buen ciudadano, respetuosos con la naturaleza,
aunque sin dejar de vivir en consonancia con los tiempos modernos, suele dudar
sobre qué hacer o cómo comportarse ante tal o cual situación en la que se ponen
en duda sus principios medioambientales.
La exposición de sus ideas parece que tienen que estar siempre tamizadas por lo
políticamente correcto. No todo el mundo se puede manifestar con claridad y
transparencia delante de los demás, por
el qué dirán.
La gente desea antes contrastar ideas o acciones llevadas a
cabo antes de decantarse públicamente sobre algo. Por ejemplo, si los grupos
ecologistas se manifiestan en contra del dragado de los ríos para evitar
desbordamientos y toda la colección de daños colaterales que producen las
mismas, será muy difícil que, aunque
pensando lo contrario, encuentres personas dispuestas a “opinar” sobre el tema.
Pasa con adultos “formados” y con alumnos en fase de preparación. No están
acostumbrados a afirmar y exponer ideas contrarias a la corriente
pseudoecológica y pija que representan muchas veces los pseudocientíficos grupos
que practican el ecologismo actual.
Volvamos al ejemplo del desbordamiento de los ríos. Y en
concreto al río Ebro, que tanto destrozo ha causado en los últimos días (hoy 8.000 hectáreas anegadas... y
esperemos otro destrozo cuando se derrita la ingente cantidad de nieve caída…). Desde la
DGA y la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) se insinúa que habrá que “limpiar
el cauce del Ebro”, es decir, que habrá que dragarlo. Pues bien, todos sabemos
que ese es un tema especialmente sensible para los grupos conservacionistas. Es
como echarles un gato a la cara decir que se dragará el río. El quitar grava
del fondo de su cauce para que no haya desbordamientos lo consideran una gran
agresión al río considerado como un ecosistema. Y en parte no les falta razón.
Cualquier intervención sobre un ecosistema natural es una agresión al mismo.
Por ejemplo, el arar un campo para cultivar calabacines es una agresión
ecológica de primer orden. Y en el río pasa igual.
Pero parece que los tajantes contrarios a esos dragados no
cuentan en sus acervos culturales con la sencilla idea de que los ríos
estacionales, como el Ebro, tienen una dinámica fluvial natural muy agresiva. Me
explico. Hay dos procesos geológicos, denominados “divagación lateral” e “incisión
lineal” que actúan conjuntamente en el río y que ejercen una acción muy
semejante a la que se pretende hacer antrópicamente. Un ejemplo de la acción de
esos procesos puede verse, por ejemplo, visitando el bonito Museo del Puerto
Fluvial de la Zaragoza romana, en la Plaza de san Bruno de la capital. Allí
puede contemplarse la altura a la que pasaba el río en tiempos de los romanos, desde
hace ya casi 20 siglos, nivel que se sitúa unos 8 metros por encima del nivel
actual. Esa “incisión” la ha realizado el río solito, sin ayuda de nadie.
Naturalmente, los millones de toneladas de sedimentos “excavados”, “dragados”,
de forma natural por la corriente fluvial han sido llevados aguas abajo hasta
el Mediterráneo. Así mismo, en el Ebro y en muchísimos ríos que atraviesan
ciudades ha sido necesario poner diques de contención en sus orillas (El Sena ,
en París), o escolleras de bloques de piedra (en Zaragoza), para evitar esa “divagación”
y por tanto daños importantes en los barrios colindantes.
Por supuesto que la acción del río es destructiva y atenta
contra la integridad del ecosistema fluvial. Y no hay nada que hacer. Es un
hecho totalmente natural. Eso es así, está claro. Pero si la civilización nos
ha hecho afincarnos en las orillas de los ríos (por razones obvias) y los
cultivos necesarios se instalan en las planicies de las terrazas de los mismos,
tendremos que hacer un uso de los cauces para el provecho humano. Y si ese uso
supone que se modifique en parte la orografía del río y, por ende, la
estructura del ecosistema fluvial, habrá que entender que nuestra existencia está
dependiendo de esas “agresiones” a los ecosistemas. Vivimos en y de la
naturaleza. Habrá que respetar al máximo, con dedicación y normativas
estrictas, todas las actuaciones que se pretendan hacer con el fin de conservar
todo lo que nos rodea, pero no podemos
ser tan ilusos como para pensar que nuestro paso por la vida es sin tocar el
medio natural en absoluto. Vivimos de él.
Por eso no se entienden posturas como las que ahora estamos
viviendo con el Ebro. Por un lado, los políticos dicen que van ahora a hacer lo
posible por dragar el río y así evitar los males producidos, año tras año, con
las inundaciones de las zonas ribereñas. Y por otro lado, están desparecidos
del mapa los grupos ecologistas dejando huérfanos a muchos de sus seguidores,
aunque la gente no parece ahora muy sensibilizada con los daños sufridos por
los ribereños con las inundaciones. No dicen nada, ni la gente ni los grupos
conservacionistas. No opinan, o no se les oye. ¿Por qué? ¿No saben qué hacer en estos casos? ¿No
protestan ante un intento claro de agresión (DGA y CHE) al ecosistema fluvial?
En otros momentos, o mejor dicho después
de otras riadas, una de las opiniones de manual que argumentan es la genial idea de realizar unos
canales laterales al cauce actual como lugar de llenado de aguas “sobrantes”
del río en épocas de avenidas, a modo de pistas de frenado de urgencia en las
carreteras con gran pendiente. Esta solución, que aparece como propuesta de
actuación incluso en numerosos libros de
texto de ciencias ambientales, no deja de ser una especie de cohete artificial
demagógico, pues en la realidad es una
solución inviable. ¿En qué terrenos de huerta se realizarían esos canales afectando las
haciendas de muchos? ¿Eso no es destrozar también los ecosistemas circundantes
al del río? ¿Eso es conservar un ambiente sedimentario fluvial?
Como puede verse, el tema es controvertido y de difícil
solución. Y más aún que esa solución deje contentos a todos: pueblos ribereños,
agricultores, ecologistas y a la gente en general. Espero que los que quieren
oír ideas para contrastar, de esta índole u otras parecidas respecto a lo que
hay que hacer para dar soluciones de urgencia a una situación ya insostenible,
las oigan de los que siempre parece que son los portadores de la verdad
medioambiental, aunque las suelen dar cuando otros han dado ya otra solución, aunque sea errada. Por
experiencia recomiendo que esperen sentados.
Me parece interesante lo que escribes acerca de este tema tan candente de la llamada "limpieza" del Ebro. Como bien dices la cosa se complica desde el momento en que se habla de "limpieza" y de que el río esta "sucio", cuando en realidad de lo que se habla es de dragar el río. Llamar suciedad a las gravas que se acumulan en algunos tramos no tiene ningún sentido. Por esa regla de tres habría que llamar suciedad también a todas las fértiles tierras de labranza ribereñas que no son más que sedimentos que el río va dejando en cada crecida. Incluida la de estos días y las que vendrán en el futuro.
ResponderEliminarPero el principal problema que veo yo es que , en mi opinión y en la de muchos expertos en dinámica fluvial, los dragados, por muchas toneladas de gravas que se extraigan, tienen una utilidad nula. Dicho de otra manera: no hay dinero ni medios técnicos en el erario público para movilizar ni un 10% de los sedimentos que en una sola avenida el río redistribuye a su antojo sin ningún esfuerzo. Es como cuando estamos en la playa y excavamos una zanja que nos parece indestructible. Al día siguiente no quedará ni rastro de la obra. Pero como aquí lo que prima es el politiqueo, pues seguramente se acabará invirtiendo una buena cantidad de millones en acallar a los alcaldes de turno. Millones que por supuesto se llevará el río en la siguiente riada.Y vuelta a empezar.
Saludos.
Ramón