Homo heidelbergensis |
Mucha gente sabe que en Atapuerca se han descubierto restos
fósiles de dos especies extintas de hombre: Homo heidelbergensis y Homo antecessor.
El segundo se ha hecho especialmente famoso por haberse descubierto en niveles
intermedios del yacimiento denominado Gran Dolina, en la Trinchera del
ferrocarril de la Sierra de Atapuerca. En el sistema kárstico de esa misma
sierra, en la Sima de los Huesos de Cueva Mayor está la mayor acumulación de
restos de Homo heidelbergensis que
pueda imaginarse. Tras publicar Aguirre, Basabé y Torres la aparición de una mandíbula de ese
lugar en 1976, el Proyecto Atapuerca desarrolló sus actividades desde 1980, en esa sima como en la trinchera con sus múltiples yacimientos
fosilíferos.
Hasta el verano de 1984 se estuvieron realizando los
trabajos de estudio estratigráfico de los yacimientos de la trinchera y se
acometieron las primeras intervenciones
en la sima de Cueva Mayor. Se consiguieron restos fósiles abundantes de muchos
grupos de mamíferos que permitieron tener una visión de conjunto de los
intervalos de edad en los que se trabajaba, así como las variaciones en el
tiempo de diferentes paleoecosistemas sucesivos en un período no inferior al
millón de años antes del actual. Pero los restos de homínidos no llegaban. Por
más interés y ahínco que se ponía en conseguir restos humanos en alguno de los
yacimientos excavados, el fruto requerido no aparecía por ningún lado.
En la trinchera, los yacimientos se excavaron y muestrearon
con criterios puramente geológicos, con un control riguroso de los niveles
estratigráficos a los que se sometía su estudio. Sin embargo en la Sima de los
Huesos la cosa cambiaba. Muchos años de aparente expolio por parte de curiosos
aficionados a la espeleología habían destrozado
la capa superficial del relleno de sedimento repleto de fósiles (humanos
y de oso, sobre todo), por lo que el muestreo se hacía casi imposible de hacer
con buen criterio estratigráfico. Se
optó entonces, y no sin que eso supusiera grandes discusiones metodológicas
entre los componentes del equipo de excavación, por sacar por completo la
primera “capa” de depósito, de hasta 30 cm de espesor, para ser sometido a
lavado y recoger los restos óseos que allí hubiera. Del lavado de ese sedimento se
obtuvieron, por fin, los primeros restos de homínidos de la sima bajo la
dirección del profesor Emiliano Aguirre del proyecto Atapuerca. Esto ocurrió en
el verano de 1984.
La vida de una excavación puede verse desde el exterior como
algo, aunque duro físicamente, muy placentera y apetecible. Y es en parte así, desde
luego, pero cuando hay compromiso científico de sus participantes surgen roces
y tensiones, como en cualquier colectivo humano, en especial cuando los resultados y hallazgos no son
los que se esperan. Al menos en paleontología del cuaternario esto suele suceder
muy a menudo. La investigación avanza pero siempre se quiere más, y más espectacular
si puede ser. La alegría llegó, por fin, y las caras cambiaron. Había
esperanzas de que en la Sima de los Huesos hubiera muchos más restos de Homo heidelbergensis. Y así ha sido
comprobado después.
Mostrando orgullosos los primeros homínidos encontrados en Atapuerca dentro del proyecto de investigación. De izda a dcha: Almudena Muñoz, Enrique Gil, Yolanda Fernández Jalvo, y Gerardo Benito. |
Los mismo de la foto de arriba pero con Carmen Sesé, mi directora de tesis. |
Aunque la estratigrafía del relleno de Sima de los Huesos no
se haya hecho y los resultados o conclusiones a las que llegan los responsables
actuales del equipo de Atapuerca respecto a las variadas edades de los agrupamientos de
restos humanos en la sima pueden ser cuestionadas
científicamente, la riqueza paleontológica de este fenomenal yacimiento
cuaternario es incuestionable en todos los sentidos. Y el haber contribuido
desde el primer momento a conocer la reserva fosilífera de Atapuerca nos llena
de emoción y orgullo a los que estuvimos junto a Emiliano Aguirre en aquellos difíciles e intensos
momentos.
Las fotos que ilustran este documento muestran perfectamente
el estado de ánimo de los excavadores durante ese verano. La primera, donde
posamos todos con gesto serio y de circunstancias está hecha unos días antes
del feliz hallazgo de los homínidos de la sima. Las otras, en la zona de
lavado, con Almudena Muñoz, Yolanda Fernández, Carmen Sesé (una de mis
directoras de tesis), Gerardo Benito y yo, con los primeros dientes de homínidos encontrados en el sedimento lavado de
la sima, lo dicen todo. Esa misma noche, en la cena de la excavación, pudimos
vivir uno de los momentos emocionalmente más intensos de nuestra vida en
Atapuerca. Con ocasión de un homenaje a Emiliano Aguirre en Ricla (Zaragoza)
pude recordarlo y transcribirlo para su publicación. Lo expongo aquí en su recuerdo:
Me resulta muy difícil seleccionar una anécdota de las muchas que recuerdo haber vivido junto a Emiliano. Las hay de todo tipo: divertidas, serias, entrañables… pero la que describo a continuación no es fácil de calificar pues es de las que llegan directamente al corazón y te hacen vibrar.
Sucedió en el verano de 1984 en Atapuerca. Todos estábamos ansiosos por descubrir en el marco del proyecto de investigación en el que participábamos algún fósil de hombre en la Trinchera del Ferrocarril o en la Sima de los Huesos. Pero se hacían de esperar. Eran muchos los sacos de sedimento de la Sima que se lavaban a diario en el río Arlanzón por el equipo de micromamiferistas que allí estábamos, aunque los fósiles de homínidos no aparecían. Pero una tarde de lavado, y justo antes de una visita de Eudald Carbonell con más sedimento, ocurrió lo esperado. Habíamos encontrado la primera pieza dentaria de hombre del proyecto de Atapuerca. La alegría fue inmensa. Y la ilusión se desbordó aquella noche en la cena de la excavación. Sin embargo, y en una reacción confusa para nosotros, Emiliano permanecía callado y serio. Aunque nos extrañó, pensamos que diría algo más tarde, durante los paseos de las largas veladas en Ibeas de Juarros, sede del equipo. Pero no fue así. En los postres, que regamos en esa ocasión con cava, oímos un tintineo de copas. Era Emiliano que reclamaba nuestra atención. Estábamos expectantes. Y fue entonces cuando nos llevamos verdaderamente la gran sorpresa del día. Comenzando a hablar con sus entonces típicos “bueno, bueno” levantó su copa para hacer un brindis. Por supuesto, dijo, se alegraba de que, por fin, hubiéramos encontrado restos de hombre en Atapuerca, pero que no sólo brindaba por ello, sino que sobre todo lo hacía por su equipo de excavación, pues era por quien verdaderamente merecía la pena brindar.
El silencio fue sepulcral durante unos interminables segundos. No hubo estallido de júbilo y nadie hizo ningún comentario mientras brindábamos. Varios nos miramos muy emocionados, y no porque nos dijera eso Emiliano, sino por ser conscientes de tener la gran suerte de estar ante un verdadero gigante como persona y poder compartir con él uno de los momentos más emocionantes de nuestras vidas.
Son innumerables las veces que yo he contado esta anécdota a familiares y amigos como ejemplo de “tener clase” en la vida, y todavía me estremezco al recordarla, aunque sea la primera vez que la comparto con Emiliano públicamente, pues formaba parte de mi archivo íntimo. He sido un gran afortunado al conocer a alguien así.
Brindo por ti Emiliano.
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