Casi nadie cree ya en ellos. La gente está muy harta de oír y ver actuaciones de grupos
de ecologistas que se pueden considerar como extravagantes o exageradas. Todos
sabemos poner algún ejemplo en el que hemos sido “condescendientes” conceptualmente con ellas o
nos hemos callado por no herir o descalificar globalmente a esos colectivos y,
sobre todo, por aparentar ser políticamente correctos. Lo que más se ha llevado,
lo más “in” en ecologismo o pseudoecologismo, es el demostrar tener y practicar un
desbordante amor por la naturaleza además de un respeto total y absoluto hacia
todo lo que esté vivo en este mundo (excepto los humanos) y el paisaje que le rodee. Pero en nuestro fuero
interno sabemos que no todo es así.
Se nos pide demasiado
compromiso de actuación ecológica por su parte, o se quiere que traguemos con
todas sus consignas, de lo contrario se nos tacha de intolerantes, ignorantes,
destructores, retrógrados, o “fachas”,
que también les gusta mucho. Si se está de acuerdo con hacer navegable el Ebro
a su paso por Zaragoza (que por cierto, pienso no hacía ni la menor falta) es
que no eres respetuoso con el ecosistema fluvial (si se hacen abundantes puentes sí, claro), aunque
este punto estuviera incluido en los programas electorales de partidos
supuestamente progresistas; si dices que los parques de la ciudad no deben ser
diseñados con enormes extensiones de césped, muchos ni se enteran del porqué,
pero otros te tildan de “poco moderno e intolerante”; si dices que la energía
eólica es limpia, buena y eficaz para la
pureza ambiental de nuestro entorno, dicen los grupos ecologistas que no, ya que algunos
pájaros mueren por no ver sus aspas al rotar y que las ovejas se vuelven “modorras”
al pastar en la base de los
aerogeneradores; si criticas que muchos grupos de gente joven “concienciada con
el ecologismo”, muchos de ellos con insignias de Greenpeace o Ecologistas en
Acción, dejan tu parque más cercano
lleno de basura un fin de semana, te tildan de inmediato de reaccionario, o
algo peor; si les dices en una discusión
que si no quieren energía hidroeléctrica (por la necesaria construcción de
embalses) ni eólica, para abastecerse, tendrán que abrir más centrales
nucleares o irse a vivir a una cueva, te “clasifican” como adepto a lo nuclear y te dicen que así les hemos dejado el mundo
la gente como yo. Pero ¿cómo es posible?
¡si todos ellos son vecinos míos! Viven como yo, con el mismo ascensor, el
mismo coche, o parecido, la misma calefacción, agua caliente, tostadora,
microondas, lavadora, lavavajillas, frigorífico, secador de pelo... Son hijos
de padres que quisimos lo mejor para ellos en unos tiempos en los que se
empezaban a ver los adelantos de la televisión en los escaparates más cercanos,
y además podíamos adquirirlos a precios asequibles con nuestros sueldos y
ahorros. Quisimos vivir mejor y, desde luego, todo hay que decirlo, durante esa
época se destrozó mucho, demasiado, y con pocos miramientos ambientales, sobre
todo por desconocimiento. Después, en
las últimas décadas, y con la modernización de los planes de estudio, por fin llegaron los nuevos conceptos sobre ciencias de la tierra y medioambientalismo con los que aprendimos que
todo no valía, que era necesario educarnos en el respeto hacia la naturaleza, por
lo que muchos, aunque no todos, vimos la
necesidad urgente de estudiar y actualizarnos culturalmente para saber ecología
y medio ambiente.
Puedo asegurar que los de mi generación, que estamos ahora
alrededor de los cincuenta, no tuvimos ni un solo adiestramiento académico en
nuestra época estudiantil respecto a qué hacer con los vidrios, los plásticos,
las carcasas de corcho, ni con las bolsas de basura, vacías o llenas. Pero pronto
aprendimos con el resto de conciudadanos, humildemente, que era necesario respetar y cuidar nuestro
entorno, los montes, los valles, los ríos, y sin querer ni tener que renunciar
necesariamente a los avances que la
tecnología nos ponía en bandeja cada vez más deprisa y más baratos. Poco a poco
fuimos adquiriendo una “conciencia ecológica”, unos más y otros menos, pero
casi todo el mundo de nuestro entorno ha
sabido refinarse durante los últimos años en estos temas tan delicados que parece que
unos pocos quieren que sean ahora
solo patrimonio suyo. Y es en este contexto donde resulta penoso y a
veces vergonzante, ver a los integrantes de los colectivos más conservacionistas
manifestarse para, y viviendo además
exactamente igual que tú, reclamar o
reivindicar de las administraciones el uso de unos contundentes criterios de
supuesto respeto a la naturaleza, que se traducen en un “no tocar”, “no hacer”,
“no…”. Denuncian proyectos o actuaciones de desarrollo totalmente necesarios
para salvaguardar nuestro futuro y preservar así una alta y adecuada calidad de
vida, como pueden ser las modernas vías
de comunicación, actuaciones portuarias, o embalses, como si la administración los hiciera pensando
únicamente en contentar a pequeños colectivos contrarios en ideas medioambientales a las de ellos.
Como si no hicieran falta en absoluto.
Resulta indignante ver, por ejemplo, cómo grupos de jóvenes
uniformados con caras ropas de diseño y corte
ecologista, elaboradas la mayoría por
niños de países tercermundistas y con subproductos del petróleo, se manifiestan
en contra de la realización de embalses en alguna zona pirenaica. Destrozan los
ecosistemas, argumentan, además de arrasar con la nueva industria del “turismo de
aventura”. Penoso, repito, además de incomprensible e insolidario. ¿Cuántos de esos manifestantes
viven habitualmente en los pueblos circundantes? La respuesta es clara, la
mayoría son vecinos de grandes ciudades, en las que viven con todas las comodidades conseguidas gracias
al más recalcitrante de los hiperdesarrollismos. Pero no les importa esa
pequeña incoherencia pues son tan
sensibles con la naturaleza y con los sufridos habitantes de la zona afectada
que no se lo piensan dos veces en desplazarse hasta el frente reivindicativo
para protestar. Pero luego, recogen su pancarta y a casa, a 200 kms de
distancia, y a poder ser por autovía y en “todoterreno”. Y con la conciencia
bien tranquila. Su actitud seguro que servirá, como así ha sido en muchos
casos, para remover interesadas conciencias políticas que por no oírlos ni
verlos les donarán ciertas cantidades de euros como apoyo logístico a sus
justas y nobles causas ecologistas.
Seguro que a muchos les habrá indignado la exposición
anterior. La considerarán exagerada, maniquea, interesada, o sacada de quicio. A los que crean que hay
algo de verdad en esas frases les aconsejo que cuando se encuentren con alguno
que valore enormemente las actuaciones de grupos ecologistas, le pregunten si
sabe dónde están ahora metidos esos grupos, en plena época de la “pertinaz sequía” que estamos padeciendo. Que
les digan cuál es su propuesta ideológica de abastecimiento de aguas a la
población en estos difíciles momentos hídricos. ¡Ah!, y no se dejen contestar
con el manido tema de la necesaria “gestión eficaz del agua” que, aparte de que
no suelen tener ni idea de lo que eso es, hay que dar soluciones ¡ya!, para hoy,
sacando agua de ¿dónde?,… ¿de la bañera de tu casa? Si se fijan, comprobarán
con facilidad que últimamente los
reivindicativos grupos ecologistas han desaparecido del mapa. No intervienen en
coloquios de radio o televisión, no se manifiestan, no opinan. Se enquistan. En
tiempos de crisis parece que no son muy bien vistos, y ellos lo saben. Además, en épocas de bonanza económica seguro que
sacan más tajada. De todas formas esperan…
a que la administración actúe (se “equivoque” según ellos) y lanzarse sobre
ella diciendo que así, con esas actuaciones tan desarrollistas y demoledoras, la naturaleza es la que siempre sale
perdiendo. ¡Pero menos mal que están
ellos para defenderla! Bueno…, no les
extrañe, a eso nos tienen acostumbrados.
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