Se plantea ahora el
rotundo fracaso de los cursos y másteres
respecto al “enseñar a enseñar” que se están impartiendo en los últimos tiempos
en la mayoría de nuestras universidades.http://elpais.com/diario/2008/12/08/educacion/1228690803_850215.html Y hay quien piensa que ese es, precisamente, el origen
del tantas veces citado (y muy usado
políticamente) fracaso escolar preuniversitario: que no se sabe enseñar. Además,
parece ser que uno de los últimos bulos que corren por ahí es que una obligada aplicación
en los centros de secundaria de la repipi jerga psicopedagógica moderna, además
de un sinfín de ocupaciones burocráticas del profesorado, son las trabas principales que determinan ese
fracaso escolar.http://www.xarxatic.com/burocracia-educativa/ Nada más lejos de la realidad. Se piensa erróneamente que los
docentes de bachillerato se pasan el día rellenando detallados y enfarragosos
informes sobre el alumnado y su proceso de aprendizaje, lo que les impide
preparar con tiempo y calidad sus clases. Por otro lado, la imposición de seguir los preceptos pedagógicos modernos sobre el
qué y cómo enseñar, además de un intento fallido de enseñar a aprender, lastran
de tal forma un adecuado proceso educativo que la situación es (casi) irreversible.
Y claro, el nefasto resultado educativo está servido, pues es una consecuencia
directa de esa inadecuada dedicación del profesorado.
Es cierto que muchos preceptos pedagógicos modernos han sido
y son aplicados a rajatabla por profesores
de los centros de Educación Primaria. Y también que los resultados obtenidos
allí dejan mucho que desear respecto al nivel de contenidos conceptuales que
debieran adquirir la mayoría de alumnos
de esas primeras edades, aunque creo que es de justicia decir que posiblemente
en otros aspectos educacionales, el alumnado de primaria sí adquiere destrezas
que antes no conseguíamos ni de lejos. Pero el problema está en que muchos de
ellos sufren un choque traumático cuando llegan a los institutos y se tienen
que enfrentar a la inmensa presión a la que se les somete. Se sienten
abrumados, y con razón. Ni se aplica jerga psicopedagógica ni se imparten clases
cogidas por los pelos. La catarata de información que reciben desde el primer día
es tal que son muchos los que desde el
principio piensan en abandonar. Poco a poco se van adaptando (la mayoría) a
algo nuevo para ellos: tienen que aprender contenidos de muchas disciplinas sin
tener que seguir oyendo frases o ejercer comportamientos más propios de “Alicia
en el país de las maravillas”.
Al parecer, los colectivos de ideólogos pensantes en las
facultades de educación (antiguas Escuelas de Magisterio) dedican sexenios enteros
de su investigación en averiguar cómo debe afrontarse el binomio
enseñanza-aprendizaje. Sin sus recomendaciones, conclusiones, y profundas reflexiones seguiríamos llamando “recreos” o “descansos” a
los ahora bien llamados “segmentos de ocio”, o “trabajos en equipo” a los
verdaderos y efectivos “trabajos cooperativos”. Menos mal que se invierten
suficientes presupuestos en contratar a estas gentes para que piensen e
investiguen estas cosas, pues de lo contrario estaríamos perdidos al no conocer
con detalle y claridad las muchas diferencias entre esas denominaciones, la
antigua y la moderna, que reciben los trabajos hechos entre varias personas. No
sabríamos entonces, confundidos por la ignorancia, qué hacer con los alumnos,
ni motivarles ni enseñarles nada de nada. En los centros de secundaria se está
tan lejos de los preceptos actuales psicopedagógicos emitidos desde los
departamentos correspondientes de las facultades de educación, que es casi
imposible encontrar en los institutos ni
uno solo de esos conceptos teóricos que,
por otra parte, sí aparecen reflejados en artículos de prensa sobre educación, casi a
diario, como si fueran de dominio público y uso cotidiano.
La mayoría de los
profesores de secundaria que yo conozco (y no son pocos) ejercen su profesión
enseñando de una manera donde prevalecen sus aptitudes personales y su
capacidad de generar atracción en sus alumnos hacia su materia. Para ello usan
armas tan sencillas y útiles como un conocimiento exhaustivo de su materia,
además de la afabilidad, empatía, claridad en la transmisión de datos y, sobre
todo, mucha comprensión y aceptación de la existencia de un gran abanico de
posibilidades en cuanto al raciocinio y capacidades de sus alumnos. En
definitiva, usando el sentido común y la humanidad. Rara vez alguno utiliza la
varita mágica supuestamente recibida en alguno de los muchísimos cursos de “formación”
que ha tenido que realizar (y sufrir) en su carrera profesional, muchos de
ellos impartidos por psicólogos, pedagogos, y educadores varios.
Otra cuestión es que en los institutos de secundaria y bachillerato
se enseñe lo que hay que aprender. Esto es muy discutible, pero seguramente se
enseña muchísimo más de lo necesario para la vida actual, y, por supuesto,
mucho más que hace unos decenios. Es tal la acumulación de asignaturas y contenidos
que se imparten que estoy por apostar que esos iluminados de la psicopedagogía
empeñados en cómo enseñar a aprender (aunque no se sepa de lo que se enseña)
serían incapaces de aprender todo lo que se enseña en la actualidad. Además de
contenidos (desde luego no tantos como ahora), hay que enseñar entusiasmando a
la gente, dando ejemplo de cómo se debe aprender algo, y queriendo contactar
con el alumnado convenciéndole de su
necesidad de saber y aprender. No hay que considerar al alumno como alguien anónimo que pasa durante unos
años por allí, sino como parte integrante
de una sociedad que necesita formarse como persona, y lejos de ser una máquina
de repetición de frases, fechas o
conceptos.
La verdad, no me imagino yo a algunos de mis queridos y
excelentes profesores de mi bachillerato como Luis Barreiro (el autor de los
cuadernillos de matemáticas de “Barreiro y Rubio”), o de la universidad, como Leandro Sequeiros o Emiliano Aguirre, haciendo
un máster para poder dar sus clases transmitiendo y conectando con el alumnado
con la brillantez con la que lo hacían. ¿Dónde aprendieron ellos a enseñar?
Totalmente de acuerdo. Sólo hay que leer libros com El Panfleto Antipedagógico o Quién Fracasó con el Fracaso Escolar para darse cuenta que años hace que se llevan denunciando las fallidas praxis de muchos pedagogos teóricos que no imparten clases a 30 alumnos por aula, más de 20 horas por semana y con una elevada diversidad mundial de púberes.
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