Me refiero a los que creen que adquieren los alumnos. Cuando
van cumpliendo años, y a base de convivencia con ellos en los cursos impartidos
con anterioridad, se establece muchas veces una relación entrañable que no suele ser
lo habitual fuera de la docencia preuniversitaria. Pero esto conlleva una serie
de riesgos que no siempre se saben predecir, prevenir y corregir con facilidad.
El que haya confianza y buen ambiente en una clase no es sinónimo de que todo
el mundo pueda hacer lo que le venga en gana en cualquier momento de la misma.
Y hay quien no lo ve con claridad, con
lo que surge el conflicto.
Aunque la mayoría del alumnado entiende y asume con normalidad su rol en un
centro educativo, algunos piensan,
equivocadamente, que el profesorado debe aguantar las impertinencias que se les
ocurra hacer, que para eso tienen sobrada confianza y les conocen desde hace
años. Por desgracia se les ha acostumbrado desde pequeños a recibir un trato basado en un excesivo mimo y protección, por lo que los menos
maduros personalmente, cuando llegan al inicio de su juventud, sienten que el profesorado les debe seguir cuidando, cuando no aguantando, como si fueran indefensos seres vivientes que
solo necesitan apoyos, atenciones, y libertad mal entendida. Y eso supone un
déficit formacional que solo se consigue corregir con mucho interés y reconocimiento
del problema por su parte, y mucha dedicación, contundente y con criterio claro, del
profesorado.
Cuando a estos se les
pone alguna vez los puntos sobre las íes
no lo entienden, se sobrecogen, piensan que se les maltrata, y descubren con asombro que la
relación fluida y amigable que se vivía en la mayoría de las clases puede
tornarse en una especie de tifón que remueve comportamientos y posos de hábitos
mal adquiridos, poniéndolos en su lugar a cada uno de ellos. Descubren la única
dimensión de la docencia que les es rara y lejana: la disciplina y el orden,
dentro de un ambiente cordial. Deben llegar a entender que esos actos para
reconducir situaciones son los que les harán madurar y comprender que la vida
no se hace a base de lametones “buenistas” y cantando “viva la gente”, sino que
suele estar preñada de ajustes y toma de decisiones duras que terminan
purificando el ambiente. Pero eso también es educar.
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