Ninguno de los amigos de sus años jóvenes nos hemos enterado
a tiempo del fallecimiento repentino de Javier Cuchí Oterino. Ocurrió en
febrero del 2014 en Addis Abeba, Etiopía, donde prestaba servicios en la
embajada española. Ni Nacho Valenzuela, Rodolfo Gozalo ni yo mismo hemos podido despedirle adecuadamente. Este geólogo
tenaz y perseverante comenzó su carrera profesional dirigiendo la Mancomunidad
Comarcal con sede en Benabarre, en Huesca,
donde forjó una familia de tres hijos junto a Almudena. A ella la conoció en
Atapuerca, yacimiento al que me acompañaba durante los años 80 mientras yo
hacía mi tesis doctoral allí. De gran y contundente carácter (quizás por eso
fuimos amigos) en muchas ocasiones exponía su disconformidad con los originales
planteamientos metodológicos de algunos paleoantropólogos, ahora famosos, del equipo
de investigación de Atapuerca. Y he de decir que no le faltaba razón en sus
discrepancias metodológicas, generando con ellas enriquecedoras discusiones entre los integrantes
de la excavación que se tenían muy en cuenta después en numerosas ocasiones.
También fue la persona que en una excursión turística con su
hermano José Antonio visitó las cuevas de Molinos, en Teruel, y pudo coger en
una bolsa de patatas fritas vacía un puñado de sedimento del relleno sedimentario
que vio dentro. Me lo trajo, se lavó, y de ese puñado salieron unos 20 dientes
de micromamíferos fósiles de finales del Cuaternario que sirvieron para
promover el proyecto de investigación que en 1984 se llevó a cabo en la
conocida Grutas de Cristal de Molinos, con excelentes resultados. Entre otros
el estudio de la mandíbula del antiguo Hombre de Molinos y la abundante fauna y
flora fósil adyacente.
Javier siempre estaba. Desde que opositó al cuerpo
diplomático en 2005, sirviendo nada menos que en lugares como Afganistán, Otawa
(Canadá) y ahora en Etiopía, nos
habíamos visto bastante menos. Sé que cuando viajaba a Madrid por razones de
trabajo visitaba a nuestra amiga común del Museo de Ciencias Naturales, Carmen Sesé,
con la que también convivió mucho en Atapuerca. En dos ocasiones, entre los años 2011 y 2013 quedamos en Zaragoza para
hablar de los tiempos pasados y, sobre
todo, de los presentes, así como de su visión de la política internacional de
España, muy diferente a la de cualquiera de nosotros, si es que tenemos alguna.
También de su última pasión, la fotografía étnica, de la que publicó en su
página de facebook excelentes trabajos. Javier era así de especial, enérgico,
entregado, y con mucho criterio.
Ahora se ha ido. En silencio, discretamente. Y nos hemos
enterado tarde…, pero no olvidamos.
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