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IES María Moliner de Zaragoza. |
Vuelve a
aparecer el barrio Oliver de Zaragoza en la prensa por problemas con algunos peculiares vecinos. Y vuelven a sorprenderse. Les parece increíble y sorprendente (enlace a la noticia de prensa) que pasen cosas como que
críos de entre 8 y 15 años asalten y agredan a personas mayores; o que se incendien
habitualmente contenedores de basuras u otro tipo de vandalismo; o que se viva
en una situación de inseguridad y miedo
en sus calles. Nadie ha hecho nada hasta ahora. Y siguen sin enterarse de que es un problema de educación
Educación a
dos niveles: a nivel familiar y grupal por un lado, y en los centros educativos
por otro. La inmensa experiencia que acumulé durante 11 años trabajando en el
IES María Moliner, el instituto del barrio, me hizo despertar a muchos aspectos
sociales que jamás había vivido, ni soñado. La acumulación de personas de raza
gitana en el barrio con la consiguiente legión de asistentes y trabajadores
sociales procedentes de distintas instituciones es uno de los principales
problemas para solucionar el estado de “excepción” con el que allí se vive
desde hace lustros. No es posible tener allí, en plan “guetto”, a un colectivo de gente que, por desgracia,
solo piensan en que les den algo para vivir, trapichear, salir del paso, o
camuflarse, eso sí, en un rincón apartado de nuestra sociedad. Y claro, si para suministrarles de
todo lo que les es necesario hace falta crear un montón de plazas para personas
cuya profesión es “ayudar” a las familias necesitadas, pues se crean, sirviendo
así ese colectivo de freno social a la protesta o a la indignación por estar así hacinados,
haciéndoles creer que son muy bien tratados por una sociedad que supuestamente les ampara y
contempla.
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Vandalismo en el barrio Oliver de Zaragoza. |
Entre la marginalidad del barrio Oliver se encuentra el colectivo
gitano (es allí el mayoritario), que fue durante muchos años el objeto y "niño mimado" de la acción social zaragozana . No se les forma ni reestructura su forma de vida (en muchas ocasiones caótica) pero sí se les proporciona
vivienda, subvenciones, ayuda social,
colegio y manutención a su gran prole, a cambio de no molestar, estando así aparcados, retirados y
aislados de una sociedad que se empeña en decirles cómo se tienen que
comportar cuando salen del guetto. Se les da sin pedir nada a cambio, o como
mucho, un comportamiento "ejemplar" (de payo) que por supuesto no sale de muchos de ellos, no sé si por
naturaleza o costumbre, y que no están por la labor de hacer, lo que les impide
relacionarse e imbricarse con el resto de la sociedad.
En lo que
respecta a la educación a nivel de
primaria y secundaria en el barrio los resultados sociales no pueden ser más
desastrosos para este colectivo tan desfavorecido, por no decir engañosos. Durante las
innumerables visitas y protestas que se hicieron desde el equipo directivo del instituto en la década de los 90 y la
primera parte de los 2000 al Servicio de Educación aragonés, controlado por
el PP ó el PSOE, daba igual, no se movió un dedo para acabar con la concentración
masiva de alumnado con “necesidades educativas especiales”, y conflictivo, en
los centros públicos del barrio. La sugerencia que se hacía era que, en
aplicación de la ley, se repartieran estos alumnos entre todos los centros
subvencionados con fondos públicos, lo que incluye al remilgado colegio
religioso concertado de las “claretianas” de la entrada al barrio. Como
contestación sólo se escuchaba que los padres tenían libertad de elección de
centro… ¡Valiente libertad! ¡Solo cuando hay igualdad de condiciones es cuando se elige
en libertad! Si se tiene que elegir entre algo muy bueno para tus hijos y algo
muy malo, la elección está clara. Por eso el instituto se llenaba de alumnos
con muchas (demasiadas) necesidades y conflictos personales, a la vez que a los privados concertados no
iba ni uno. La situación fue empeorando
a finales de los 90 y llevó poco a poco a la insostenibilidad del centro que aplicaba (aunque con muchas modificaciones) el
tipo de enseñanzas regladas que son las que caben, a mi juicio, en un instituto,
y por tanto se nos ofreció en el año 2002 a todo el profesorado del centro la
posibilidad de salir de allí, pues se cambiaba el modelo de enseñanzas que a
partir de ese momento se iban a impartir. No se plantearon repartir alumnos “especiales”,
había que tenerlos a todos recogidos y escondidos. La hipocresía política
aplastó un posible acuerdo de solución para el barrio. Por supuesto, nos fuimos.
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Más vandalismo en el barrio. |
Los años
siguientes el centro se dotó con un equipo directivo en comisión de servicios y
muy “dispuesto” a solucionar los problemas internos, además de unos cuantos
sufridos profesores que por no estar en el destino de un pueblo dando clases se
volvían a la ciudad en plan kamikaze, aunque fuera al María Moliner. De estos
últimos raro es el caso que haya durado más de un año en comisión de servicios,
y el equipo directivo ha ido cambiando cada poco tiempo por “reajustes”
orgánicos. Pues bien, aún se atrevió esta gente a desprestigiar la labor de los
que nos habíamos ido cuando consiguieron un premio nacional a la convivencia,
desarrollado con su mimado colectivo marginal del “instituto”. Desde luego que desde que se
cambió al profesorado ya no se volvieron a leer en prensa nuestras quejas y reivindicaciones respecto al reparto
del alumnado, ni hubo más visitas de protesta a la Consejería de Educación. Se
calló todo. Se consiguieron premios de convivencia y la estancia allí parecía propia de
un mundo feliz. ¡Qué maravillosos profesionales! Objetivo cumplido entonces: la
gente difícil y conflictiva (por muchos motivos) estaba finalmente domesticada.
Un gran logro, sin duda. Sin embargo, estábamos informados por personal interno
y externo al centro que eso no era así. Que nada más lejos de la realidad. Que
el ambiente interno seguía igual o peor que cuando lo dejamos nosotros. Que parecía
todo más bien una especie de pantomima de cara a la galería.
Por suerte
tuve y sigo teniendo buena relación con muchos de mis queridos exalumnos no
gitanos que también vivieron y sufrieron esa época en el instituto. Muchos de
ellos siguen viviendo en el barrio y otros se han marchado de allí aunque
mantienen relación con amigos y familiares que todavía habitan en el Oliver. Me
cuentan que las cosas siguen muy parecidas a entonces. Algunos incluso se
sublevan al ver cómo actualmente en la prensa se siguen aireando los trapos sucios
del barrio sin que nadie ponga remedio a la situación. Solo les puedo
recomendar que no caigan en la simple trampa de querer solucionar estas
situaciones de agresiones y vandalismo con fuerza bruta y violentamente. Seguro
que detrás de la noticia hay alguien que quiere más revuelos y alborotos...
Debemos estar todos convencidos de que únicamente un sistema educativo
integrador de estos colectivos puede dar el resultado deseado por todos. No hay
que recurrir al enfrentamiento étnico ni grupal. Hay que educar, pero bien. Y
si para ello hay que recurrir a la protesta social para que se deje de una vez
de acumular intencionadamente a un colectivo poco integrado, pues se protesta y
se reivindican acciones que hasta ahora brillan por su ausencia. Habrá que
coger el toro por los cuernos de una vez. Echo de menos una buena asociación
vecinal que se plante y deje de conformarse con pequeños logros y prebendas de
las instituciones y se enfrente por fin a la situación. Es necesario un órdago
a la grande.
Los desgraciados acontecimientos que han salido ahora, nuevamente, en prensa demuestran que queda mucho por hacer en el barrio Oliver. Quizás se consigan resultados para la generación siguiente si
se consigue un verdadero apoyo institucional y la participación de todos.
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Los vecinos del barrio Oliver con el nuevo alcalde
de Zaragoza buscando soluciones a la situación creada. |