¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

martes, 26 de junio de 2012

Montañas seguras.

Mallos de Riglos (Huesca).

     Así se denomina el convenio-programa firmado por el consejero de Política Territorial e Interior de Aragón, Antonio Suárez, Ibercaja y la Federación de Montaña, dotado con más de 113.000 euros. Y así  ha definido el consejero los tres ejes de la campaña: “Por un lado una red de informadores voluntarios, una página web de referencia con información práctica absolutamente nueva y, en tercer lugar, actividades didácticas con jóvenes en campamentos, que también este año se van a reforzar ostensiblemente”. El principal objetivo que les ha empujado a firmarlo es que en lo que va de 2012, 96 situaciones han exigido un rescate, 71 heridos y la triste cifra de 7 fallecidos.

     Nada que objetar. Cualquier ciudadano que lea esta noticia en el periódico se queda con la bonita idea de que las autoridades políticas y financieras junto a deportistas de montaña se ponen de acuerdo para reducir el número de accidentes, especialmente del pirineo aragonés. Además, el secretario general de la Federación Aragonesa de Montaña, Fernando Sáinz de Varanda, ha asegurado que a los más jóvenes “lo que se les intenta inculcar es que cuando tengan que hacer una actividad, lo primero es que estén físicamente adecuados a ella, que sean conocedores de cuáles son sus limitaciones para no ir más allá y llevar el material más adecuado”.


    
      Pero no nos engañemos, las montañas no son seguras. Y creo decirlo con suficiente conocimiento de causa. Desde la licenciatura o grado de geología lo primero que se inculca al alumnado es que el respeto, cuando no el miedo, es lo primero que hay que tener cuando se sale al monte a realizar trabajos de campo. Aunque ese miedo no restringe en absoluto, si se hacen bien las cosas y con prudencia, los recorridos e itinerarios, a veces muy difíciles, que se han de superar en la montaña con el fin de conseguir unas muestras o comprobar alguna estructura geológica. Ese miedo te enseña a ser prudente, y a no pensar que como llevo unas botas estupendas del Decathlon ya me van a llevar por todos los sitios sin mirar donde piso. Y ese es uno de los principales problemas con los que hay que batallar en eso de disminuir accidentes de montaña: la ignorancia geológica.

     Resulta incomprensible para muchos como esos “experimentados montañeros”, como dicen los medios, son capaces de subirse a los mallos de Riglos, en el prepirineo oscense  por poner un ejemplo, y demostrase por enésima vez, a sí mismos y a los de su entorno, que son capaces de subir hasta allá arriba (ayudados, eso sí, por un formidable equipo que poco tiene de natural y artesano) para sentirse “realizados” o simplemente los dueños del mundo al ver unas formidables vistas. Y más incomprensible aún si supieran que esos mallos están compuestos por unos conglomerados en los que una matriz arcillosa empasta cantos y bloques, en una textura inconsistente, frágil y fácil de deshacer. Esa debilidad rocosa es la que ha causado allí numerosísimos accidentes, muchos de ellos mortales, y no sé si les habrá compensado a los compañeros de los accidentados o a los que quieren iniciar una “aventura” de tanto riesgo. Pero siguen subiendo.




     La verdad, desconfío en que “una red de informadores voluntarios”, “una página web de referencia con información práctica absolutamente nueva” y, “actividades didácticas con jóvenes en campamentos”, que son los tres puntos que justifican este convenio dé resultados. Vayamos por partes.

"Una red de informadores voluntarios".

     Muchos de los que sufren accidentes de montaña graves (no una caída con esguince o magulladuras por caída leve) son gente que sabe lo que quiere hacer en el monte: subir una pared vertical, rapelar, o barranquismo de alto riesgo. No me imagino yo a unos entregados voluntarios acercándose a esos montañeros que se suelen ver en las poblaciones cercanas a las “vías” de montaña, cargados y ataviados cual astronautas de la NASA, para decirles lo difícil que es lo que van a hacer, y que tengan mucho cuidado ahí arriba. La verdad, no lo veo.


"Una página web de referencia con información práctica absolutamente nueva".

     Magnífico. Seguro que se incluyen mapas topográficos, incluso geológicos por si hay alguien que los entienda, vías, recorridos, y teléfonos de urgencias. Y seguro que esta web puede ser usada por personas poco experimentadas o dudosas de un recorrido, pero considero de poca utilidad para las personas que, en el desarrollo de su actividad montañera, se fijen o basen sus experimentos en una página web de la consejería correspondiente. Aún así, hay que reconocer que se pueden obtener de allí datos de interés.


"Actividades didácticas con jóvenes en campamentos".

     Desde mi punto de vista, este es el objetivo más sensible y comprometido. Será por mi situación personal de docente  en materias como Geología y Ciencias de la Tierra y medioambientales, pero me parece el punto principal. Sin conocer  aún el contenido de esas actividades didácticas, la idea que se suele pretender hacer con los jóvenes, y en esto hablo por experiencia personal, suele estar encaminada a la utilización   correcta de mapas de senderos, ejercicios de orientación, o uso del variado material de montaña, como montaje y recogida de tiendas de campaña, hacer vivacs, nudos en cuerdas especiales, o primeros auxilios. Todos estos conocimientos son necesarios, claro está, para poder salir de alguno de los muchos atolladeros en los que nos vamos a meter en cuanto pongamos un pie en el monte. Pero esta formación previa olvida por completo, a mi juicio, dos aspectos fundamentales. En primer lugar, y el segundo en orden de importancia para mí, el conocimiento geológico de la zona por la que se va a transitar. Es difícil encontrarse por el monte, y no niego que las haya, con personas formadas en geología que se dediquen a hacer una travesía de mayor o menor dificultad, con el ánimo de divertirse o realizarse personalmente. Y en segundo lugar, y principal, la falta de necesidad real de hacer como actividad encaminada a desarrollar un cariño o apego especial a la naturaleza, ese tipo de escaladas, travesías, rapelar, tirolinas en valle, o “rafting”, “puenting”, o cualquier otra cosa que acabe en “ing”.




     La montaña no es un juego. Nadie debe confundir el pasarlo bien en el monte con hacer proezas de escalada o travesías innecesarias y peligrosas. El monte es traicionero, cambiante, poco seguro, y en la mayoría de las ocasiones pasa factura a los que se adentran en él sin saber nada de nada de materiales, rocas, fallas, pliegues, deslizamientos de laderas, y toda una colección de riesgos geológicos que solo se detectan si se tienen criterios científicos y conocimientos geológicos seguros. El monte no es un parque de atracciones. Solo conociendo la montaña y sus peculiaridades geológicas puede disponer de esos costosos materiales que le permitirán realizar un recorrido por ella. Ese halo de misterio, atracción por lo “natural”, sentir la adrenalina generada por el peligro y posibilidad de morir despeñado, el encontrarse con la madre naturaleza, o cualquier otra de las ideas o justificaciones que he leído y oído a muchos incautos que han practicado o empezado a practicar el montañismo, se deshace como por arte de magia al tener que dar la talla ante un verdadero problema en la montaña. Y todo eso dudo mucho que se aprenda en unas actividades con jóvenes en un campamento de verano. Monte sí, pero sabiendo lo que se hace.


martes, 19 de junio de 2012

Profesores universitarios "divinos".


     Examen de  selectividad de junio de 2012 de la Universidad de Zaragoza. Ha ocurrido una vez más. El alumnado de bachillerato se ha visto  sometido al desprecio que supone que se le examine de algo que se ha pactado a principio de curso que no va a formar parte de esos exámenes. En este caso, de Matemáticas II. ¿Un fallo, error, o simplemente un despiste del coordinador universitario encargado de diseñar la prueba? Puede ser, no hay que descartar ninguna opción, pero si se tienen  datos frescos como los que yo poseo, no se concluye de ninguna manera en alguna de esas opciones. Y esto lo digo pues he sido estos días vocal de un tribunal de selectividad para la asignatura de Ciencias de la Tierra y medioambientales. La compañera de matemáticas del mismo tribunal explicaba indignada cómo en una reunión con el coordinador de matemáticas de la facultad,  tras las numerosas quejas y reclamaciones del alumnado que se examinó de matemáticas, el docto profesor les hizo el siguiente comentario: “Yo no sé qué es lo que enseñáis en los institutos”.
     Se lo podemos decir, no hay que alarmarse, aunque esto es lo de siempre. Es un comentario habitual, y casi se ha convertido ya en normal. Resulta muy fácil oír este tipo de expresiones de muchos profesores universitarios respecto al pésimo nivel que tienen los alumnos de bachillerato al entrar en la universidad. Esto no es nuevo.  ¡Qué lástima que no hubiera estado yo! Le dije a la compañera de matemáticas. Le hubiera contestado muy a gusto a ese profesor igual que lo he hecho ya en numerosas ocasiones a otros de otras disciplinas, incluso más osados que ese. La contestación que este tipo de iluminados se merece consiste en explicarles a los pobres lo que se imparte en los institutos, que al parecer no lo saben. Desde luego se enseñan muchas cosas que él no conocía a los 18 años, porque nadie se las explicó nunca. Y no me refiero a valores éticos y morales, que también seguramente a juzgar por su actitud, sino a datos, “ítems”, información conceptual pura y dura, de la que a ellos les  gusta para pensar así que se tiene buen nivel. ¿Sabrá este personaje algo más que matemáticas? No lo sé, pero, por experiencia, lo dudo, y mucho.
     Pero el divinismo que sufren muchos profesores de la universidad no se quita de la noche a la mañana. Es necesario hacerles ver la gran cantidad de temas,  vastos y variados conocimientos,  que aunque  sencillos de comprender (desde luego no como las matemáticas…) hacen falta tener  a su  edad  para entrar hoy en día a la universidad. Y eso incluye un buen número de asignaturas que antes, “los bien formados”, no vimos ni de lejos. ¿Qué informática vio él en sus estudios preuniversitarios? ¿Cuándo usó por primera vez un ordenador? ¿Estudió también dos idiomas? ¿Se formó en tecnología? ¿Qué le explicaron de medio ambiente, geología o Tectónica de Placas (ahora se ve desde 2º de ESO)? En fin, podría seguir haciéndole preguntas de esta índole, pero creo que no obtendría más que respuestas negativas o confusas, como escabullendo el bulto. Y eso a este de Matemáticas, que si se las hacemos a algunos de los llamados de “letras” la divinidad de este no parecería la luz de una vela.
     Yo no le preguntaría jamás a este señor qué le habían enseñado en el instituto. Y tampoco le pondría en el compromiso de cuestionarle en concreto sobre lo que sabe o deja de saber, ahora, a su edad,  sobre otros temas no matemáticos, aunque, sin malicia, y sin ánimo de avergonzar a nadie, sí le pondría algunos de los exámenes que me resuelven perfectamente mis alumnos de 4º de la ESO de Biología y Geología ( y digo de 4º para no abochornarlo con unos de 1º de ESO) y comprobar así  lo bien preparado que está o que pareció que estaba cuando entró en su santuario docente.
     No podemos hacer casi nada más. Pero lo que es seguro que no podemos hacer es callar. Tenemos la obligación, los docentes de secundaria, de reivindicar el más que aceptable nivel académico que consiguen nuestros alumnos cuando acaban el bachillerato, que ya lo hubiera querido yo para mí. Y, a la vez, arrinconar a estos casi seguro acomplejados profesores que desde su púlpito universitario enturbian una institución que quizás no merece tenerlos entre sus filas, pues la imagen universitaria que ofrecen es penosa. Puede que tengan una gran inteligencia matemática, pero la social  está claro que deben reforzarla.

domingo, 10 de junio de 2012

Dataciones por el método del carbono 14 (C14).


     Es un método de datación muy conocido. Se utiliza habitualmente, desde hace décadas, para realizar dataciones más o menos precisas de determinadas obras de arte o documentos  históricos, como la Sábana Santa de Turín, o de  numerosos yacimientos arqueológicos. Recuerdo cómo,  a comienzos de los 80, el entonces Director General de Arqueología mencionó en una entrevista, y ante la sorpresa de muchos que nos dedicábamos a situar en el tiempo acontecimientos geológicos usando fósiles, que habían utilizado el método del C14 para datar al recientemente descubierto “Hombre de Orce”, en la cuenca geológica de Guadix-Baza, en Granada, asignándole una edad de, nada más  ni nada menos, que de 1,6 millones de años.
     El método se basa en que  el C14 y el C12 son dos isótopos del carbono que se encuentran tanto  en  la atmósfera como en los seres vivos, formando parte de sus estructuras anatómicas. El C12 es el isótopo ordinario del carbono, mientras que el C14 se produce en la atmósfera como consecuencia del bombardeo de los rayos cósmicos sobre átomos de N14 (nitrógeno 14). Este C14 así originado se mezcla con el oxígeno atmosférico produciendo CO2, que es absorbido por los seres vivos en la misma proporción que el compuesto por C12. Mientras los animales o plantas están vivos, ambas proporciones se mantienen igualadas, pero al morir, el C14  emite  partículas beta, pasando de nuevo a convertirse en nitrógeno (N), que pasa de nuevo a la atmósfera.  Se comprueba entonces en una muestra orgánica la proporción que queda o registra entre las cantidades de  C12 y C14, que ya no estarán equilibradas, pudiéndose deducir la edad aproximada a la que el proceso de desintegración  comenzó. Para ese propósito hay que tener en cuenta el período de semidesintegración (T), es decir, el tiempo en el que un gramo de C14, inestable, se reduce, por desintegración radioactiva, en la mitad, es de “solo” 5700 años. Este hecho permite  únicamente el uso de este método  en dataciones relativamente recientes de elementos orgánicos, como restos de árboles, semillas, hojas, o huesos,  de hasta  entre 40.000 y 60.000 años, como mucho.


     Si tenemos en cuenta esta edad máxima a la que se puede llegar con una datación con C14 se explica el asombro ante el dato antes expuesto de 1,6 millones de años para el supuesto homínido granadino. En este caso de Orce, claramente demostrado el error inicial, y  en otros muchos ofrecidos por numerosos  estudios arqueológicos respecto a sus dataciones de yacimientos con el método del C14, es necesario ser cautos y precavidos antes de “fiarse” del dato obtenido.  Quede claro que en absoluto se pone en cuestión el método científico, ni su resultado, en el que se registra la relación C12/C14 de una muestra, pero la pregunta que creo debemos hacernos es ¿qué es lo que se está datando?  Para contestarla hay que insistir en que únicamente muestras de restos orgánicos son válidas para aplicarles el método del C14. Solo orgánicas, y eso significa que,  por tanto, no sirve ningún tipo de restos cerámicos, fragmentos de roca tallados, enterramientos, abalorios de piedras preciosas, recipientes de cristal o roca,  o los famosos molinos de piedra “neolíticos” que se venden en el desierto del Sahara casi como recuerdo, tildándolos de “muy antiguos”. Por tanto, solo la tergiversación  interesada de datos o la ignorancia pueden  justificar determinadas aseveraciones de “especialistas” cuando informan de los resultados a los que han llegado en la datación de algo, en especial cuando ese algo no es orgánico.

Huevo de avestruz con el Nilo y las tres pirámides.
Detalle del huevo de avestruz, datado en 8.000-9.000 años.

     Uno de los casos paradigmáticos para ilustrar esta confusión reinante en esto de las dataciones, es el de las pirámides de Egipto. La datación “oficial” que los arqueólogos  nos ofrecen según sus “investigaciones” es de 4.500-4.600 años. ¿Cómo lo saben? ¿Qué han datado exactamente para ofrecer ese dato numérico si se ha conseguido con el método del C14? Que sepamos en el interior de la pirámide de Keops, la más alta, que es la más estudiada, no ha dado resto orgánico alguno de enterramientos, si los hubo allí, ni otros utensilios de esa naturaleza  que se hubieran podido utilizar en las dataciones “oficiales”. A parte de contar reinados  de los faraones de las diferentes dinastías egipcias, generación tras generación, pues tampoco quedan inscripciones significativas interpretables ni en su exterior ni  interior,  y hacer un cálculo cercano a la posible extensión temporal de los diferentes reinados, no hay más datos. ¿En qué se basan entonces para datar? Al parecer,  en una fumigación de insectos que se hizo en los años 1945-46 en el interior de la pirámide se encontraron  una esquirla de madera y una falange humana entre dos bloques de la pirámide. Estos restos se pusieron a disposición en el año 2.000, tras muchos vericuetos,  del turolense y televisivo escritor Javier Sierra, director entonces de la revista Más Allá de la Ciencia, para ser datados. El estudio se realizó en el Laboratorio de Geocronología del Instituto de Química Física Rocasolano.  La información que se obtuvo es de  2215 +/- 55 años, antes del actual, para la esquirla de madera y de 128 +/- 36 años,  para la falange humana. Juzguen ustedes, pero todavía nadie sabe con certeza qué se ha usado para datar las pirámides en casi 4.500 años. Y esto se complica aún más si admitimos el dato, también ofrecido por arqueólogos, de un yacimiento con enterramientos del Sudán, basado en la  datación de un huevo de avestruz decorado con un grabado en la parte exterior de su cáscara de una escena compuesta por  un río (el cercano Nilo)  junto a tres pirámides,  que los investigadores insisten en decir que son tres montañas. Pues bien, la datación “oficial” del yacimiento  sudanés es de entre 8.000 y 9.000 años. La confusión está servida.

viernes, 1 de junio de 2012

El activismo ecológico en la situación de crisis actual.


     En la situación socioeconómica actual es natural que nos sintamos cada vez menos confiados, más decaídos y que percibamos un miedo al que no sabemos darle una solución, debido, sin duda, a que todo aquello sobre lo que no tenemos control directo nos produce una gran incertidumbre. Estamos escuchando todo el día malas noticias que parecen lejanas, pero cuyas consecuencias las vemos de cerca y ante las que parece que nada podemos hacer. Empezamos a pensar qué va a pasar, construimos muchos escenarios mentales sobre el futuro, lo vemos todo de color negro, y al final lo que conseguimos es estar más angustiados. Además, el desconocimiento ante  asuntos técnicos que no comprende casi nadie añade un matiz de inseguridad. De pronto, términos de los que antes no teníamos ninguna noción, como es el caso de la prima de riesgo, ahora están todo el día presentes en nuestras vidas asociados a situaciones muy negativas.

    
      En ese contexto, lo único que parece que hacemos (o nos dejan hacer) es meter nuestro voto en una urna cada cuatro años. Pero pronto vemos que, con independencia de quién gobierne, todo sigue más o menos igual. En 2010 pensábamos que todo era pasajero, que no se trataba más que de una mala racha, pero llegamos al 2011 y sigue pasando lo mismo, y el 2012 igual.  Y ahora nos vemos en estado de indefensión, pasivos y sufriendo, decepcionados y frustrados porque todo cambia a peor. Y además, para contribuir a que se produzca la tormenta psicológica perfecta, los expertos, aquellos destinados a resolver el problema, no parecen dar con ninguna solución. Si tienes una enfermedad y vas al médico, y éste no te dice qué hacer o el tratamiento que te receta no surge efecto, empiezas a dudar de las que manos en la que estás, con lo que la angustia aumenta. Y esto es lo que está ocurriendo también tanto a nivel sanitario como educativo, y en general, en todos los ámbitos de nuestra ajetreada vida actual. Ya no nos fiamos de nadie, nos piden confianza pero sólo vemos que todo va a peor, que no podemos hacer gran cosa, y que el futuro se escapa de nuestras manos.
     Y es en este contexto social tan poco agradable que nos ha tocado vivir cuando hemos de darnos cuenta de que los grandes “problemas” que hasta hace poco hacían correr ríos de tinta, como el cambio climático (¿se acuerdan?), parece que se han disipado de la lista de preocupaciones prioritarias de la humanidad occidental. Nuestras actitudes ecológicas y todo lo relacionado con disfrutar de un bienestar social sin grandes impactos parece que ya no son tan importantes para muchos de los hasta ahora defensores a ultranza de la naturaleza. Ya no hay estridencias ecologistas. En nuestro país, incluso ante la reciente superación de trabas administrativas en Andalucía, en concreto en Tarifa, donde parece que se van a poder levantar junto a una playa virgen una gran cantidad de edificios turísticos, la nueva organización ecologista Equo, pilotada por  antiguos responsables de Greenpeace España, se atreve tímidamente, desde luego sin la contundencia habitual, a levantar su voz para decir que ecológicamente no están de acuerdo con el futuro que le espera a la zona. Claro, se supone que no quieren enfrentarse, sin duda, a la gran cantidad de parados que ven en esas posibles obras urbanísticas una salida a su precaria situación laboral. Y respecto a las reivindicaciones cotidianas en relación con la excesiva emisión de contaminantes a la atmósfera por nuestro estilo de vida; sus posturas contrarias a la ejecución de obras públicas; o la adecuación y restauración de paisajes destrozados por el rodillo hiperdesarrollista, más de lo mismo: “desaparecidos en combate” ¿Dónde están ahora los grupos ecologistas?  ¿En época de crisis, sobra algo tan elitista como la ecología de nuestras vidas? ¿Pero no era este tipo de vida tan materializada y llena de comodidades el principal objetivo a derribar por los ecologistas? Sarcásticamente se puede pensar que en breve llegarán a conseguir sus objetivos sin  hacer nada ellos por alcanzarlos: el propio vandalismo desarrollista y la crisis se lo van a dar hecho.


Tarifa (Cádiz). Playa virgen.

Playa de Valdevaqueros, y lugar donde se quiere construir la urbanización.
     Estoy convencido de que esta situación de “desaparecidos” y de indefinición ecológica ante situaciones puntuales de estas organizaciones conservacionistas tiene que ver con la desesperación social del momento, además de la  profunda fragilidad de su ideario ecológico, habitualmente sostenido por manifestaciones sin un mínimo sustento conceptual adecuado.Tienen que estar fatal. Se les ha caído su nueva religión, tanto en forma como en fondo. Ya no tienen a quién predicar, pues corren el riesgo de no ser “entendidos” acertadamente en estos duros momentos. La pureza de sus duros objetivos conservacionistas no sería comprendida por gente que solo busca trabajo y salir adelante además de, según algunos, estar bien atentos al cotilleo televisivo o los deportes de masas.

     Sin embargo, y sin pretender consolarles a ellos únicamente, creo que la situación no es todavía tan desesperada. A nuestro favor tenemos que una persona, como tal,  va a ser mucho más estable emocionalmente si tiene un objetivo solidario en las áreas más importantes de su vida: con su familia, en el trabajo, con los amigos y con el tiempo de ocio, al margen de supuestos idearios políticos o de corte medioambiental. Ahí  es donde tenemos  capacidad de control. Si no te centras en lo que puedes hacer a diario, sin grandes pretensiones mesiánicas medioambientales o de corte social, viviremos en la incertidumbre, con un malestar y preocupación recurrentes que cada vez irán a más. Cada uno puede protestar, faltaría más, pero lo mejor es centrarse en lo que se puede manejar. En eso tenemos que volcarnos.


     Está bien que una persona esté informada a través de los medios pero si las noticias que recibe son muy alarmistas o si es bombardeado con hechos negativos continuamente, se acostumbra a verlo todo negro, se desanima, y termina tirando la toalla y pensando que pase lo que pase no va a poder hacer nada. Y eso es lo mismo que ha pasado con el mensaje de muchos grupos supuestamente ecologistas, en mi opinión por pura ignorancia pero con ánimo manipulador, que no han hecho durante mucho tiempo nada más que atosigar, acomplejar, difamar, y culpar a la sociedad de todos los males terrenales que sufrimos como consecuencia de su progreso, aunque muchas veces aplicado con excesos, y para los que se autoerigieron en sus salvadores y correctores.

     Hace poco leí que una crisis como la que estamos padeciendo puede servirnos de acicate para el resurgimiento interno personal. Estoy de acuerdo. No debemos dejar pasar esta oportunidad, para eso, y para reestructurar el verdadero edificio ecológico que nuestra sociedad necesita. Sin ser tolerantes (término que detesto por la componente de superioridad que incluye) con los extremos, tanto ecológicos como hiperdesarrollistas, debemos reiniciar la interpretación de nuestra función como seres vivos en este mundo, perfilando  y limando un excesivo nivel de exigencia social y medioambiental en nuestro entorno más inmediato, lo que incluye, sin duda, el acercamiento de posturas intransigentes hasta ahora y que en estos momentos dramáticos pueden  cruzarse o encontrarse en un camino por recorrer entre todos, sin exclusiones.