En la situación socioeconómica actual es natural
que nos sintamos cada vez menos confiados, más decaídos y que percibamos un
miedo al que no sabemos darle una solución, debido, sin duda, a que todo
aquello sobre lo que no tenemos control directo nos produce una gran
incertidumbre. Estamos escuchando todo el día malas noticias que parecen
lejanas, pero cuyas consecuencias las vemos de cerca y ante las que parece que
nada podemos hacer. Empezamos a pensar qué va a pasar, construimos muchos
escenarios mentales sobre el futuro, lo vemos todo de color negro, y al final lo
que conseguimos es estar más angustiados. Además, el desconocimiento ante
asuntos técnicos que no comprende casi nadie añade un matiz de inseguridad. De
pronto, términos de los que antes no teníamos ninguna noción, como es el caso
de la prima de riesgo, ahora están
todo el día presentes en nuestras vidas asociados a situaciones muy negativas.
En ese contexto, lo único que parece que hacemos (o nos dejan hacer) es
meter nuestro voto en una urna cada cuatro años. Pero pronto vemos que, con
independencia de quién gobierne, todo sigue más o menos igual. En 2010
pensábamos que todo era pasajero, que no se trataba más que de una mala racha,
pero llegamos al 2011 y sigue pasando lo mismo, y el 2012 igual. Y ahora
nos vemos en estado de indefensión, pasivos y sufriendo, decepcionados y
frustrados porque todo cambia a peor. Y además, para contribuir a que se
produzca la tormenta psicológica perfecta, los expertos, aquellos destinados
a resolver el problema, no parecen dar con ninguna solución. Si tienes una
enfermedad y vas al médico, y éste no te dice qué hacer o el tratamiento que te
receta no surge efecto, empiezas a dudar de las que manos en la que estás, con lo
que la angustia aumenta. Y esto es lo que está ocurriendo también tanto a nivel
sanitario como educativo, y en general, en todos los ámbitos de nuestra
ajetreada vida actual. Ya no nos fiamos de nadie, nos piden confianza pero sólo
vemos que todo va a peor, que no podemos hacer gran cosa, y que el futuro se
escapa de nuestras manos.
Y es en este contexto social tan poco agradable que nos ha tocado vivir
cuando hemos de darnos cuenta de que los grandes “problemas” que hasta hace
poco hacían correr ríos de tinta, como el
cambio climático (¿se acuerdan?), parece que se han disipado de la lista de
preocupaciones prioritarias de la humanidad occidental. Nuestras actitudes
ecológicas y todo lo relacionado con disfrutar de un bienestar social sin
grandes impactos parece que ya no son tan importantes para muchos de los hasta
ahora defensores a ultranza de la naturaleza. Ya no hay estridencias
ecologistas. En nuestro país, incluso ante la reciente superación de trabas
administrativas en Andalucía, en concreto en Tarifa, donde parece que se van a
poder levantar junto a una playa virgen una gran cantidad de edificios
turísticos, la nueva organización ecologista Equo, pilotada por antiguos responsables de Greenpeace España,
se atreve tímidamente, desde luego sin la contundencia habitual, a levantar su
voz para decir que ecológicamente no están de acuerdo con el futuro que le
espera a la zona. Claro, se supone que no quieren enfrentarse, sin duda, a la
gran cantidad de parados que ven en esas posibles obras urbanísticas una salida
a su precaria situación laboral. Y respecto a las reivindicaciones cotidianas
en relación con la excesiva emisión de contaminantes a la atmósfera por nuestro
estilo de vida; sus posturas contrarias a la ejecución de obras públicas; o la
adecuación y restauración de paisajes destrozados por el rodillo
hiperdesarrollista, más de lo mismo: “desaparecidos
en combate” ¿Dónde están ahora los grupos ecologistas? ¿En época de crisis, sobra algo tan elitista
como la ecología de nuestras vidas? ¿Pero no era este tipo de vida tan
materializada y llena de comodidades el principal objetivo a derribar por los
ecologistas? Sarcásticamente se puede pensar que en breve llegarán a conseguir
sus objetivos sin hacer nada ellos por
alcanzarlos: el propio vandalismo desarrollista y la crisis se lo van a dar
hecho.
Tarifa (Cádiz). Playa virgen. |
Estoy convencido de que esta situación de “desaparecidos” y de indefinición
ecológica ante situaciones puntuales de estas organizaciones conservacionistas
tiene que ver con la desesperación social del momento, además de la profunda fragilidad de su ideario ecológico,
habitualmente sostenido por manifestaciones sin un mínimo sustento conceptual
adecuado.Tienen que estar fatal. Se les ha caído su nueva religión, tanto en
forma como en fondo. Ya no tienen a quién predicar, pues corren el riesgo de no
ser “entendidos” acertadamente en estos duros momentos. La pureza de sus duros
objetivos conservacionistas no sería comprendida por gente que solo busca
trabajo y salir adelante además de, según algunos, estar bien atentos al
cotilleo televisivo o los deportes de masas.
Sin embargo, y sin pretender
consolarles a ellos únicamente, creo que la situación no es todavía tan
desesperada. A nuestro favor tenemos que una persona, como tal, va a ser mucho más estable emocionalmente si
tiene un objetivo solidario en las áreas más importantes de su vida: con su familia, en el trabajo, con los amigos y con el tiempo de ocio,
al margen de supuestos idearios políticos o de corte medioambiental. Ahí es donde tenemos capacidad de control. Si no te centras en lo
que puedes hacer a diario, sin grandes pretensiones mesiánicas medioambientales
o de corte social, viviremos en la incertidumbre, con un malestar y
preocupación recurrentes que cada vez irán a más. Cada uno puede protestar, faltaría
más, pero lo mejor es centrarse en lo que se puede manejar. En eso tenemos que
volcarnos.
Está bien que una persona esté informada a través de los medios pero si las
noticias que recibe son muy alarmistas o si es bombardeado con hechos negativos
continuamente, se acostumbra a verlo todo negro, se desanima, y termina
tirando la toalla y pensando que pase lo que pase no va a poder hacer nada.
Y eso es lo mismo que ha pasado con el mensaje de muchos grupos supuestamente
ecologistas, en mi opinión por pura ignorancia pero con ánimo manipulador, que
no han hecho durante mucho tiempo nada más que atosigar, acomplejar, difamar, y
culpar a la sociedad de todos los males terrenales que sufrimos como
consecuencia de su progreso, aunque muchas veces aplicado con excesos, y para
los que se autoerigieron en sus salvadores y correctores.
Hace poco leí que una crisis como la que estamos padeciendo puede servirnos
de acicate para el resurgimiento interno personal. Estoy de acuerdo. No debemos
dejar pasar esta oportunidad, para eso,
y para reestructurar el verdadero
edificio ecológico que nuestra sociedad necesita. Sin ser tolerantes
(término que detesto por la componente de superioridad que incluye) con los
extremos, tanto ecológicos como hiperdesarrollistas, debemos reiniciar la
interpretación de nuestra función como seres vivos en este mundo,
perfilando y limando un excesivo nivel
de exigencia social y medioambiental en nuestro entorno más inmediato, lo que
incluye, sin duda, el acercamiento de posturas intransigentes hasta ahora y que
en estos momentos dramáticos pueden cruzarse o encontrarse en un camino por
recorrer entre todos, sin exclusiones.
Ceo que hoy tocas un asunto complejo. Es muy probable que si se le plantea a alguien que esté especialmente afectado por la tan manida "crisis" la disyuntiva entre desarrollismo y conservacionismo, responderá sin más análisis que " primum vivere, ergo filosofare". Por otro lado la situación actual hará reflexionar- sería deseable- a más de uno que se "dedica" al ecologismo que la realidad es más compleja de lo que él pensaba y que debe reconsiderar sus dogmáticos postulados .
ResponderEliminarEstoy de acuerdo José Antonio. Creo que debemos plantearnos estas controversias en momentos difíciles para ver cómo responden los extremistas de siempre. Y en la solución, como siempre, casi nadie está acertado en el 100%.
EliminarAmigo Enrique como siempre un placer leer tus post que tanto nos llevan a la reflexión a cierta preocupación.
EliminarY sobre todo en los que tanto aprendemos. No hay nada como escuchar o leer a los sabios.
Un abrazo desde Valencia.