Es un método de datación muy conocido. Se utiliza
habitualmente, desde hace décadas, para realizar dataciones más o menos
precisas de determinadas obras de arte o documentos históricos, como la Sábana Santa de Turín, o
de numerosos yacimientos arqueológicos.
Recuerdo cómo, a comienzos de los 80, el
entonces Director General de Arqueología mencionó en una entrevista, y ante la
sorpresa de muchos que nos dedicábamos a situar en el tiempo acontecimientos
geológicos usando fósiles, que habían utilizado el método del C14 para datar al
recientemente descubierto “Hombre de Orce”, en la cuenca geológica de
Guadix-Baza, en Granada, asignándole una edad de, nada más ni nada menos, que de 1,6 millones de años.
El método se basa en que
el C14 y el C12 son dos isótopos del carbono que se encuentran tanto en la
atmósfera como en los seres vivos, formando parte de sus estructuras anatómicas.
El C12 es el isótopo ordinario del carbono, mientras que el C14 se produce en
la atmósfera como consecuencia del bombardeo de los rayos cósmicos sobre átomos
de N14 (nitrógeno 14). Este C14 así originado se mezcla con el oxígeno
atmosférico produciendo CO2, que es absorbido por los seres vivos en
la misma proporción que el compuesto por C12. Mientras los animales o plantas
están vivos, ambas proporciones se mantienen igualadas, pero al morir, el
C14 emite partículas beta, pasando de nuevo a
convertirse en nitrógeno (N), que pasa de nuevo a la atmósfera. Se comprueba entonces en una muestra orgánica
la proporción que queda o registra entre las cantidades de C12 y C14, que ya no estarán equilibradas,
pudiéndose deducir la edad aproximada a la que el proceso de desintegración comenzó. Para ese propósito hay que tener en
cuenta el período de semidesintegración (T), es decir, el tiempo en el que un
gramo de C14, inestable, se reduce, por desintegración radioactiva, en la
mitad, es de “solo” 5700 años. Este hecho permite únicamente el uso de este método en dataciones relativamente recientes de
elementos orgánicos, como restos de árboles, semillas, hojas, o huesos, de hasta entre 40.000
y 60.000 años, como mucho.
Si tenemos en cuenta esta edad máxima a la que se puede
llegar con una datación con C14 se explica el asombro ante el dato antes
expuesto de 1,6 millones de años para el supuesto homínido granadino. En este
caso de Orce, claramente demostrado el error inicial, y en otros muchos ofrecidos por numerosos estudios arqueológicos respecto a sus dataciones
de yacimientos con el método del C14, es necesario ser cautos y precavidos
antes de “fiarse” del dato obtenido.
Quede claro que en absoluto se pone en cuestión el método científico, ni
su resultado, en el que se registra la relación C12/C14 de una muestra,
pero la pregunta que creo debemos hacernos es ¿qué es lo que se está
datando? Para contestarla hay que
insistir en que únicamente muestras de restos orgánicos son válidas para
aplicarles el método del C14. Solo orgánicas, y eso significa que, por tanto, no sirve ningún tipo de restos
cerámicos, fragmentos de roca tallados, enterramientos, abalorios de piedras
preciosas, recipientes de cristal o roca,
o los famosos molinos de piedra “neolíticos” que se venden en el
desierto del Sahara casi como recuerdo, tildándolos de “muy antiguos”. Por
tanto, solo la tergiversación interesada
de datos o la ignorancia pueden justificar
determinadas aseveraciones de “especialistas” cuando informan de los resultados
a los que han llegado en la datación de algo, en especial cuando ese algo no es
orgánico.
Huevo de avestruz con el Nilo y las tres pirámides. |
Detalle del huevo de avestruz, datado en 8.000-9.000 años. |
Uno de los casos paradigmáticos para ilustrar esta confusión
reinante en esto de las dataciones, es el de las pirámides de Egipto. La
datación “oficial” que los arqueólogos
nos ofrecen según sus “investigaciones” es de 4.500-4.600 años. ¿Cómo lo
saben? ¿Qué han datado exactamente para ofrecer ese dato numérico si se ha
conseguido con el método del C14? Que sepamos en el interior de la pirámide de
Keops, la más alta, que es la más estudiada, no ha dado resto orgánico alguno
de enterramientos, si los hubo allí, ni otros utensilios de esa naturaleza que se hubieran podido utilizar en las
dataciones “oficiales”. A parte de contar reinados de los faraones de las diferentes dinastías
egipcias, generación tras generación, pues tampoco quedan inscripciones
significativas interpretables ni en su
exterior ni interior, y hacer un cálculo cercano a la posible
extensión temporal de los diferentes reinados, no hay más datos. ¿En qué se
basan entonces para datar? Al parecer, en una fumigación de insectos que se hizo en
los años 1945-46 en el interior de la pirámide se encontraron una esquirla de madera y una falange humana
entre dos bloques de la pirámide. Estos restos se pusieron a disposición en el
año 2.000, tras muchos vericuetos, del
turolense y televisivo escritor Javier Sierra, director entonces de la revista
Más Allá de la Ciencia, para ser datados. El estudio se realizó en el
Laboratorio de Geocronología del Instituto de Química Física Rocasolano. La información que se obtuvo es de 2215 +/- 55 años, antes del actual, para la
esquirla de madera y de 128 +/- 36 años, para la falange humana. Juzguen ustedes, pero
todavía nadie sabe con certeza qué se ha usado para datar las pirámides en casi
4.500 años. Y esto se complica aún más si admitimos el dato, también ofrecido
por arqueólogos, de un yacimiento con enterramientos del Sudán, basado en la datación de un huevo de avestruz decorado con
un grabado en la parte exterior de su cáscara de una escena compuesta por un río (el cercano Nilo) junto a tres pirámides, que los investigadores insisten en decir que
son tres montañas. Pues bien, la datación “oficial” del yacimiento sudanés es de entre 8.000 y 9.000 años. La
confusión está servida.
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