¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

domingo, 22 de enero de 2012

Los fósiles de mamíferos y la investigación del cambio climático.


    
      Seguro que conocen a muchas personas que se consideran a sí mismas como amantes de los fósiles y de la Paleontología. Y es posible que esas personas tengan en sus casas unas buenas colecciones de ejemplares de fósiles de todas las edades que enseñan y exponen con regocijo. Está claro que los coleccionistas han sido siempre grandes recolectores y buscadores de fósiles, localizando, lo que es de agradecer, numerosos yacimientos paleontológicos que sirvieron a los científicos para poder estudiar diferentes grupos de organismos del pasado, y así emitir sus hipótesis sobre los posibles hilos evolutivos de los mismos.
     Todo el mundo reconoce  los espectaculares fósiles de dinosaurios  que se exponen en instalaciones museísticas variadas. Hace un par de décadas había que ir al Inglaterra, o a Alemania o Estados Unidos,  para ver fósiles reales o reproducciones de los mismos, siendo patrimonio de los investigadores  e aficionados iniciados la clasificación y estudio de sus formas, costumbres y hábitats. Hoy existen en nuestro moderno país varios complejos expositivos en los que se muestra al gran público una recopilación de los escenarios ecológicos  asignados a los restos de  fósiles, sobre todo, de grandes reptiles. En Granada, Asturias o Teruel pueden contemplarse excelentes muestras de la investigación de los paleontólogos españoles, donde se suele incluir también información respecto al entorno natural en el que vivieron los organismos del pasado. Esos datos, además de ser obtenidos partiendo de un amplio estudio geológico de los yacimientos de fósiles, suelen obtenerse gracias al análisis de las asociaciones de taxones fósiles que componen las paleobiocenosis encontradas. Es lógico que los datos sean más  fiables y aplicables a la deducción del entorno cuanto  mejor se pueda realizar un estudio comparativo con las asociaciones faunísticas contemporáneas, por lo que la modernidad de los fósiles favorece este estudio. Gracias a ese análisis comparativo podemos reconstruir  la ecología  del medio natural en el que vivieron y  desarrollaron las especies de organismos que aparecen representadas, a pesar de sus sesgos, en el registro fosilífero.

     Y es en este sentido cuando hay que reconocer el peso documental que supone la utilización de los mamíferos en las reconstrucciones paleoecológicas.  Ese gran grupo, al que pertenecemos, está representado en el registro fósil desde el Jurásico, desde una edad de no menos de 100 millones de años (ma), diversificándose en el Terciario, durante  el Eoceno y Oligoceno, de entre 50 y 25 ma, siendo el Neógeno, compuesto por Mioceno y Plioceno, los periodos de mayor expansión de grupos de mamíferos,  muy semejantes ya  a los actuales, y que llegan  hasta el Pleistoceno , desde 2,5 ma, y hasta la actualidad, con una gran cantidad de especies descritas. Todos los grupos conocidos de mamíferos actuales de nuestras latitudes aparecen en la escena de la vida durante el Terciario, en unas condiciones ambientales diferentes a las que hoy reinan en nuestro planeta, con proporciones de dióxido de carbono muy superiores a las actuales, al igual que las paleotemperaturas, según todos los estudios. Aún así, los procesos evolutivos se abrieron camino entre los grupos mamiferoides hasta dar lugar a la aparición de los primeros grupos de primates que forjaron la estirpe humana en los últimos 5 ma.

     Los yacimientos de mamíferos son excepcionales. No ocurre lo mismo con otros grupos de seres, como los moluscos o los braquiópodos, que suelen ser generosos en sus apariciones en descubrimientos por aficionados o profesionales. Los mamíferos, al vivir la mayoría en un medio aéreo, suelen tener dificultades para ser enterrados y sometidos a los procesos de fosilización de sus restos esqueléticos, por lo que su hallazgo se complica mucho, y eso hace que su localización y extracción deba ser tratada con todas las garantías técnicas, recomendadas y coordinadas por especialistas en la materia. Dicho con todos los respetos, cualquiera no puede extraer  fósiles de mamíferos de los estratos. Es necesario tener suficientes conocimientos técnicos como para acometer ese delicado trabajo.

     Pero también dentro de los mamíferos hay distinciones en cuanto a la información científica que pueden ofrecer. Los grandes mamíferos, como elefántidos, jiráfidos, cérvidos, úrsidos, u otros, suelen dar restos  tremendamente vistosos y espectaculares, siendo, junto a los reptiles dinosaurios, los grupos más representados en las exposiciones antes mencionadas. Sin embargo, son los micromamíferos: quirópteros (murciélagos), insectívoros (musarañas), lagomorfos (conejos), y especialmente los roedores, los que más y mejor información ofrecen al investigador y a la ciencia. Esta información se articula en dos vertientes claramente diferenciadas. La primera se orienta en torno a la datación que puede hacerse, con los micromamíferos,  de los niveles o estratos en los que aparecen, sirviendo para precisar edades, comparar secuencias estratigráficas, y correlacionar registros estratigráficos. Y en segundo lugar, ofrecen la posibilidad de obtener una importante información paleoecológica del entorno donde vivieron esos organismos, pues sus preferencias de hábitats, sus  afinidades con los elementos y parámetros naturales, así como incluso su biometría, quedan reflejadas en los elementos morfológicos  de su esqueleto, especialmente en sus piezas dentarias, que utilizadas poblacionalmente son los elementos esqueléticos empleados en la clasificación. Estos criterios constatan la gran importancia que supone el adecuado estudio de estos vertebrados fósiles, pues su conocimiento permite, también junto al de otros tipos de fósiles, comprender los paleoecosistemas del pasado, lo que incluye una buena dosis abiótica de ambientes y climas reinantes durante muchos millones de años, y sus cambios, lo que facilita, por extrapolación y comparación, la mejor comprensión de los vaivenes de las zonas climáticas actuales y, sobre todo, la influencia que el hombre puede ejercer ahora sobre los mismos. Muchos datos que hoy en día se ofrecen a la sociedad respecto al cambio climático y su desarrollo se basan en el conocimiento de las asociaciones de vida del pasado, y sus sucesivos cambios. La Paleontología de vertebrados, y en especial  la de micromamíferos, resulta  un arma indispensable en la búsqueda de la verdad climática y sus consecuencias para la humanidad.

     Es necesario, por tanto, concienzarse de que la gran información que todavía está enterrada en los sedimentos terrestres a través de su contenido fosilífero puede y debe ser obtenida con el mayor detalle posible. Para ello es necesario localizar con precisión  más yacimientos o lugares con registro paleontológico,  los cuales serán sometidos a la consideración de personal cualificado  que determinará la mejor forma de proceder para obtenerla. Si actuamos así permitiremos que se interprete adecuadamente cómo ha sido este lugar que habitamos en las épocas que nos precedieron. Y solo conociendo nuestro pasado ecológico  podremos asentar las bases de nuestro complicado fututo en la Tierra.

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