Acaban de graduarse en bachillerato los alumnos mayores de los centros educativos de secundaria.
Muchos de ellos esperan ansiosos que lleguen las inquietantes pruebas de
selectividad que la universidad les hace cada año para poder entrar a cursar un
grado universitario. Para llegar a donde han llegado han tenido que pasar por
un montón de exámenes y trabajos que acreditan que están “preparados” para
acceder a estudios superiores. Y lo han conseguido estar a ojos y criterios de
sus muchos profesores. Pero hasta que no vean las actas de los exámenes de selectividad
y comprueben que los han superado no se quedarán tranquilos y más seguros. Se
examinan, demuestran sus conocimientos adquiridos, y después, según un
ordenamiento riguroso en función de la nota obtenida verán si pueden o no
empezar sus estudios universitarios.
Expuesto esto así de fríamente podría pensarse que sus notas
reflejan toda la formación y madurez que se le exige hoy en día, y nada más, a una persona de 18 años que intenta abrirse
camino en la vida académica. Al margen de las consideraciones y críticas más
que conocidas hechas por parte del profesorado universitario (un tanto
mediocre, en mi opinión) que suele
cargar tintas en relación con la “mala preparación” con la que llegan hoy los
alumnos a la universidad (sin pararse a pensar en que está a años luz de la escasa, memorística y pobre preparación
con la que ellos llegaron hace lustros o décadas), está claro que los alumnos de
hoy en día necesitan algo más para sumergirse de lleno, bien preparados, en la
ajetreada vida social propia de su mayoría de edad, sea o no universitaria. Y
en relación a esto, resulta muy significativa, y más que manifiesta en muchos
casos, la alta inseguridad personal que
manifiesta gran parte del alumnado, y que no es la propia de su edad, ante la resolución de conflictos o ante
situaciones difíciles, académicas y personales.
Con independencia de lo académico y a pesar de lo apretado
de las programaciones didácticas, en bachillerato se profundiza hoy en
desarrollar también en el alumnado una formación actitudinal más efectiva a la
hora de una “toma de decisiones” de cualquier tipo. Se van obteniendo excelentes
resultados con alumnos que, por su propia naturaleza, son capaces de desarrollar una actitud
positiva y valiente ante diferentes opciones. Otros, aunque se sienten bien preparados académicamente,
no consiguen por completo ese “saber estar” necesario ya a determinadas edades para afrontar diferentes
problemas. Esa formación no estrictamente académica, que en épocas anteriores se adquiría, con suerte, con la experiencia y
el transcurso de la propia vida a base de palos y muchas equivocaciones, tiene que estar más presente aún en la actual vida
académica preuniversitaria si se quiere una futura sociedad más segura y bien formada. La
capacidad para decidir debe estar adecuadamente entrenada, y la necesidad de
correr algún riesgo a equivocarse ante la opción elegida no debe asustar a nadie a la hora de ejercer el acto de elección,
sea lo que sea y ante cualquier tema, pues
tiene que ser parte consustancial del propio desarrollo personal.
Es evidente que esas prestaciones personales se tienden a
desarrollar más a través de unas
asignaturas que con otras durante el bachillerato. No es lo mismo formarse en Matemáticas
o Física y Química para aprobar una serie de exámenes, que ponerse a pensar y elucubrar (o así debería ser) en Historia
de la Filosofía, o cursar materias tan propicias para la crítica constructiva y
el posicionamiento social y ambiental como son Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente o
Cultura Científica. De ahí que no es lo mismo graduarse habiendo cursado unas u
otras asignaturas, aunque me consta que se hacen serios intentos en todas las
materias.
El intento de
afianzar y desarrollar un espíritu crítico constructivo ante cualquier
situación, ser autocrítico, observador y analítico, y generar predisposición a la resolución coherente y racional de
problemas cotidianos, sean académicos o no, y no a su ocultación, debe ser algo
normal y habitual en la dinámica docente con los alumnos, por lo que será necesario
afianzar la práctica de actividades de formación actitudinal en paralelo con la
formación académica tradicional. Seguramente ese adiestramiento ante la toma de decisiones y
resolución de problemas resultará útil
para la vida, y servirá en cualquier etapa académica.
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