Seguro que conocen a muchas personas que se consideran a sí
mismas como amantes de los fósiles y de la Paleontología. Y es posible que esas
personas tengan en sus casas unas buenas colecciones de ejemplares de fósiles
de todas las edades que enseñan y exponen con regocijo. Está claro que los
coleccionistas han sido siempre grandes recolectores y buscadores de fósiles,
localizando, lo que es de agradecer, numerosos yacimientos paleontológicos que
sirvieron a los científicos para poder estudiar diferentes grupos de organismos
del pasado, y así emitir sus hipótesis sobre los posibles hilos evolutivos de
los mismos.
Todo el mundo reconoce los espectaculares fósiles de dinosaurios que se exponen en instalaciones museísticas
variadas. Hace un par de décadas había que ir al Inglaterra, o a Alemania o
Estados Unidos, para ver fósiles reales
o reproducciones de los mismos, siendo patrimonio de los investigadores e aficionados iniciados la clasificación y
estudio de sus formas, costumbres y hábitats. Hoy existen en nuestro moderno
país varios complejos expositivos en los que se muestra al gran público una
recopilación de los escenarios ecológicos asignados a los restos de fósiles, sobre todo, de grandes reptiles. En
Granada, Asturias o Teruel pueden contemplarse excelentes muestras de la
investigación de los paleontólogos españoles, donde se suele incluir también
información respecto al entorno natural en el que vivieron los organismos del
pasado. Esos datos, además de ser obtenidos partiendo de un amplio estudio geológico de los yacimientos de fósiles,
suelen obtenerse gracias al análisis de las asociaciones de taxones fósiles que
componen las paleobiocenosis encontradas. Es lógico que los datos sean más fiables y aplicables a la deducción del
entorno cuanto mejor se pueda realizar
un estudio comparativo con las asociaciones faunísticas contemporáneas, por lo
que la modernidad de los fósiles favorece este estudio. Gracias a ese análisis
comparativo podemos reconstruir la
ecología del medio natural en el que
vivieron y desarrollaron las especies de
organismos que aparecen representadas, a pesar de sus sesgos, en el registro
fosilífero.
Y es en este sentido cuando hay que reconocer el peso
documental que supone la utilización de los mamíferos en las reconstrucciones
paleoecológicas. Ese gran grupo, al que
pertenecemos, está representado en el registro fósil desde el Jurásico, desde
una edad de no menos de 100 millones de años (ma), diversificándose en el Terciario,
durante el Eoceno y Oligoceno, de entre
50 y 25 ma, siendo el Neógeno, compuesto por Mioceno y Plioceno, los periodos
de mayor expansión de grupos de mamíferos, muy semejantes ya a los actuales, y que llegan hasta el Pleistoceno , desde 2,5 ma, y hasta
la actualidad, con una gran cantidad de especies descritas. Todos los grupos
conocidos de mamíferos actuales de nuestras latitudes aparecen en la escena de la vida durante el Terciario,
en unas condiciones ambientales diferentes a las que hoy reinan en nuestro
planeta, con proporciones de dióxido de carbono muy superiores a las actuales,
al igual que las paleotemperaturas, según todos los estudios. Aún así, los
procesos evolutivos se abrieron camino entre los grupos mamiferoides hasta dar
lugar a la aparición de los primeros grupos de primates que forjaron la estirpe
humana en los últimos 5 ma.
Los yacimientos de mamíferos son excepcionales. No ocurre lo
mismo con otros grupos de seres, como los moluscos o los braquiópodos, que
suelen ser generosos en sus apariciones en descubrimientos por aficionados o
profesionales. Los mamíferos, al vivir la mayoría en un medio aéreo, suelen
tener dificultades para ser enterrados y sometidos a los procesos de
fosilización de sus restos esqueléticos, por lo que su hallazgo se complica
mucho, y eso hace que su localización y extracción deba ser tratada con todas
las garantías técnicas, recomendadas y coordinadas por especialistas en la
materia. Dicho con todos los respetos, cualquiera no puede extraer fósiles de mamíferos de los estratos. Es necesario
tener suficientes conocimientos técnicos como para acometer ese delicado trabajo.
Pero también dentro de los mamíferos hay distinciones en
cuanto a la información científica que pueden ofrecer. Los grandes mamíferos, como elefántidos, jiráfidos, cérvidos, úrsidos,
u otros, suelen dar restos tremendamente
vistosos y espectaculares, siendo, junto a los reptiles dinosaurios, los grupos
más representados en las exposiciones antes mencionadas. Sin embargo, son los
micromamíferos: quirópteros
(murciélagos), insectívoros (musarañas), lagomorfos (conejos), y
especialmente los roedores, los que
más y mejor información ofrecen al investigador y a la ciencia. Esta
información se articula en dos vertientes claramente diferenciadas. La primera
se orienta en torno a la datación que puede hacerse, con los
micromamíferos, de los niveles o
estratos en los que aparecen, sirviendo para precisar edades, comparar
secuencias estratigráficas, y correlacionar registros estratigráficos. Y en
segundo lugar, ofrecen la posibilidad de obtener una importante información paleoecológica del entorno donde vivieron esos
organismos, pues sus preferencias de hábitats, sus afinidades con los elementos y parámetros
naturales, así como incluso su biometría, quedan reflejadas en los elementos morfológicos de su esqueleto, especialmente en sus piezas
dentarias, que utilizadas poblacionalmente son los elementos esqueléticos
empleados en la clasificación. Estos criterios constatan la gran importancia
que supone el adecuado estudio de estos vertebrados fósiles, pues su
conocimiento permite, también junto al
de otros tipos de fósiles, comprender los paleoecosistemas del pasado, lo que
incluye una buena dosis abiótica de ambientes y climas reinantes durante muchos
millones de años, y sus cambios, lo que facilita, por extrapolación y comparación,
la mejor comprensión de los vaivenes de las zonas climáticas actuales y, sobre
todo, la influencia que el hombre puede ejercer ahora sobre los mismos. Muchos datos que hoy
en día se ofrecen a la sociedad respecto al cambio climático y su desarrollo se
basan en el conocimiento de las asociaciones de vida del pasado, y sus
sucesivos cambios. La Paleontología de vertebrados, y en especial la de micromamíferos, resulta un arma indispensable en la búsqueda de la
verdad climática y sus consecuencias para la humanidad.
Es necesario, por tanto, concienzarse de que la gran información que
todavía está enterrada en los sedimentos terrestres a través de su contenido
fosilífero puede y debe ser obtenida con el mayor detalle posible. Para ello es
necesario localizar con precisión más
yacimientos o lugares con registro paleontológico, los cuales serán sometidos a la consideración
de personal cualificado que determinará
la mejor forma de proceder para obtenerla. Si actuamos así permitiremos que se
interprete adecuadamente cómo ha sido este lugar que habitamos en las épocas
que nos precedieron. Y solo conociendo nuestro pasado ecológico podremos asentar las bases de nuestro
complicado fututo en la Tierra.
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