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Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

lunes, 18 de enero de 2016

Atapuerca es mucho más que fósiles de hombre.



Instrumento lítico de Atapuerca.

 

     Cada vez que hablo sobre Atapuerca  compruebo el nivel general de conocimiento que se tiene sobre ese yacimiento. Es difícil encontrar a alguien que no haya oído hablar nunca sobre el sitio y los fósiles humanos que allí se han encontrado,  e incluso es habitual que se conozca algún chiste en relación con la antigüedad de algo haciendo referencia al famoso “hombre de Atapuerca”. Pero eso es todo. Del “decorado” de vida  que envolvió a nuestros antepasados o los muchos descubrimientos respecto a la geología de los yacimientos de la sierra burgalesa, las muchas y variadas asociaciones faunísticas que se han sucedido en el último millón y medio  de años, o los adelantos en cómo interpretar bien  la funcionalidad de los artefactos hechos por el hombre prehistórico, nada de nada.
     Y todo esto no deja de ser normal. Es consecuencia directa de cómo se transmite la información científica a la población.  La gente de la calle, por muy interesada que esté en el tema, no dispone de los recursos suficientes para ilustrarse en la materia convenientemente. Además de publicar  multitud de trabajos científicos (de interés para especialistas), se han hecho reportajes televisivos, se escribieron varios libros de divulgación, e incluso novelas con el tema principal en torno a los yacimientos de Atapuerca, pero no es suficiente. No se pueden hacer largas pausas temporales sin mantener un adecuado ritmo divulgador. Muchos  siguen sin “conocer” que esa esencia científica que representa el hallazgo en España de unos restos fósiles de humanos tan antiguos debe ser debidamente enmarcada en los resultados ofrecidos por disciplinas científicas muy distintas a la paleoantropología. La información geológica, arqueológica y de otras ramas paleontológicas (en especial de otros vertebrados), en relación con el contexto de Atapuerca, tiene que estar presente ya en el conocimiento de base de la población. Además, hoy en día es posible visitar turísticamente una buena parte de los yacimientos de Atapuerca. El visitante, por lo general, termina una visita sin sentir ni terminar de ver la importancia científica de lo que está viendo: modelado kárstico, depósitos sedimentarios de cuevas, y registro estratigráfico con importante registro fósil. Todo esto, debería ser transmitido como el fundamental y necesario contexto de los fósiles humanos, claro está, pero sin restarle ni un ápice de importancia al impresionante conjunto de datos científicos, de primer orden, que han aportado a lo que se sabe hoy en día sobre Atapuerca. Esa visita suele completarse con un paseo por las instalaciones del Museo de la Evolución Humana de Burgos donde se supone que se ven restos fósiles y reconstrucciones paleoecológicas del entorno de unos antepasados nuestros que vivieron hace  varios centenares de miles de años. Este museo, en el que la museística formal ha marcado un hito de modernidad en sus instalaciones, destaca por una sorprendente escasez de contenidos fósiles museables, siendo generoso en ilustraciones e interpretaciones paleobiológicas y paleoecológicas. Aquí, quizás, sobra contexto y faltan fósiles.
   Con lo expuesto anteriormente puede interpretarse fácilmente que el público interesado tiene serios problemas para conseguir una buena información general sobre Atapuerca, uno de los yacimientos más importantes del mundo del Pleistoceno. Es necesario que se haga un esfuerzo mayor en conectar los datos obtenidos en numerosos estudios de paleontología y arqueología de Atapuerca con el público en general, y el estudioso e interesado en particular, que es quien contribuye y costea desde hace muchos años el carísimo mantenimiento de una infraestructura necesaria para la excavación del lugar, y la labor científica de muchos investigadores dedicados a alguna de las disciplinas y especialidades que en este yacimiento confluyen hacia un objetivo común.

Entrada actual a la Trinchera.

    
      Atapuerca comenzó en la década de los 70 del siglo pasado con el hallazgo de restos fósiles de hombre, y se lanzó al estrellato mediático en la de los 90 con otro hombre más antiguo aún. Esos restos, y la infraestructura básica del yacimiento,  fueron introducidos desde entonces, como ejemplo de investigación en Cuaternario,  en casi todos los libros de texto preuniversitarios de ciencias naturales, donde se pondera sobre todo la punta del iceberg que supone haber encontrado aquí restos de hombre tan antiguos. Pero, por ejemplo,  la necesaria referencia al contexto de las paleobiocenosis sucesivas que se han estudiado, y la gran información paleoclimática deducida para más de un millón de años, tan importante y tan en boga en estos últimos tiempos, queda relegada en el mejor de los casos a una pincelada informativa, casi decorativa, sin importancia, cuando es la esencia y la base, y da sentido, al gran proyecto de investigación comenzado y dirigido durante muchos años por el profesor Emiliano Aguirre.
 
Información paleontológica y paleoclimática deducida en los diferentes yacimientos
 de Atapuerca en relación con la fauna fósil y el estudio esporopolínico de sus sedimentos.
    
      Es tanta la información que se sabe ahora del último millón y medio de años pleistoceno gracias a Atapuerca que la ciencia del Cuaternario no ha sido la misma desde que se conocen con detalle los datos aportados desde este macroyacimiento. Pero todo esto hay que seguir transmitiéndolo a la población, y hacerlo bien. Y no solo con esporádicas apariciones en los medios informativos con algún nuevo dato deslumbrante (o pretendiéndolo) de los últimos resultados puntuales obtenidos en las campañas anuales de excavación, sino ejerciendo un flujo constante de información divulgativa que constituya un verdadero cuerpo doctrinario respecto a lo que se debe saber, en general, de este gran yacimiento, y valorar  su importancia en el conjunto de las investigaciones mundiales cuaternarias.
 


 

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