¿Podrán educar sin mostrar ni convivir con la variabilidad
de la sociedad? Me resulta muy difícil de creer que en un colegio privado
religioso, donde no hay alumnado emigrante ni provenientes de la pobreza
profunda, se pueda hacer con garantías
de éxito. Basta con pasar a la salida de un instituto “normal” para darse
cuenta que son hoy en día los crisoles de las razas del mundo. No hay un centro
público que se salve de tener multitud de nacionalidades y colores entre sus
alumnos. Eso trae muchas dificultades de enseñanza, lo reconozco, pero también
genera un ambiente de contemplación de una realidad variopinta en un reducido
lugar y tiempo, lo que resulta muy instructivo para los chavales y el colectivo
docente. Allí nadie se siente discriminado por ser diferente en cuanto al color
o tono de su piel, o por tener una más que precaria economía doméstica.
Por eso, cuando contemplamos los elencos estudiantiles de
afamados colegios privados religiosos, eso sí, más que bien subvencionados por
todos, vemos que hay una homogeneidad social que resulta aburrida, y que poco
refleja la variedad de gentes que estamos en la calle. Sin embargo, a nivel
teórico, son ellos, los colectivos de educadores religiosos los encargados de
convencer a los demás que son los más preocupados por las “injusticias de este
mundo”. Gracias a ellos, dicen, las conciencias humanas se retuercen al
contemplar la desgracia ajena y se enorgullecen de ser los arietes de los
bienpensantes y bienhechores terrenales. Seguro que educan en sus centros a los
chavales en la difícil, aunque muy humana, tarea de ser los primeros en
denunciar las agresiones que la “plebe” y los “pobres” sufren a diario. Y para
eso están ellos, los elegidos del Dios de los cristianos, para redimir al mundo
y poner freno a las tropelías que sufren los necesitados.
Se pone la carne de gallina al contemplar, en su afán
educador, cómo editan carteles o imágenes, como una de la cátedra
jesuítica “Ignacio Ellacuría” en la que
se ve a una persona de raza negra saltando una verja (supongo que la de Melilla
o Ceuta), y se encabeza el dibujo con un "en el cielo, ¿pedirán papeles?”. Es
de estremecer y llorar por la emoción, ¿no les parece? Seguro que esto es
puesto como ejemplo educativo en sus centros de ESO y Bachillerato (para los de
Primaria puede que consideren ser demasiado “fuerte” la escena) y así adoctrinar a sus pupilos en la
más estricta de las necesidades de “ayudar”, en el sentido más amplio del
término, a la humanidad, a los hermanos necesitados. Por supuesto no “caen”, ni
los chavales, depredadores de conocimientos y sentimientos, ni los educadores,
en que en sus colegios de aquí, en los que no ven a un negro, árabe, o sudamericano ni en
pintura, suelen tener la mala costumbre de “pedir papeles” a la gente para
entrar allí. No son papeles oficiales, con sellos de admisión en la frontera,
no. Son unos en los que además de un número, pone detrás la palabra “euros”.
Sí, allí, por desgracia, les piden papeles para entrar, mucho dinero. ¡Claro!, se
ven obligados a hacerlo pues allí hay que pagar el uniforme, los libros, caras
y elitistas actividades extraescolares, retiros espirituales, asesoramiento y
orientación, y un sinfín de “extras” que la gente que salta las vallas en la
frontera no puede pagar.
Se me ocurre pensar que esos carteles tan bonitos y tiernos
diciendo que en el cielo no piden papeles no harían falta si ellos mismos
cogieran de vez en cuando una remesa de
saltadores de vallas y se los llevaran a sus colegios para que de forma
gratuita se formaran y crecieran en la rectitud y verdad. Creo que es una buena
solución, ya que otra no se me ocurre y a ellos tampoco les oigo verbalizar
ninguna para suavizar el infortunio de todas esas personas. ¿Es que no tienen ideas próximas a lo que dicen es su doctrina para
usar con estas pobres gentes? Todos esperamos su ejemplo activo para seguirles.
Gente tan buena es la que se busca para iluminar el mundo.
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