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Paisaje finlandés. |
Es muy probable que vieran el programa de televisión
presentado por Jordi Évole sobre la educación en Finlandia. Desde que se
anunció tenía ganas de verlo, más que nada, por comprobar de una vez en qué
consiste y desarrolla el sistema educativo finlandés del que tanto se habla y
tan bien. Aparte de ver más bien un programa parecido a “Españoles por el mundo”,
pues entrevistó a varios españoles que trabajaban allí, algunos de ellos relacionados
con la educación, no pude comprobar en absoluto ninguna de las excelencias
educativas de ese país.
Quizás porque partimos de que allí todo es perfecto en
educación, los niveles son altísimos, y la dedicación profesoral y
administrativa hacia el alumnado es impecable, lo que vimos, casi sin analizar,
deja mucho que desear. Me explicaré. Las ratios (proporción alumnos/profesor por aula)
no son tan diferentes de las de aquí, hasta ahora. Comentaban que hay por aula
18 alumnos (aquí eran como mucho 25 en Primaria) y con el apoyo de otro profesor
si hay algún alumno con necesidades especiales. Igual que aquí. Las clases son
de 45 minutos, saliendo después de cada clase 15 minutos al “recreo”. Esto consiste
en salir a la calle directamente, pues no hay vallado de las instalaciones
educativas. ¿Maravilloso, no? Y no digo jardín o patio ya que era imposible
saberlo debido al duro hielo, no nieve, que cubría el suelo. Y así durante meses y meses. ¿Allí no se caen y
rompen algo los niños? Imaginen aquí las protestas de las asociaciones de padres
(y madres) si cada tres cuartos de hora hubiera que equiparse para salir a la
intemperie, con el riesgo de romperse la crisma en cada episodio sobre el hielo.
Y los quebraderos de cabeza del profesorado tratando de esquivar las denuncias
que los padres (y madres) podrían ponerles si algo de eso pasara. Pero visto
allí todo parece de cuento, ¿verdad?

Nadie nombró nada de los contenidos conceptuales que esos
niños reciben a diario. No se compararon temarios ni otros aspectos de los
currículos de ninguna etapa educativa. Mucho trajín entrando y saliendo de las
aulas, pero de qué aprenden, nada de nada. De todas formas tampoco hay que
preguntar mucho sobre esto teniendo en cuenta la impresionante panoplia de Premios
Nobel que tiene Finlandia, y los numerosísimos inventos y adelantos técnicos
que la culta sociedad finlandesa ha ofrecido a este mundo en las últimas décadas. Eso
sí, confesaban que en los años 90 sufrieron una crisis económica por el
alejamiento económico de la Unión Soviética y esa generación, que ronda ahora
la treintena, es una generación “perdida”, según ellos. ¿Qué vigor para salir
de apuros y atolladeros personales, verdad? ¿A esa gente no la “reciclan”
socialmente?
Tampoco se habló de las retribuciones económicas del
profesorado, aunque dicen que están valoradísimos; del elevado porcentaje de ultraderechistas
racistas que hay por allí (esos han debido de estudiar con otro sistema o en
otros sitio…) y de los desesperos que la gente coge con esa latitud (sin sol y
casi sin comida autóctona), lo que les hace suicidarse oyendo a Sibelius casi en masa (esto es
una exageración a propósito). Ni tampoco de los “guetos” en barrios casi
marginales, que los hay, que les hace tener, aun con educación pública de calidad,
importantes bolsas de pobreza y radicalismo. Claro,… si hubiera enseñanza
privada, aunque fuera concertada y religiosa, y fuera usada por muchos que
piensan que es mejor que la pública, como aquí, eso no pasaría. Pero hay que
saber que a Finlandia no ha habido dios (con perdón) que fuera a evangelizar y
poner de paso un buen colegio católico, de los "fetén", como los que se disfrutan
por estos lares. Y claro, han tenido que conformar una educación pública, laica
y nórdica, tan maravillosa como la que dicen que hay, y que muchos de
aquí envidian.
Para animar esos corazones diré que cada año compruebo a
través de los alumnos que van a estudiar con becas Erasmus (veremos ahora lo
que duran) al extranjero, que ellos, los “mal preparados” aquí, son los reyes del mambo en cualquier
universidad a la que van; que los niveles que llevan son muy superiores a los
que les dan por ahí fuera; que los programas de esas universidades son mucho
más triviales y facilones que los españoles. ¿Qué raro, no? Pues sí, es así. Y es
bueno saberlo y recordarlo a menudo. Sobre todo por si lo queremos comentar con
algún jubilado finlandés que ha conseguido pasar sus últimos años de su vida en
un lugar de la costa española, con sol, tapas, terrazas, comida abundante y
barata, con ambiente y ganas de vivir. Salieron de su particular finlandés sepulcro
blanqueado por la nieve, dicen que muy educados, pero necesitados de “vida”.
Está claro, somos diferentes.