Me escribe hace unos días Alfonso, un antiguo alumno mío,
que está disfrutando de una beca Erasmus en el Reino Unido. Desde el día que se
entusiasmó con irse fuera de casa durante un curso entero, al extranjero, y que
además le servía como un curso realizado en España, no faltaron sus comentarios
y preguntas en relación a la eficacia, necesidad, y bondad de la decisión. Por
otros muchos casos que yo conocía de primera mano le aconsejé que se informara
bien de cómo era la facultad de geología donde le recomendaban ir; que indagara
sobre el nivel que allí se obtiene, y si realmente le merecía la pena.
Por todos los comentarios que hicimos antes de irse, la
verdad es que se enfrentó a su aventura con decisión, aunque un tanto precavido
ante lo que allí se podía encontrar. Le cabían todas las dudas posibles, y no
solo respecto a la necesaria adaptación al idioma, costumbres locales y
horarios, sino respecto a la calidad
educativa que iba a recibir; si estaría bien preparado con lo que aquí le habían
formado como para afrontar unas clases en una nueva universidad; y si de verdad
podría estar a la altura de las circunstancias y conocimientos allí exigidos teóricamente. Todas esas dudas
se le vienen a uno a la cabeza cuando tienes la necesidad de dar la talla
intelectual en un lugar extraño, lejos de tu casa, y con la sola arma
conceptual que tu bagaje cultural patrio, tan vapuleado y despreciado en los
últimos tiempos.
Esa colección de recelos con los que mi amigo exalumno se
fue estaba alimentada, sin duda, por el gran recelo educativo que aquí se
tiene. No hay día en el que no se exponga mediáticamente que nuestra educación
es de las peores de Europa. Que debemos hacer un gran esfuerzo educativo en
este país para poder enfrentarnos a los numerosos retos con los que la vida
actual nos sorprende a diario. Miramos a los “lumbreras” de los finlandeses
(nunca habíamos oído hablar de ellos) como algo inalcanzable. Se nos hace tener una autoestima educativa
nefasta. Creemos, o mucha gente cree, que salimos de los centros de secundaria y
bachillerato tan mal preparados que no seremos capaces de afrontar y superar
nada que nos venga de fuera. Parece que estamos acabados académicamente: somos
lo peor de lo peor. Sin remedio.
Pues bien, ante esta situación penosa que aquí se nos hace
creer, cual patito feo transformado en cisne, este joven aragonés educado en
colegio e instituto público durante toda su etapa preuniversitaria, y ahora
estudiante de geológicas en la pública también Universidad de Zaragoza, ha
visto cómo sus conocimientos geológicos y medioambientales aquí recibidos, no
solo le han servido para poder seguir con normalidad las clases y seminarios
que recibe ahora, sino que están muy por encima del supuesto maravilloso nivel
que en esa universidad se imparte. Según comenta, los temarios, puestas en
común, conferencias recibidas, y relaciones académicas que allí establece, son
tan inferiores a las que porta desde aquí que casi no se atreve a comentar en
alto muchas apreciaciones académicas ante la posibilidad de evidenciar a alguien,
corriendo el riesgo de quedar por listillo, o el típico empollón.
Su carta, además de alegrarme enormemente por saber de él,
me hace sentir muy orgulloso de lo que aquí hacemos, sabemos, y enseñamos. Era algo
que muchos sabemos de sobras. Se conoce a la perfección esta situación desde
hace bastantes años, pero parece que es más noticiable ponernos verdes a
nosotros mismos, sin la mínima piedad. Puede que haya que reformar muchas cosas
en educación, soy el primero en reconocerlo, incluso luchando con fuerza para
que no se elimine la Geología y otras materias en el nuevo bachillerato que se ha inventado
esta gente, pero mucho de lo que hacemos lo hacemos bien, sin complejos.
Digámoslo bien alto. El tan manido término “fracaso escolar” habrá que
enmarcarlo dentro de los porcentajes estadísticamente normales referentes a un
sistema educativo universal, donde todos tienen cabida, quieran o no
desarrollar su intelecto. Pero eso es una cortina de humo. Aunque parezca
mentira, desde hace años que recibimos alumnos europeos del norte en nuestros
institutos para hacer aquí el bachillerato. Y es fácil comprobar sus precarios
y escasísimos conocimientos en las asignaturas de ciencias, por ejemplo. ¿Pero
no recibían en sus países una formación académica mucho mejor que la de aquí?
¿El fracaso escolar allí de verdad es menor
viendo a alumnos que salen fuera de su país a estudiar tan mal
preparados? ¿Por qué los informes PISA dicen
todo lo contrario a lo que vemos en las aulas? Algo pasa. La información que
recibimos no debe ser todo lo exacta que debería. Alguien está empeñado en
amargarnos la vida. Y hay que averiguar para qué.
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