No se sabe nada de la presión mediática a la que estábamos acostumbrados por parte de los grupos ecologistas antes de la pandemia. Antes de marzo era raro el día en el que no se pudieran leer o ver artículos y documentales sobre los grandes males ambientales producidos por la humanidad, además de recomendaciones varias en relación al debido uso que se debe hacer de la naturaleza.
Qué ha sido de ellos en estos meses es todo un enigma. Nadie sabe dónde se han metido. Si alguien lee ahora un periódico podrá comprobar lo que digo. Las múltiples denuncias por diversas agresiones al entorno y la consiguiente culpabilización al ser humano de todos y cada uno de los males medioambientales acaecidos en cualquier lugar del planeta ya no parecen ser considerados elementos que les produzcan algún tipo de rentabilidad formativa de la sociedad, y que justifica su lucha.
Al comienzo de la pandemia sí que se oyeron opiniones comparando las muertes producidas por el cambio climático con las del coronavirus. Los muy osados en hacer esas aseveraciones en esos trágicos momentos decían que el cambio climático producía muchas más, supongo que con la intención de despertar conciencias, claro. Y desde entonces, la verdad, es que se han eclipsado casi por completo, exceptuando al pintoresco colectivo “Almas Veganas”, el de los "pollos violadores" por si alguien no sabe quiénes son, que ha resoplado últimamente en protesta por la eliminación de miles de visones criados en una granja de Teruel al estar infectados unos cuantos del virus letal. Pero nada más. Ya no se sienten agredidos por el mal uso de casi todo lo que utilizamos en nuestro mundo occidental. Por ejemplo, recientemente se premiaba en un concurso fotográfico de imágenes relacionadas con la pandemia la foto de un zaragozano que fotografió un balcón con multitud de bolsas de plástico puestas a secar después de su desinfección. ¿Quién nos lo iba a decir hace unos meses, eh? ¡Un premio a una foto cuyo protagonista es el plástico, nada menos! Supongo que se lo habrán pensado dos veces antes de hacer críticas, pues seguro que en el tradicional mundo ecologista se habrán enterado, digo yo, de que el plástico ha hecho por salvar vidas en estos tiempos de pandemia mucho más que la penicilina en su momento. Todos los materiales médicos que se han usado para proteger tanto al sanitario como al paciente están fabricados fundamentalmente con plástico, con lo que su uso se ha hecho indispensable. Pero bueno, aún así cabría esperar una mínima intervención o recomendación de esos grupos apuntando en la dirección del uso adecuado del plástico, sobre todo una vez empleado en la praxis sanitaria. No habría estado nada mal. Pero no, nada de nada. ¿Por qué no lo han hecho?
O, ahora que estamos en verano, un toque de atención al personal cuando se ha sabido que las fábricas de piscinas familiares están desbordadas por numerosos e incesantes pedidos. Al parecer muchísima gente que este año, por razones obvias, no pueden ir de vacaciones, han decidido ir a su pueblo y comprarse una piscina para aliviar sus calores. Las piscinas son de plástico, o de un sucedáneo, y hay que llenarlas con miles de litros de agua, lo que parece que tampoco les resulta al mundo ecologista tan significativo como para alertar a la población de un buen uso y ahorro del líquido elemento. Nadie dice nada. Desde luego esto que a algunos les puede parecer incoherente no es nada nuevo, pues hace muchos años que hay gente muy "concienciada ecológicamente" que disfruta en su segunda residencia de una espléndida piscina para sus fiestas veraniegas. Son los denominados “ecologistas con piscina” que son algo así como una versión refinada del ecologista tradicional y poco pudiente.
Fotografía premiada "La bolsa o la vida" del zaragozano Javier Burgueño, en el concurso de PhotoEspaña 2020. |
Desde luego se echa de menos alguna intervención conservacionista en relación a la nueva actualidad. Por ejemplo, alguna consideración ecológica convincente respecto a lo acertado de la drástica disminución, como siempre han pretendido, de los miles de viajes aéreos, tanto de negocios como de vacaciones, que este año no se están haciendo, y que aunque eso haya supuesto la eliminación de miles y miles de puestos de trabajo en todo el mundo, ha generado una incuestionable mejora de la calidad del aire de nuestros cielos. O que, en general, el consumo de todo tipo de bienes de consumo haya disminuido casi a cero será bien visto por muchos que, con razón, criticaron en su día a una sociedad hedonista, consumista y arrasadora de la naturaleza que necesitaba para vivir “bien” una serie de materiales y materias primas cuya obtención no hacía más que destrozar irreversiblemente el entorno natural. ¿Por qué no se le dice a la gente desde el mundo ecologista que esta disminución de consumo que tanto se pregonaba es buena para la madre naturaleza? ¿Así es como, según ellos, debemos seguir viviendo o hay alguna alternativa viable? Sería muy interesante que alguien dijera algo y escuchar sus argumentos al respecto.
Por eso, la normalización de la vida social después de la primera ola del coronavirus debería contar también con el apoyo eficaz y cómplice de los grupos ecologistas, si es que se comprueba que no se han autodisuelto, para que se actualice una presión mediática encaminada a la justa comprensión del objetivo primordial del ecologismo de verdad, que es el conservar la naturaleza en el marco de un desarrollo sostenible para la humanidad. Naturalmente, eso requiere un necesario ajuste conceptual en relación al uso, si así lo exige el guión, de numerosos materiales hasta ahora demonizados pero que hoy resultan imprescindibles para seguir vivos. Su uso no significa ni contempla, en absoluto, que se justifique una insolidaria relajación de costumbres bastante bien arraigadas hasta ahora en la sociedad occidental encaminadas a la Reducción, Reutilización y Reciclado de los mismos. Pero su discurso tiene y debe cambiar. A ver si despiertan y empezamos de nuevo, y mejor.
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