¡Qué difícil
resulta hoy en día decir algo de cualquier tema que se separe de lo políticamente correcto o de lo que diga
la marea de opinión predominante! Y más cuando se trata de temas relacionados con la ecología o el medio ambiente. Parece que esa disciplina
no admite ninguna opinión o crítica a la firme y mediáticamente establecida. No
se trata de ser disidente porque sí, o
por llevar tozudamente la contraria. Se trata de querer y poder expresar de la
manera más honesta, y con base científica,
una serie de datos y conclusiones contrastadas que no se acercan mucho a
lo que desde los medios y algunas
instituciones políticas quieren que sea la información única y monolítica que
se debe tener para sentirse progresista sin tacha alguna, buena
gente, solidarios, respetuosos con el entorno, y me atrevo a decir aún más, a no
parecer un reaccionario. Sí…, es muy
difícil.
Es tan
difícil como encontrar a alguien que no
se haya enterado todavía de que se está produciendo el inicio de un cambio
climático en el planeta. La machacona información
en los medios respecto a la necesidad de hacer algo en contra de actitudes humanas que son las causantes de un
incremento desmesurado del efecto invernadero por una mayor emisión antropogénica
de gases, sobre todo el dióxido de carbono, el CO2 , es algo que
asusta, aturde, cuando no aterroriza, a una multitud de bien pensantes que, sin
tener mucha formación medioambiental, traga sin rechistar los augurios del
negro futuro que le espera a la humanidad y del que es totalmente causante.
La vida cotidiana
de la gente de hoy gira en torno a una
serie de lógicas y necesarias recomendaciones/imposiciones en relación a lo
natural. No hay día en que no se reciba información respecto a lo que hay que
hacer. Reciclar todo tipo de materiales que se usen o reducir el consumo de
agua son algunas de las indicaciones para que se viva en una necesaria armonía
con la naturaleza. Todo esto está muy bien y es necesario generar una conciencia
conservadora en la ciudadanía, aunque debería completarse con la tercera “R”. Lo
de reutilizar se oye menos pues todo está hecho para usar y tirar y, claro, no les conviene. La última y más contundente recomendación en la actualidad es la
reducción drástica del uso del plástico.
Veamos ahora
alguna cuestión que puede hacer pensar a los que siguen estos preceptos si realmente
están más cerca o no de cuidar la
naturaleza actuando según lo establecido
como correcto. Si se analiza con detalle el tipo de materiales y productos
manufacturados que utilizamos en nuestras vidas occidentales veremos que es
ingente la cantidad de recursos naturales que usamos y necesitamos. Por
ejemplo, plástico por todas partes: cepillos de dientes (antes eran de madera y
cerdas); vasos y recipientes alimenticios varios (incluso un cubo triple de
plástico para el reciclado); material escolar y de oficina; ropa y zapatería
(piel o plástico); más todo lo referente a la comunicación, móviles, ordenadores,
etc. En lo relativo a la alimentación sería necesario todo un tratado al margen
para desgranar el “abusivo” empleo de plásticos y otros derivados del petróleo
en el transporte, distribución, empaquetado, exposición y venta al por menor de
todos y cada uno de los alimentos que se consumen. Todo está pensado para que
nuestra vida sea fácil y cómoda, a lo que se añaden conceptos relacionados con
la higiene y la seguridad en el consumo. Nadie compra un producto alimenticio
sin los comprobantes de haber pasado por todos los controles sanitarios que
deben estar, y están, expuestos en una etiqueta impresa en el envoltorio. ¿Envoltorio
de qué material?: de plástico, papel celofán, cartón, madera… Nos parece
exagerado que así sea, pero, ¿lo compraríamos sin envoltorio y/o sin esa
información sanitaria?
Nos han
educado y nos hemos acostumbrado a la comodidad y seguimos educando en el
confort absoluto a toda nuestra juventud. Los hay que pasan penurias económicas
en sus casas para alimentarse, pero no verás que les falte su teléfono móvil o
sus actividades lúdicas de pago. Y también los hay que defienden enardecidamente
las tesis ultraconservacionistas pero no dudan en comprarse un coche todo
terreno cuando llegan a tener hijos, pues lo necesitan, les da mucha autonomía
(dicen) y quieren lo mejor para su prole. A esos mismos les parece fenomenal
que una pobre niña, utilizada y manipulada por padres y autoridades, vaya
dando tumbos por el mundo diciendo que está llegando ya la sexta extinción
masiva en el planeta. Dicen que esos gestos conciencian mucho. ¿Sobre qué?
¿Sobre, por ejemplo, la necesidad de reducir el transporte en avión por ser muy
contaminante como ella hizo? Pues se debería pedir también, por coherencia, que se prohíba el consumo de alimentos que no
son de proximidad. Desechemos aguacates, mangos, plátanos canarios o cualquier
otro producto de fuera. Y, por supuesto, usar solo los electrodomésticos,
ordenadores, móviles, y cualquier otra cosa que se fabrique aquí cerca. ¿Seremos
capaces?
Hay gente muy
harta de ver a todos esos “defensores de la naturaleza” a ultranza hacer
exactamente lo mismo que ellos. Usan el mismo ascensor, la calefacción de su
vivienda, tienen coche, llevan a sus niños pequeños en cochecitos que parecen
pequeñas naves espaciales, están a la última en productos tecnológicos, visitan
de vez en cuando santuarios naturales como buenos amantes de la naturaleza que
son, aunque estén a muchos kilómetros de su residencia, y procuran comer los
productos llamados ecológicos y, si es posible, de comercio justo, pues así
hacen algo por los prójimos que viven a 15.000 km, en países subdesarrollados,
pero que hacen lo que pueden por salir adelante, entre otras cosas enviar para
vender sus cafés y artesanías a Europa,
aunque se contamine mucho en el viaje. ¡Pero en ese caso tiene una
justificación!
Nadie
medianamente formado, enterándose de lo que hace, quiere destrozar el planeta ni su entorno inmediato.
Y a la vez nadie quiere dejar de vivir rodeado de comodidades o anhelando
tenerlas en breve. ¿Hay disposición a prescindir de algo de lo que tenemos o
usamos a diario? ¿De qué prescinden los que señalan y denuncian a los demás
como profanadores de la naturaleza por su modo de vida? ¿Dan ejemplo? Aún recuerdo
que cuando hace unos años se hablaba mucho del deshielo de los glaciares
pirenaicos (ahora ese tema está ya pasado de moda) por la excesiva emisión del
CO2, y ante un claustro de profesores muy concienciado y “dispuesto
a todo” por la causa, la caras de estupor y rechazo que pusieron cuando propuse
reducir unos grados la temperatura de la calefacción del centro e ir a trabajar
más abrigados. No dimos la talla.
Sin embargo,
hay muchos geólogos callados que no piensan que lo socialmente establecido ahora
en este tema sea correcto e inamovible. Muy pocos son, y los hay, los que animan y empujan a la protesta y
manifestación fácil para la “lucha” contra el cambio climático, sin duda, con
otros intereses distintos a los medioambientales. Quizás, esa manipulación
esconda otros objetivos, incluso con buen fondo, como la movilización juvenil,
la participación en reivindicaciones comunales casi místicas, o la
confraternización entre iguales. Pero, desde luego, saben que no dan
información completa y veraz a la gente para que opine con datos en la mano. La formación geológica, fundamental para poder
interpretar procesos naturales medioambientales, da instrumentos para
contemplar y entender la sucesión de acontecimientos paleoclimáticos que a lo
largo de muchos millones de años se han sucedido en la Tierra. Y esa formación
hace disentir con muchas de las alarmas que se emiten ahora en los medios, o
por lo menos permite hacer consideraciones y aclaraciones científicas que
ayudan a desdramatizar y ser más comprensivos con nosotros mismos y los demás. Pero
solo algunos pocos de ellos, bien preparados, se atreven a dar su criterio,
basado en la ciencia y en la pura investigación geológica, tratando de matizar
algunas de las conclusiones “oficiales”. Especialidades de la Geología, como la
paleontología, estratigrafía, sedimentología y paleoclimatología, sobre todo, ofrecen datos contundentes que no son la
referencia utilizada por los “miles” de
científicos y paneles intergubernamentales que dicen estar en consenso para
exponer sus apocalípticos avisos climáticos. La ciencia no ha funcionado nunca por consensos.
Recomiendo aquí este vídeo de
Luis Pomar, catedrático jubilado de Estratigrafía de la Universidad de
Baleares, (tv.uvigo.es/video/5b5b7b538f4208d6558eed69) , donde expone claramente
algunas de las informaciones geológicas y paleoclimáticas básicas que hay que
tener para poder empezar a hablar de todo esto. A finales del año 2018 impartió esta charla en el Paraninfo de la
Universidad de Zaragoza y llenó, fundamentalmente de geólogos, uno de los
salones más capaces del edificio. Uno de sus postulados/titulares es que el
incremento de CO2 en la
atmósfera no produce el cambio climático. Con esta frase la polémica social
está servida. ¿Quién tiene arrestos para, tras formarse bien en el tema, usarla
en una reunión familiar o de amigos?
Luis Pomar, catedrático de Estratigrafía. |
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