No es el primer caso que ocurre con los deportes de riesgo.
Han ido un grupo de voluntarios aragoneses a
rescatar a un espeleólogo español
en Perú que ha sufrido un accidente en una cueva, a 400 metros de profundidad. Las
autoridades peruanas o no se han enterado o no quieren gastar dinero en
socorrer a una persona que se hiere en una aventura de puro placer. ¡Cómo son…!
La verdad es que estos desgraciados acontecimientos llevan a la reflexión. La
práctica de deportes de riesgo, de muy alto riesgo, debería estar regulada
mejor. No basta con que los que los practican sean, como dicen en las crónicas
periodísticas, “deportistas experimentados”, o que haya que rescatarlos (el Estado),
con dinero público, de cualquier parte del mundo en la que se
accidenten porque paguen aquí sus
seguros médicos deportivos.
Muy a menudo estos arriesgados deportistas suelen ser de una
casta de gente que se enorgullece de realizar actividades muy relacionadas con
la naturaleza, y resultan ser el banderín de enganche y el paradigma del
ecologismo actual. ¡Qué mejor y atrevida actividad que tirarse en parapente,
hacer “puenting”, subir a las más altas cumbres, o bajar a difíciles cavidades para explorarlas,
vivir su aventura y, si puede ser, su dosis de exposición mediática! No son
deportes baratos: no consiste en tener un equipo sencillo de ropa deportiva y ponerte a correr por un parque…, no. Su ejercicio
requiere de materiales de los más modernos y especiales en cuanto a resistencia,
peso y diseño tecnológico, lo que sugiere ya un precio desorbitado. No está al
alcance de cualquiera que quiera practicarlo, desde luego. Por lo general, solo
la gente de dinero puede hacerlo. Pero eso sí, son de una, dicen, conciencia ecologista fuera de lo normal (aunque los hay
que ni siquiera eso…). Intentan realizarse personalmente (comentan en privado…)
a través de la puesta a prueba personal en su particular enfrentamiento a los
riesgos que la naturaleza les ofrece, pensando así que la vencen, que pueden
con ella, que una vez más el hombre demuestra que es capaz de domesticarla.
Será por eso que ningún grupo ecologista conocido se posiciona en contra de
estas aberraciones “deportivas”, ya que forman parte de una esencia naturalista,
forrada, eso sí, de una parafernalia hiperdesarrollista, aunque se oculte (viajes, materiales,…), que
avergonzaría a cualquier persona que con humildad vive en y de la naturaleza.
Y lo peor no es que esta gente presente unas incoherencias
cínicas en su actividad medioambiental, sino que mucha gente que ahora se tira
de los pelos y protesta por la
ineficacia de los peruanos y las autoridades españolas al no acudir de
inmediato a rescatar al pobre espeleólogo que se ha quedado, malherido, en una
cueva del Perú, son los mismos que han criticado que se repatriaran rápidamente
a los sacerdotes misioneros afectados de ébola en países africanos. Hay que ser
coherentes, se sea ecologista o no se sea. Aunque lo de los misioneros también
sugiere algún comentario.
El rápido montaje (era urgente y necesario por cuestión médica) para traerse
a un hospital de aquí a los españoles infectados por el virus mortal, sacerdotes
católicos ellos, y aunque no es comparable esta actividad con la del espeleólogo herido, también resulta chocante para mucha gente que lo está pasando
muy mal aquí por cuestiones económicas. Chocante, y en algunos casos irritante,
al poder comprobar que personas que se
van voluntariamente a países tercermundistas a tratar de ayudar a personas enfermas, y que dicen que dejan
todo aquí por ellos, no encuentren allí un refugio médico, a la vez que
espiritual, entre los suyos. Suele oírse de sus bocas que con lo que se gasta
el Estado (español u otros…) en cualquier maniobra militar, o en viajes de
negocios con empresarios, se podría pagar el tratamiento de muchos infectados
de ébola, malaria, tifus, etc., en esos países tan pobres. No les faltará razón,
y seguro que se podría hacer mucho más.
Pero, sin embargo, no ponen reparo alguno a ser tratados como los jefes
de estado que ellos critican para ser recogidos,
gratis, en un avión medicalizado y ser enviados y entregados a la sanidad española para tratar sus
dolencias. ¿Por qué no deciden quedarse allí para ser tratados como ellos hacen
con sus pacientes indígenas? Con todo mi
respeto por la labor humanitaria que realiza esta gente, el irse
de misionero a diez mil kilómetros de distancia, sabiendo que papá Estado los vigila,
mantiene y rescata sin coste alguno para ellos o sus órdenes religiosas si hay algún problema, devalúa, en mi opinión,
ese acto heroico y entregado que tradicionalmente se dice que es el ser
misionero.
Deseo firmemente que se recupere del ébola el último
misionero repatriado; y que el espeleólogo salga lo menos dolorido posible de
la cueva en la que se ha metido, pero, por favor, en actividades humanitarias
voluntarias por esos mundos y en las de
practicar deportes de riesgo inútil, dentro o fuera de nuestras fronteras, habrá
que diseñar un protocolo (con condicionantes económicos incluidos, como seguros obligatorios para circunstancias especiales, por ejemplo) para que
todo el mundo sepa a lo que tiene derecho, o cuánto dinero te va a costar, si te
pasa algo grave.
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