No hace falta pertenecer a un grupo ecologista con renombre
para sentirse con conciencia ecológica. Nos pasa a muchos. Reciclamos vidrios,
papel, cartón, vidrio y pilas. Nos sentimos bien con lo que hacemos con el
medio ambiente. Incluso nos creemos con el derecho a criticar los desatinos
medioambientales que se cometen por ahí. Somos exigentes con los demás en temas
conservacionistas pues hacemos “lo que podemos” en nuestras vidas con la
naturaleza, cada vez más respetada por los yuppies del conservacionismo. Somos
geniales.
Pero además, viajamos. Fundamentalmente en verano, aunque
nos gustaría hacerlo más a menudo, o al menos, eso decimos a los que nos
encontramos con familiares o amigos. ¡Se aprende tanto, se viene tan cambiado
de un viaje y se empapa uno de tantas culturas diferentes que es “necesario”!.
No todo está en los libros, hay cosas que se prenden viajando, dicen…
Precioso paisaje marino de "isla de las cabras", junto a Terceira, en las Azores. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?: se admiten propuestas... |
Una de las cosas que se pueden aprender si se tiene algo de
sensibilidad es la gran capacidad de autoconvencimiento que tenemos al ver la
gran falsedad de nuestros criterios ecológicos de pacotilla. Criticamos actuaciones
urbanas o de infraestructuras modernas en lugares exóticos o remotos, como la
construcción de carreteras o de hoteles en lejanos lugares emblemáticos de gran valor
ambiental, pero queremos viajar a esos lugares en supercontaminantes aviones. En
muchas ocasiones no hay otro remedio para ir a determinados sitios, es verdad, pero una
vez llegados allí podíamos tener la decencia de no criticar los escasos
adelantos o actuaciones poco respetuosas con el medio ambiente que allí se
suelen ver, y que han servido para que unas pocas gentes vivan algo mejor. Somos implacables: queremos pureza ecológica en lo que visitamos,
es nuestra fina cultura conservacionista. Muy probablemente sean verdaderos
atentados ecológicos lo que vemos, pero nosotros hemos llegado hasta allí
¡contaminando!
Miles o millones de personas que visitan islas civilizadas y
que viajan en barco o avión son los primeros en posicionarse en contra de las
empresas petroleras para que no prospecten
la existencia de nuevos yacimientos de petróleo, como en Canarias, por
ejemplo. Pero luego hacen uso de los adelantos técnicos más sofisticados para
viajar a las islas o a cualquiera de innumerables destinos que eligen a lo
largo del año para relajarse o pasar un fin de semana tras otro. No hay nada más chocante que ver cómo se
ofertan excursiones desde algunas islas para ver ballenas o delfines en alta
mar, con el anzuelo de ser una salida “ecológica”: a 5.000 kms de distancia de
tu casa, en barcos pertrechados con todos los avances de la tecnología
industrial moderna y con motores potentísimos alimentados por gasoil. Solo faltaba que el barquito se llamara "Rainbow Warriors", como el de Greenpeace. Eso es
una incoherencia cínica que resulta muy difícil de asumir y de respetar. Esas
mismas gentes, ¿aceptarían una restricción de uso de carburantes fósiles en
este momento? ¿Qué harían si se les impidiera seguir viajando por falta de
combustibles? ¿El desarrollo que tenemos quedaría en el olvido y volveríamos
sin miramientos a formas de vida del pasado? ¿Realmente se estaría dispuesto a
cambiar a una vida más “natural” prescindiendo de aparatos, tecnología,
comodidades…, con tal de salvaguardar intacto el entorno?
Si queremos seguir viajando, aunque se sea muy ecologista, hay
que asumir ciertos impactos en el medio ambiente. Estos deben ser los mínimos posibles, por supuesto, pero es cuestión de elegir.
Magnífica y sincera reflexión
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