Hay que ser ciego para no ver interés manipulador político, por parte de las autoridades peperas madrileñas en
educación, al sacar hace unos días a la
luz pública unos escandalosos y sospechosos “datos” respecto a las
contestaciones de los maestros interinos
en las pruebas de sus oposiciones. Parecen respuestas elaboradas en el taller
del disparate. Que se responda que las
gallinas son mamíferos o que de una circunferencia de 1 cm de radio no se sepa su longitud es algo tan rebuscado que
resulta difícil el creerlo. Incluso puede que alguien conteste así de mal, pero
desde luego me niego a creer que más del 80% de los presentados no sabían esas
preguntas y otras muchas parecidas, de nivel de 6º de Primaria.
Tampoco seré yo quien defienda el nivel académico que muchos
de los maestros que conozco tienen. Hasta casi los años 80 del siglo pasado a
las Escuelas Universitarias de Magisterio, ahora Facultades de Educación, se
podía acceder sin aprobar las pruebas de Selectividad, por lo que allí entraba,
y llegaba a titular, una buena colección
de “entusiastas” vocacionales a los que ya se les había regalado alguna
asignatura en sus bachilleratos para quitárselos de encima. A los pocos años se
les pidió ya aprobar previamente las pruebas selectivas, con lo que se limó
algo más la garantía social de un mínimo nivel para luego ser los encargados de
la educación de nuestros hijos. Pero aun así, las Escuelas de Magisterio no han
gozado de una buena fama en las últimas décadas. Y en ello han confluido
bastantes factores. Por un lado esa inmensa heterogeneidad del alumnado que
allí asistía, muchos de ellos desmotivados profesionalmente (aunque siempre hay
excepciones) que se topaban con el acomplejado intento docente de querer dotar de gran altura
y calidad académica a muchas de las enseñanzas que allí impartían. Algunas de
las corrientes “investigadoras” que en didáctica y pedagogía se han ido
metiendo en las mentes de muchos de los actuales enseñantes, y que me atrevo a
denominar de “raras”, son el fruto de una casi obsesión por dotar de una jerga
académica a una serie de ideas y principios educativos que vistos con los años
y la experiencia docente casi producen sonrojo, cuando no risa desbocada. Y
todo ello impartido por unos equipos docentes que nada tienen que ver
profesionalmente, en origen, con la
didáctica o la pedagogía. Compañeros
míos de geológicas, así como físicos, biólogos, lingüistas, geógrafos, etc,
fueron encomendados desde su primer día de trabajo docente, sin ningún
reciclado, a “formar” maestros. Incluso
conozco el caso de un geólogo de la Escuela de Magisterio de Teruel que tuvo que completar su horario docente
impartiendo nada menos que Física a los
alumnos de Ingeniería Técnica. Digo yo que estos triviales detalles también
tendrán que ver con el resultado formativo de esos alumnos, ¿no creen? Sin duda
hay muchas cuestiones que plantear respecto a una posible reforma de la
formación académica de los maestros, pero tenemos que reconocer que la “culpa”
está compartida.
Todos conocemos casos, de oídas o por haberlo sufrido nuestros seres queridos, de métodos de
enseñanza de lectura a los más pequeños
en los que no debíamos los padres, por recomendación de los maestros, confundir
a los niños al decirles que, por ejemplo, la “m” con la “a” suena “ma”, sino
que deben leer “…mmm..a…”. O ver cómo los niños salían del colegio haciendo
aspavientos con sus manos con el fin de “deletrear” el alfabeto aplicando un
especialísimo sistema de aprendizaje de lectoescritura. Bueno…, sin comentarios. Eso sí, esos mismos maestros,
convencidos de que “retrasar” el momento de la lectura y
escritura en los niños es algo muy “necesario”, se llenan la boca de alegría al expresar que a
esa misma edad, los 4/5 años, son capaces de “entender” cómo funciona un
ascensor, por ejemplo (¡¡esto es caso verídico!!). Sin comentarios, de nuevo.
Así que si estas buenas gentes docentes son capaces de tragarse el cuento de
esos maravillosos sistemas de enseñanza y aplicarlos sin rechistar, me parece que no son muy allá en cuanto a su
nivel intelectual, que supongo que es el problema de fondo cuando se trata de
salir bien preparado. Mis luchas,
discusiones y enfrentamientos con algunos “modernos” profesionales docentes en
relación con esos temas ha sido casi continua durante los años de formación de
mis hijos, aunque siempre encontraba algún aliado “intelectual”, inteligente y bien formado, respecto a lo adecuado o
inadecuado del método aplicado entre los maestros más mayores. Estos habían
compensado y equilibrado con inteligencia y trabajo el desarrollo de su quehacer profesional aplicando buenas dosis de
sentido común y experiencia.
Afortunadamente esto está cambiando desde hace unos cuantos
años. El alumnado que nutre las Facultades de Educación desde comienzos del
siglo XXI son de otro perfil académico. Conozco casos de alumnos que con Matrícula
de Honor o media de sobresaliente en bachillerato han decidido entrar en
Magisterio para formarse y dedicarse vocacionalmente a la enseñanza. Ya era
hora. Todos confiamos en ellos para poder ofrecer a la población más joven la mejor preparación básica posible, y por los
profesionales mejor preparados. Desde luego estos saben, sin duda, que una gallina no es un mamífero y deducen la
longitud de una circunferencia con cualquier radio. Por supuesto son
conscientes de que para enseñar algo hay que dominar ese “algo”, aunque haya tendencias pedagógicas que defiendan que se
puede enseñar cualquier cosa aunque no se sepa nada del tema. Y supongo que estarán tan escandalizados como
muchos de los docentes estamos al ver
cómo se pretende descalificar a todo un sector público de la enseñanza
llamándoles incultos o tontos. ¿Qué resultados obtendríamos pasando el mismo
examen al ilustre claustro de cualquier
facultad de Derecho o Filosofía y Letras, por ejemplo? Me lo imagino.
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