Quien no conozca Zaragoza debe saber que la calle Las Armas
está en el popular barrio de san Pablo, o del “Gancho”. Se trata de un barrio
antiguo, con abundancia de casas palaciegas de los siglos XVII y XVIII ,
restauradas muchas para oficinas
municipales en los últimos tiempos, situadas
entre multitud de edificios poco cuidados y que rozan amenaza de ruina.
Es lo que se denomina en los medios como un barrio “degradado” y en mal estado,
a pesar de estar a menos de 200 metros de la Plaza del Pilar. Desde hace años está habitado por personas que son,
en su mayoría, musulmanes, los cuales conviven con los tradicionales habitantes
del barrio de raza gitana además de unos cuantos “payos”.
A mitad de calle el ayuntamiento acondicionó hace años unos edificios de estructura moderna
para realizar allí todo tipo de actos culturales con la idea de revitalizar
culturalmente el barrio: escenario multiuso, plaza de expansión de las
estrechas calles circundantes, aprovechamiento de solares para uso urbano, etc.
Y es en el gran patio interior del edificio y en sus adláteres donde se sitúa
cada segundo domingo de mes el mercadillo de Las Armas. Está compuesto por una
gran cantidad de puestos ambulantes donde se puede obtener, por ejemplo, zumos caseros riquísimos, artesanías en madera tallada finamente con
nombres de personas u otros motivos, ropa de niños de diseño, o productos
alimenticios especiales.
Artesanías en el mercadillo de Las Armas. |
Pero lo más significativo que se contempla cuando se visita es
el “tipo” de personas que regentan los puestos ambulantes. Nada que ver con los
puestos de un rastro o mercado tradicional, o de la habitual artesanía que se encuentra
en los aledaños de edificios históricos de las ciudades. Nada de eso. Parecen, y son casi todos ellos muy jóvenes,
sacados del mercadillo solidario navideño del barrio de Salamanca de
Madrid. Solamente algunas rastas cuidadísimas (y sobre todo el entorno) te hacen pensar que
estamos en “otro” barrio. Desde luego,
la supuesta integración social de las personas que viven unos metros más
arriba, apiñados en pisos pequeños y mal acondicionados, brilla por su
ausencia. ¿Será que no se atreven a mezclarse con tanto pedigrí?
El diseño, la finura,
el exclusivismo y lo peculiar se hacen fuertes entre estas gentes que es posible que tengan contratado un buen seguro por
por si en esa zona tan degradada les pasa algo. O llamarán a su papá para que los
rescate, si hace falta, con su helicóptero privado. Pero, por lo demás, se les ve
bien: seguros de sí mismos acercando su arte y artesanía a zonas en las que pocos o nadie quiere o puede comprarles nada. Se sienten bien mezclándose, o mejor dicho,
haciendo una leve incursión por esos sitios tan siniestros donde les han dicho
que vive tanta gente desgraciada, sin recursos, y con problemas que ni se
atreven a pensar. Pero así son felices, o eso parece, pues las risas continuas
y comentarios jocosos se oyen sin cesar. Creen muchos de ellos que se acercan al pueblo más que
nadie y así les contarán alguna vez a
sus nietos, sentados en su buena poltrona, las “aventuras” que pasaban cuando
eran jóvenes y se rozaban con cualquiera. Después ya no podrán, pues al hacerse
más mayores y desde su cargo político en alguna consejería o concejalía no les
quedará tiempo para zambullirse en semejantes sitios. Pero saben que existen. Y
están con la conciencia tranquila pues forman parte de la pequeña historia
urbana y social del intento de salvamento de esos lugares y de esos infelices.
Mientras, desde el instituto del barrio, el IES Ramón y
Cajal, se hace lo que se puede y más para tratar de sacar adelante
académicamente a muchos chavales que miran desde la altura de sus viviendas,
los segundos domingos de mes, a gentes y productos que no conocen ni desean. Ni
falta que les hace.
"Miradores" del mercadillo. |
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