Me imagino que se conoce la noticia de la explosión en El
Pilar de Zaragoza de una pequeña bomba. No ha habido muertos ni heridos. Solo
desperfectos en el mobiliario del templo. Se nos ha dicho que ha sido gente de “extrema
izquierda”, posiblemente “anarquistas italianos”, y que podrían ser los mismos
autores que los que en febrero de este año pusieron otra en la catedral de Madrid.
Los periódicos locales aragoneses se han hecho eco de la noticia, aunque los
nacionales, como siempre, la han cogido con alfileres y la han colado entre las
importantes, casi de refilón. La verdad, nos da lo mismo, estamos acostumbrados
a estos desdenes, desplantes o ninguneos
por parte de la prensa estatal. Repito, nos da lo mismo. Lo han hecho siempre.
Me parece ahora más
importante comentar algo respecto a estos pobres desgraciados que han puesto la
bombica del Pilar, pues me parece que no deben saber muy bien quiénes somos por
esta tierra. De saberlo o ser de aquí, que no creo, supongo yo que se lo
habrían pensado dos veces. Sin
remontarnos a épocas históricas decimonónicas, durante los últimos 40 años se
han dado muestras en Zaragoza de lo que
aquí, en Aragón, se es capaz de hacer y conseguir ante una “agresión” externa,
eso sí, sin bandas terroristas usadas
como ariete, sin amenazas y sin estridencias. Solo con argumentos, tesón,
cabezonería, y un sentimiento aragonesista que no entiende de derechas o
izquierdas, solo de sangre baturra que defiende sus derechos. Y de eso nos
sobra a todos. A todos de los 1,3 millones de habitantes de Aragón, de los que,
por ejemplo, “tan solo” asisten el 35% (unos 0,4 millones) a las
manifestaciones antitrasvase del Ebro (a Cataluña en los años 70 y 80; a
Valencia, Murcia y Almería, en los 2000) y a las que llevo asistiendo toda mi
vida. Hasta ahora esa unión ha hecho que lo consigamos entre todos: el temido e
insolidario trasvase no se ha hecho, aunque todos al despedirnos nos decimos: “hasta
la próxima”, porque estamos seguros que habrá otra intentona. Pero allí
estaremos, que no tenga nadie la mínima duda. Somos así, como esos viejos
árboles.
Pero además del agua del Ebro, otro de los símbolos
principales e inequívocos de esta tierra, y conocido por todos, es El Pilar. Y con atacarlo ahora (inexplicablemente), han
pinchado en vena, en nuestras venas. Y, ¡ojo!, muy lejos personalmente de
defender las posturas (hasta ahora) antiguas y en ocasiones recalcitrantes de
la iglesia católica respecto a muchos temas sociales que no mencionaré, nadie, repito, nadie, puede
entrar en nuestra casa y poner una bomba destructiva como la que han puesto en
El Pilar y marcharse como si tal cosa. Porque El Pilar, es “nuestra casa”, se mire por donde se mire, la usemos
poco o mucho, se sea creyente o no. Y allí estaremos todos para defenderla de
la manera que haga falta. Se equivocan si creen que una ideología trasnochada y
que se abre camino con violencia puede destruir lo poco que tenemos y queremos de
verdad en esta tierra. Estamos en alerta, el Pilar no se toca: “…ayer, hoy y
siempre, a Zaragoza la defiende su gente”.
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