¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

martes, 26 de enero de 2016

Significado y utilidad en Ciencias Naturales de las actividades extraescolares.




     El diseño de programaciones a comienzo de curso incluye habitualmente una serie de actividades docentes de tipo extraescolar para el alumnado de todos los cursos de secundaria. En el caso de los departamentos de Ciencias Naturales  de los centros, las programaciones han de atender las necesidades educativas de los cuatro cursos de la secundaria obligatoria (ESO) y de los dos cursos del bachillerato. En muchas ocasiones se pretende dar un complemento educativo al alumnado. Esto se refiere a que el desarrollo de unidades didácticas a lo largo del curso necesita que se complemente, o en otros casos se aplique lo “aprendido” en el aula o en el laboratorio, con actividades que se realicen fuera del centro. En esa actividad se suele contemplar  un amplio barrido de elementos educacionales a adquirir fuera del tradicional esquema que supone la vida diaria en el aula.
     En Ciencias Naturales este objetivo suele ser de fácil aplicación y obtención. No es difícil encontrar propuestas para estos complementos educativos realizadas desde instituciones públicas o privadas, como museos, instalaciones didácticas en centros de investigación,  o recorridos naturales dirigidos por especialistas, que facilitan nuestra labor en este sentido. Es habitual recibir propaganda en los centros en los que se recomienda la visita a diferentes lugares  de interés científico, en el ámbito de la naturaleza, donde poner en práctica lo ya visto teóricamente, y completar una formación cada vez más exigente con  los alumnos de hoy en día. También suele ser habitual el diseño en los departamentos  de concienzudas y completas excursiones a lugares de especial interés natural del entorno. Es tan grande pues la oferta  que resulta a veces muy difícil decidir a qué actividad conviene ir o no, y cuál es la más recomendable o se adapta mejor a los diferentes niveles educativos.
 

 

     Aún así, la realización de actividades de este tipo en los centros no siempre resulta sencilla. En numerosas ocasiones se tropieza con la falta de coordinación por departamentos de las mismas (que en muchas ocasiones termina siendo una simple ordenación temporal), lo que suscita más de una  discrepancia entre las personas encargadas de llevarlas a cabo, o de coordinarlas adecuadamente. Hay que poner entonces una solución inmediata que debe contemplar varios criterios educativos importantes. El principal, entre otros muchos, consiste en acertar en la consideración respecto al grado de necesidad que una actividad tiene para un nivel cualquiera: si es necesario y/o imprescindible el hacer la actividad en concreto para uno o varios niveles; o si es posible aglutinar o hacer coincidir  en una sola salida las varias previstas por diferentes departamentos; o si compensa hacer una salida del centro en relación con las “horas perdidas” de otras asignaturas. El decidir con criterio en este sentido es algo que debe hacerse colegiadamente, con criterio serio,  sentido común y generosidad a comienzos de curso, que es cuando se proponen las actividades departamentales a realizar en lugares externos al propio centro educativo. Una vez aceptada esa propuesta ya solo queda lidiar con la multitud de inconvenientes que seguro surgen  durante la organización concreta de una actividad: por ejemplo, la necesidad de cubrir con su realización las necesidades educativas del alumnado en cada nivel; considerar los problemas presupuestarios que cualquier acto de este tipo supone hoy en día para muchos alumnos carentes de recursos; o el aprovechamiento y rendimiento educativo de una actividad que puede llevar un día entero de duración, o más, y que eso puede desarticular la aplicación temporal de los programas docentes de otros departamentos. Es todo un reto.
 

 

     La puesta en marcha de una actividad extraescolar hoy en día no resulta fácil ni cómoda. Son muchos más los impedimentos que se encuentran a diario que los beneficios y logros profesionales que supone el hacerlas. Y eso sin contar con otros sorprendentes ajustes y encajes  que se hacen necesarios en la dinámica profesoral, como suelen ser algunas incomprensiones respecto a la utilidad docente o importancia real que algunos otorgan a la realización de estas actividades. Está claro que las clases directas en el aula, teóricas o prácticas, con la dirección  programada del profesor,  es una actividad docente necesaria y muy útil para la formación del alumnado. Pero el conjunto de beneficios que se obtiene al realizar una extraescolar, con su vertiente socializante además de la estrictamente formacional, suele generar en el que la vive un fuerte vínculo con la materia  tratada en la misma (siendo esto muy patente en el caso de las Ciencias Naturales), y algo que no puede ni debe separarse del  tradicional  método docente. No se entiende hoy en día una labor educacional en esta ciencia sin  la aplicación de un intenso abanico de actividades que conlleven el estudio, contemplación, contacto, interrelación, y puesta en valor por experimentación personal del alumnado, de actividades realizadas fuera del aula. No puede educarse a nadie en ciencias de la naturaleza tan solo a través de imágenes impresas o en una pantalla, o realizando unas simples prácticas de laboratorio. El éxito educativo está en juego.  La visión que debe inculcarse de la naturaleza y su conservación a los alumnos pasa por la contemplación en directo de fenómenos y elementos naturales relacionados con disciplinas y especialidades propias de la biología y la geología. No puede entenderse de otra manera salvo que retrocedamos unos cuantos decenios en nuestra práctica profesional. De ahí su importancia y significado.
 

 

     Es tan beneficiosa la realización de actividades extraescolares de Ciencias Naturales en secundaria que participar en ellas  suele repercutir  muy positivamente en la consideración del alumnado respecto a disciplinas en las que casi no se hacen. Materias tradicionalmente impartidas por un método que se basa en la clase directa, teórica, casi magistral, son mejor aceptadas y asumidas (sin casi resignación) por un alumnado que invierte parte de su tiempo de formación al estudio y visita programada de lugares de interés natural. No conozco ningún estudio científico de rigor hecho al respecto, pero esta afirmación se basa  en  una constatación personal hecha curso a curso durante muchos años de docencia personal.  Sería conveniente pues el confiar más en la eficacia y la gran inversión educativa que supone la realización de estas actividades docentes relacionadas con la naturaleza, que permiten conocerla, respetarla, y vivirla en directo, sin la casi obligada intermediación y sustitución en el método docente aplicado  de las nuevas tecnologías, tan útiles para casi todo,  pero que jamás equivalen a una vivencia personal de contacto directo con lo natural.
 
 

lunes, 25 de enero de 2016

El Monasterio de Piedra: geología con encanto.



Cola de Caballo, en el
Monasterio de Piedra (Zaragoza).

     El Monasterio de Piedra, junto a Nuévalos, en la provincia de Zaragoza, es uno de los lugares de interés turístico más conocido de Aragón. Y no solo por el  medieval monasterio cisterciense, muy bien conservado, sino por el parque anexo, que resulta uno de los principales atractivos de la zona por su belleza y espectacularidad. En él se encuentra la cascada más alta descrita en un río de la Cordillera Ibérica, con más de 50 metros de salto, la denominada Cola de Caballo.


     Pero además de sus valores patrimoniales históricos y artísticos es necesario resaltar sus peculiaridades geológicas. El río Piedra, que es el que configura el eje principal del parque de este monasterio, atraviesa y erosiona durante el Cuaternario abundantes materiales calcáreos del Jurásico, Cretácico y Terciario, que han ayudado, junto a la importante deformación tectónica  de la Orogenia Alpina,  a que se desarrollen los accidentes y formaciones geomorfológicas más significativas de este peculiar entorno. El relieve más impactante de todo el recorrido del río por el complejo del monasterio se centra en una sucesión de cascadas de diversos tamaños entre las que destaca la anteriormente citada  “Cola  de Caballo”, y que ha dado lugar a la también conocida Gruta Iris, de origen geológico muy especial.

Cauce escalonado del río Piedra.
     El trayecto medio de este río Piedra circula salpicado de numerosos saltos  de agua, en el recinto del parque y fuera de él, en donde la acción bacteriana ha tenido un importante papel en la formación de tobas travertínicas, tanto en el pasado como en la actualidad. Las tobas son depósitos carbonatados (Ca CO3) que se originan por precipitación de calcita sobre  sustratos orgánicos (algas, juncos, musgos…) en  ríos, en lagos o manantiales. Una de las condiciones para que se deposite el carbonato es que el agua esté saturada en  iones disueltos  de  bicarbonato y calcio, lo que es habitual cuando los ríos discurren por terrenos calizos, como es el caso.  La reacción química que regula el proceso kárstico en calizas y la formación de tobas, por tanto, es la siguiente:
CaCO3 +CO2+ H2O  ßà 2HCO3- + Ca2+
     La precipitación del carbonato cálcico aumenta con la temperatura y con la pérdida del dióxido de carbono disuelto en el agua. Esta pérdida de gas puede producirse por la acción biológica de plantas, fundamentalmente, o por turbulencias propias del lecho del río, como saltos o cascadas, provistos con flora acuática, la cual es un elemento primordial para que se formen las tobas.

Interior de la Gruta Iris. El techo está formado por el
avance de depósitos carbonatados tobáceos del río Piedra.
   
Tobas con la forma del sustrato vegetal
que ha permitido su formación.
      En el río Piedra encontramos los ingredientes principales para que se desarrollen actualmente unas espectaculares tobas calcáreas en todo el recorrido  del entorno del monasterio: su agua es rica en bicarbonatos (250-310 mg/L),  y en Ca (70-110 mg/L). Los valores máximos de sedimentación de calcita se dan en zonas de flujo rápido del agua con cianobacterias y musgos, teniendo contrastado que hay  un desarrollo tobáceo mayor en épocas cálidas que en frías. Pero no solo en la actualidad se desarrollan tobas. Estudios realizados por la Universidad de Zaragoza han permitido datar las tobas fósiles del Monasterio de Piedra en un intervalo que va desde los 340.000 años, en pleno Pleistoceno medio, hasta los 750 años, en el óptimo climático medieval.

Gruta Iris con "cortinas" tobáceas que
penden del techo de la cueva.
     En todas las tobas del entorno se identifican los sustratos orgánicos sobre los que se han formado por precipitación de calcita: musgos, tallos colgantes verticales, o algas, que, a modo de viseras sucesivas avanzan en el techo de la Gruta Iris, por detrás de la Cola de Caballo. En este lugar, único en cuanto a su desarrollo y formación especial, ha sido tan intenso el proceso de precipitación de calcita en torno a estructuras vegetales que se ha vencido la fuerza erosiva del agua al precipitarse al vacío en la cascada y se ha formado el techo calcáreo de la gruta. El visitante puede contemplar desde abajo el  espectáculo geológico que supone ver el sucesivo avance, hasta su posición actual, de la cascada Cola de Caballo desde el inicio del salto y  por superposición horizontal de tobas de carbonato bajo su flujo.

Cascada del Monasterio de Piedra con formación posterior de tobas.
     Una visita con pretensiones artísticas, históricas y patrimoniales al Monasterio de Piedra debe completarse con la observación de estos singulares elementos geológicos que dan sentido y explicación a este significativo y emblemático entorno natural.

lunes, 18 de enero de 2016

Atapuerca es mucho más que fósiles de hombre.



Instrumento lítico de Atapuerca.

 

     Cada vez que hablo sobre Atapuerca  compruebo el nivel general de conocimiento que se tiene sobre ese yacimiento. Es difícil encontrar a alguien que no haya oído hablar nunca sobre el sitio y los fósiles humanos que allí se han encontrado,  e incluso es habitual que se conozca algún chiste en relación con la antigüedad de algo haciendo referencia al famoso “hombre de Atapuerca”. Pero eso es todo. Del “decorado” de vida  que envolvió a nuestros antepasados o los muchos descubrimientos respecto a la geología de los yacimientos de la sierra burgalesa, las muchas y variadas asociaciones faunísticas que se han sucedido en el último millón y medio  de años, o los adelantos en cómo interpretar bien  la funcionalidad de los artefactos hechos por el hombre prehistórico, nada de nada.
     Y todo esto no deja de ser normal. Es consecuencia directa de cómo se transmite la información científica a la población.  La gente de la calle, por muy interesada que esté en el tema, no dispone de los recursos suficientes para ilustrarse en la materia convenientemente. Además de publicar  multitud de trabajos científicos (de interés para especialistas), se han hecho reportajes televisivos, se escribieron varios libros de divulgación, e incluso novelas con el tema principal en torno a los yacimientos de Atapuerca, pero no es suficiente. No se pueden hacer largas pausas temporales sin mantener un adecuado ritmo divulgador. Muchos  siguen sin “conocer” que esa esencia científica que representa el hallazgo en España de unos restos fósiles de humanos tan antiguos debe ser debidamente enmarcada en los resultados ofrecidos por disciplinas científicas muy distintas a la paleoantropología. La información geológica, arqueológica y de otras ramas paleontológicas (en especial de otros vertebrados), en relación con el contexto de Atapuerca, tiene que estar presente ya en el conocimiento de base de la población. Además, hoy en día es posible visitar turísticamente una buena parte de los yacimientos de Atapuerca. El visitante, por lo general, termina una visita sin sentir ni terminar de ver la importancia científica de lo que está viendo: modelado kárstico, depósitos sedimentarios de cuevas, y registro estratigráfico con importante registro fósil. Todo esto, debería ser transmitido como el fundamental y necesario contexto de los fósiles humanos, claro está, pero sin restarle ni un ápice de importancia al impresionante conjunto de datos científicos, de primer orden, que han aportado a lo que se sabe hoy en día sobre Atapuerca. Esa visita suele completarse con un paseo por las instalaciones del Museo de la Evolución Humana de Burgos donde se supone que se ven restos fósiles y reconstrucciones paleoecológicas del entorno de unos antepasados nuestros que vivieron hace  varios centenares de miles de años. Este museo, en el que la museística formal ha marcado un hito de modernidad en sus instalaciones, destaca por una sorprendente escasez de contenidos fósiles museables, siendo generoso en ilustraciones e interpretaciones paleobiológicas y paleoecológicas. Aquí, quizás, sobra contexto y faltan fósiles.
   Con lo expuesto anteriormente puede interpretarse fácilmente que el público interesado tiene serios problemas para conseguir una buena información general sobre Atapuerca, uno de los yacimientos más importantes del mundo del Pleistoceno. Es necesario que se haga un esfuerzo mayor en conectar los datos obtenidos en numerosos estudios de paleontología y arqueología de Atapuerca con el público en general, y el estudioso e interesado en particular, que es quien contribuye y costea desde hace muchos años el carísimo mantenimiento de una infraestructura necesaria para la excavación del lugar, y la labor científica de muchos investigadores dedicados a alguna de las disciplinas y especialidades que en este yacimiento confluyen hacia un objetivo común.

Entrada actual a la Trinchera.

    
      Atapuerca comenzó en la década de los 70 del siglo pasado con el hallazgo de restos fósiles de hombre, y se lanzó al estrellato mediático en la de los 90 con otro hombre más antiguo aún. Esos restos, y la infraestructura básica del yacimiento,  fueron introducidos desde entonces, como ejemplo de investigación en Cuaternario,  en casi todos los libros de texto preuniversitarios de ciencias naturales, donde se pondera sobre todo la punta del iceberg que supone haber encontrado aquí restos de hombre tan antiguos. Pero, por ejemplo,  la necesaria referencia al contexto de las paleobiocenosis sucesivas que se han estudiado, y la gran información paleoclimática deducida para más de un millón de años, tan importante y tan en boga en estos últimos tiempos, queda relegada en el mejor de los casos a una pincelada informativa, casi decorativa, sin importancia, cuando es la esencia y la base, y da sentido, al gran proyecto de investigación comenzado y dirigido durante muchos años por el profesor Emiliano Aguirre.
 
Información paleontológica y paleoclimática deducida en los diferentes yacimientos
 de Atapuerca en relación con la fauna fósil y el estudio esporopolínico de sus sedimentos.
    
      Es tanta la información que se sabe ahora del último millón y medio de años pleistoceno gracias a Atapuerca que la ciencia del Cuaternario no ha sido la misma desde que se conocen con detalle los datos aportados desde este macroyacimiento. Pero todo esto hay que seguir transmitiéndolo a la población, y hacerlo bien. Y no solo con esporádicas apariciones en los medios informativos con algún nuevo dato deslumbrante (o pretendiéndolo) de los últimos resultados puntuales obtenidos en las campañas anuales de excavación, sino ejerciendo un flujo constante de información divulgativa que constituya un verdadero cuerpo doctrinario respecto a lo que se debe saber, en general, de este gran yacimiento, y valorar  su importancia en el conjunto de las investigaciones mundiales cuaternarias.
 


 

domingo, 10 de enero de 2016

Una necesaria contextualización en el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza.




     Hace unas semanas se inauguraba el nuevo Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de la Zaragoza. Tras una rápida visita, tras tantos años de espera, la impresión era más que positiva. Era necesario conectar la investigación paleontológica hecha en Aragón, tanto por personal de la propia universidad como, fundamentalmente, de fuera (y tener en cuenta la colección de organismos donada por los jesuitas en los años 80) con la ciudadanía. Y en eso de dar a conocer una parte de los fondos recogidos durante lustros en nuestra tierra se ha hecho un gran esfuerzo, que puede verse y notarse en un rápido recorrido por las instalaciones del nuevo museo.
    
Sala del museo.
     
      Pero esa conexión debe contemplar dos vertientes que nunca deben faltar en un verdadero museo. Se trata de la  vertiente “expositiva” y la referente a la “transmisión” de datos. La expositiva creo que está en este museo más que conseguida. La técnica museística utilizada aquí, lejos de ser sofisticada y deslumbrante, supongo que por cuestión presupuestaria, sí  llega a permitir una conexión con el público. La alternancia de grandes vitrinas expositoras con pequeños estantes, en función del tamaño del objeto museable, se incardina perfectamente en un itinerario basado en las edades de la tierra, y su registro fósil, en el que es posible dedicar un tiempo a la lectura de grandes textos verticales que pretenden enmarcar esos episodios temporales geológicos.

Vitrina con moldes de fósiles.
Sala con ejemplares de la colección "Longinos Navás".

     Sin embargo, la vertiente en la que el visitante, sea experto o no en la materia, puede adquirir una serie de conocimientos que no deben ser solo visuales, de la contemplación de objetos,  es, a mi juicio, de la que más adolece este recién estrenado museo. Aunque en una visita guiada pueda conseguirse (se supone) mucha  más información técnica que en una privada, se echa en falta, claramente,  una mayor contextualización de los fósiles expuestos.

Cráneo de Uro.

 
     Si hacemos un breve recorrido por los principales materiales expuestos en el museo, y empezando por el registro paleontológico paleozoico, podemos considerar que, y a pesar de la gran importancia científica de los fósiles  del Paleozoico de Aragón,  su peculiar forma, rareza,  y especial configuración material hace que, en general,  sea  difícil de transponer didácticamente algunos aspectos de su paleobiología en un museo (aunque, sin embargo, de esto hay un excelente ejemplo en  la localidad turolense de Santa Cruz de Nogueras,  en el Museo de los Mares Paleozoicos) . Sí  resulta mucho más habitual ver en museos, y fácil de hacer, una sencilla transposición con los conocidos  fósiles del Mesozoico, tanto de  invertebrados (ammonoideos, braquiópodos, y otros grupos) como de vertebrados (sobre todo grandes reptiles  o sus huellas) de los que ya hay estudiada una buena representación pertenecientes a yacimientos aragoneses. Seguro que un intento gráfico de reconstrucción paleoecológica  de esas asociaciones  faunísticas habría ayudado al visitante  de este museo a obtener una idea más acertada de las formas de vida de unos colectivos de organismos muy diferentes de los actuales.

     Pero, sin duda, es el Cenozoico la división temporal que más reconocimiento internacional paleontológico ha dado a Aragón en los últimos 50 años. Desde que Cuvier excavó en el siglo XVIII en Concud, junto a Teruel,  hasta las recientes excavaciones en depósitos pleistocenos de Tella y Ariño, en Huesca y Teruel respectivamente, han sido numerosísimas las campañas de prospección y excavación de mamíferos que se han realizado en tierras aragonesas. Fueron realizadas la mayoría de ellas por personal de la Universidad de Utrecht (Holanda), del Instituto Lucas Mallada, del CSIC,  de Madrid, y también de la Universidad de Zaragoza. Gracias a la información  paleontológica que de ellas se obtuvo, sobre todo en las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado, se han  podido  definir hasta cuatro pisos estratigráficos continentales en Aragón, y con nombres aragoneses, como son el Rambliense, Aragoniense, Turoliense, y Alfambriense. Pues bien, y debido a los excelentes fósiles cenozoicos de vertebrados aragoneses que se exponen en el museo de Zaragoza, debería haberse hecho un mayor esfuerzo en mostrar, mediante esquemas, gráficos, paneles explicativos, o breves audiovisuales, la relación o nexo de esos fósiles, tan importantes, con su contexto aragonés geológico, estratigráfico, y paleontológico. Este brilla por su ausencia. Además, no puede pretenderse que cualquier persona ajena al tema  o colectivo de alumnos que visiten el museo sean capaces de contextualizar, por mucha información previa de la que dispongan,  los fósiles expuestos en un adecuado y necesario marco geológico. Solo la simple búsqueda de esa información científica requiere de una profunda especialización, lo que supone una dificultad añadida. Por eso un museo debe ofrecer al visitante la información básica requerida para “entender” bien, en su contexto, lo que ve.



Los números junto al nombre de los pisos, en negrita, indican
el inicio de los mismos en millones de años.


     El gran avance que ha supuesto para Zaragoza el disponer de un museo universitario relacionado con las ciencias naturales, en especial con la paleontología, no puede verse lastrado con una instalación que presenta este tipo de deficiencias expositivas. Son muy aprovechables tanto desde un punto de vista divulgativo como promocional  las excelentes muestras fósiles allí expuestas. Pero si queremos un verdadero museo debe contemplarse también la faceta didáctica y formativa que cualquier museo moderno requiere. Todo puede arreglarse,  y esperamos que así sea. Aún así, merece la pena visitarlo.



 

domingo, 3 de enero de 2016

Historia de una pegatina geológica.




     Hace unas décadas era habitual que los estudiantes se subvencionaran en parte sus viajes de estudios con la venta de lotería y pegatinas. La cuarta promoción de geólogos de la Universidad de Zaragoza, a la que pertenezco, decidió conseguir apoyo económico para realizar una de sus muchas salidas geológicas (viajes de estudios de verdad) por el sur de España, visitando diversos  afloramientos geológicos y explotaciones mineras, con el fin de completar la vasta formación teórica que se recibía en clase. Ese viaje se realizó en 1981, en quinto de carrera, pues nuestra promoción terminó en ese año. Fuimos acompañados por Manolo González (profesor de Cristalografía y Mineralogía,  y exfutbolista del Real Zaragoza) y Mateo Gutiérrez, catedrático de Geodinámica Externa. La promoción era muy reducida en alumnado, estando compuesta ese año solo por  Cinta Osácar, Asunción Soriano, Gloria Cuenca, María Luisa Martín, Ana Navas, Mercedes González, Laura Fustero, Ignacio Hermoso de Mendoza, Juan Vílchez, José Miguel Calvo, Jesús Alonso, Víctor Fuertes, Antonio Campillo, y yo mismo, Enrique Gil.
     El contexto social del momento ayudó a que fuéramos un grupo de estudiantes universitarios, en su mayoría, muy contestatarios y reivindicativos en el “decorado” de una sección de geología recientemente estrenada en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. Los ajustes propios del inicio de la andadura de la nueva licenciatura geológica sirvieron de estímulo para reclamar servicios y actitudes docentes que considerábamos tenían que cambiar también en la Universidad, al ritmo de los acelerados cambios que se estaban produciendo en nuestro país. Además, el uso y obtención de los recursos geológicos del planeta, tal y como se nos había enseñado hasta entonces, chirriaba con el criterio moderno y conservacionista que creíamos se debía aplicar, el cual se incrementaba conforme avanzábamos en nuestro nivel de conocimientos geológicos. Y ese sentir colectivo, exigente, bronco e impulsivo, fue magistralmente plasmado en el dibujo que hizo nuestro querido profesor de paleontología y jesuita Leandro Sequeiros (para nosotros “Seke”).
     Con solo dos palabras que emite una expresiva y preocupada Tierra lo dice todo. Ese “¡Dejadme vivir!” de una apenada Tierra refleja, por un lado, un grito de protesta terrestre ante la multitud de agresiones sin freno a la que, y sobre todo entonces  sin control apenas, era sometido  nuestro planeta. Y por otro, daba voz, con gran sencillez y firmeza a la vez, al cúmulo de sensaciones y experiencias correosas que nos tocaba tratar de solucionar a diario en nuestras jóvenes e inexpertas vidas.

Pegatina original con el rótulo
"CIENCIAS GEOLÓGICAS ZARAGOZA".
     Han pasado casi cuatro décadas desde que se diseñó la pegatina, y parece que fue ayer. Pero sigue sirviendo eficazmente para expresar y acompañar muchas ideas y reivindicaciones sociales y medioambientales de hoy en día. Por suerte mantengo desde entonces un contacto fluido con su autor Leandro Sequeiros que, por supuesto ya jubilado, desarrolla (y que dure muchos años) una gran  y envidiable “actividad académica” y divulgativa en temas tan variados como la filosofía, teología o paleontología. Pues bien, hace pocas fechas me pidió que le mandara la pegatina en cuestión, su pegatina, para ilustrar una próxima conferencia suya. O ha servido de inspiración para darle nombre a este blog, o titular mi libro de divulgación ecológica: ¡Dejadme vivir! Ecología para salir a la calle. No pasan los años por ella, sigue con plena validez en la actualidad.


 



sábado, 2 de enero de 2016

Un museo geológico y paleontológico en Torrebaja (Rincón de Ademuz, Valencia).




     Hace justo un año que se registró en el Ayuntamiento de Torrebaja (Rincón de Ademuz, Valencia) un plan preliminar de creación de un Museo Geológico y Paleontológico del Rincón de Ademuz. Los primeros movimientos realizados por la corporación municipal de esa localidad dieron expectativas a la posible realización del mismo. Incluso se pensó instalarlo en los bajos de un gran edificio del pueblo en restauración (la “Posada”) en donde, al parecer,  se habían reservado fondos oficiales del presupuesto total de su adecuación para subvencionar la instalación allí de un museo, por lo que el proyecto presentado veía cierta luz y visos de poder  hacerse realidad.
     En mayo, la decisión soberana de la población local en las elecciones locales y autonómicas hizo que la corporación municipal cambiase de signo político. En la lógica expectación respecto a qué temas iba a afectar ese cambio político local estaba incluida una cierta incertidumbre  ante la posibilidad de que quedara ralentizado o paralizado temporalmente el proyecto museístico propuesto. De forma inesperada, en el último trimestre de 2015 surgió un comentario procedente de la alcaldía según el cual  se había contactado, o se iba a contactar, con personal de instituciones culturales valencianas (seguramente relacionadas con la universidad) para que se hicieran cargo de promover y ser una especie de soporte técnico de ese proyecto. Y hasta la fecha, un año después de la propuesta y casi un trimestre de ese aviso, no se conoce (puede que lo haya) ningún avance más sobre el asunto.
La "Posada". Posible ubicación del futuro museo.
     Desconozco las pretensiones actuales del nuevo ayuntamiento en relación con ese hipotético futuro museo en Torrebaja. Y desconozco también qué postura habrá adoptado el colectivo de personas contactadas en Valencia para tal efecto, si es que se ha llegado a contactar ya con ellas. Lo que sí se puede asegurar es que el plan museístico ya presentado incluye un fondo ideológico referente a la función que un museo  local o comarcal debe tener. Desde luego no consiste en una simple exposición de minerales, rocas y fósiles de la zona; ni una recopilación de información expuesta e impresa a gran tamaño en las estancias del museo, como sí se ha hecho en otros muchos lugares de nuestra geografía, y en donde se suele confundir el concepto de información al visitante con el de contextualizar el objeto museable. También se incluye la imprescindible y  necesaria interrelación entre el visitante interesado en el tema y el itinerario visual/material/informativo que debe ser distribuido en el área expositiva con un objetivo museístico claro y sencillo. Un museo de este tipo no sale solo de la voluntad científica de ningún organismo que conoce casi de forma  bibliográfica un lugar o zona geográfica, sino que surge del conocimiento y selección de lugares de especial interés, en este caso de singularidad geológica, además de ser capaces de mostrar elementos paleontológicos representativos, en su contexto,  de las diferentes rocas y edades geológicas allí representadas.

Situación de Torrebaja (un cuadrado rojo)
 en el Rincón de Ademuz, en Valencia.



     Durante años han sido decenas y decenas, por no decir centenares, de piezas fósiles de la zona las que se han examinado, provenientes todas de colecciones particulares de sus habitantes. Muchas de ellas, espectaculares, y tras comprobar la edad atribuida y tipo de material de su afloramiento geológico y estratigráfico,  han sido seleccionadas para esa posible exposición museística. Se puede trabajar con material  fósil ya extraído de las rocas del entorno. No es necesario realizar  nuevas campañas de prospección y excavación en diferentes afloramientos del Rincón de Ademuz  para poder obtener  numerosos nuevos  restos fósiles museables,  pues el objetivo de  mostrar la riqueza paleontológica de esta pequeña porción de la Cordillera Ibérica no es solo una cuestión de cantidad.  Además, tan importante es el tipo y calidad del fósil como  su contextualización en  los sucesivos vaivenes geológicos por los que han pasado estos restos de organismos hasta  llegar petrificados hasta nosotros. Buena parte del soporte material y conceptual de ese posible museo ya está disponible.
     La puesta en valor de la riqueza patrimonial natural empieza con un conocimiento de los valores geológicos y paleontológicos de una zona. Una buena transposición didáctica de ese patrimonio a través de una adecuada instalación museística enriquece e ilustra al visitante, permitiendo que estos centros culturales sirvan de verdadero motor de desarrollo local. Solo esperamos y deseamos  que pronto se tomen decisiones políticas acertadas respecto a la viabilidad de este proyecto de museo, planificado y propuesto en Torrebaja para todo el ámbito del Rincón de Ademuz, y  para que pueda ser una realidad en un periodo corto o medio de tiempo,  con o sin intervención y colaboración de agentes externos.  
Escudo de Torrebaja.