¡Dejadme vivir! Geología, Paleontología, Ecología, Educación.

Enrique Gil Bazán.
Doctor en Ciencias Geológicas (Paleontología).
Zaragoza, Aragón, España.

domingo, 10 de enero de 2016

Una necesaria contextualización en el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza.




     Hace unas semanas se inauguraba el nuevo Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de la Zaragoza. Tras una rápida visita, tras tantos años de espera, la impresión era más que positiva. Era necesario conectar la investigación paleontológica hecha en Aragón, tanto por personal de la propia universidad como, fundamentalmente, de fuera (y tener en cuenta la colección de organismos donada por los jesuitas en los años 80) con la ciudadanía. Y en eso de dar a conocer una parte de los fondos recogidos durante lustros en nuestra tierra se ha hecho un gran esfuerzo, que puede verse y notarse en un rápido recorrido por las instalaciones del nuevo museo.
    
Sala del museo.
     
      Pero esa conexión debe contemplar dos vertientes que nunca deben faltar en un verdadero museo. Se trata de la  vertiente “expositiva” y la referente a la “transmisión” de datos. La expositiva creo que está en este museo más que conseguida. La técnica museística utilizada aquí, lejos de ser sofisticada y deslumbrante, supongo que por cuestión presupuestaria, sí  llega a permitir una conexión con el público. La alternancia de grandes vitrinas expositoras con pequeños estantes, en función del tamaño del objeto museable, se incardina perfectamente en un itinerario basado en las edades de la tierra, y su registro fósil, en el que es posible dedicar un tiempo a la lectura de grandes textos verticales que pretenden enmarcar esos episodios temporales geológicos.

Vitrina con moldes de fósiles.
Sala con ejemplares de la colección "Longinos Navás".

     Sin embargo, la vertiente en la que el visitante, sea experto o no en la materia, puede adquirir una serie de conocimientos que no deben ser solo visuales, de la contemplación de objetos,  es, a mi juicio, de la que más adolece este recién estrenado museo. Aunque en una visita guiada pueda conseguirse (se supone) mucha  más información técnica que en una privada, se echa en falta, claramente,  una mayor contextualización de los fósiles expuestos.

Cráneo de Uro.

 
     Si hacemos un breve recorrido por los principales materiales expuestos en el museo, y empezando por el registro paleontológico paleozoico, podemos considerar que, y a pesar de la gran importancia científica de los fósiles  del Paleozoico de Aragón,  su peculiar forma, rareza,  y especial configuración material hace que, en general,  sea  difícil de transponer didácticamente algunos aspectos de su paleobiología en un museo (aunque, sin embargo, de esto hay un excelente ejemplo en  la localidad turolense de Santa Cruz de Nogueras,  en el Museo de los Mares Paleozoicos) . Sí  resulta mucho más habitual ver en museos, y fácil de hacer, una sencilla transposición con los conocidos  fósiles del Mesozoico, tanto de  invertebrados (ammonoideos, braquiópodos, y otros grupos) como de vertebrados (sobre todo grandes reptiles  o sus huellas) de los que ya hay estudiada una buena representación pertenecientes a yacimientos aragoneses. Seguro que un intento gráfico de reconstrucción paleoecológica  de esas asociaciones  faunísticas habría ayudado al visitante  de este museo a obtener una idea más acertada de las formas de vida de unos colectivos de organismos muy diferentes de los actuales.

     Pero, sin duda, es el Cenozoico la división temporal que más reconocimiento internacional paleontológico ha dado a Aragón en los últimos 50 años. Desde que Cuvier excavó en el siglo XVIII en Concud, junto a Teruel,  hasta las recientes excavaciones en depósitos pleistocenos de Tella y Ariño, en Huesca y Teruel respectivamente, han sido numerosísimas las campañas de prospección y excavación de mamíferos que se han realizado en tierras aragonesas. Fueron realizadas la mayoría de ellas por personal de la Universidad de Utrecht (Holanda), del Instituto Lucas Mallada, del CSIC,  de Madrid, y también de la Universidad de Zaragoza. Gracias a la información  paleontológica que de ellas se obtuvo, sobre todo en las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado, se han  podido  definir hasta cuatro pisos estratigráficos continentales en Aragón, y con nombres aragoneses, como son el Rambliense, Aragoniense, Turoliense, y Alfambriense. Pues bien, y debido a los excelentes fósiles cenozoicos de vertebrados aragoneses que se exponen en el museo de Zaragoza, debería haberse hecho un mayor esfuerzo en mostrar, mediante esquemas, gráficos, paneles explicativos, o breves audiovisuales, la relación o nexo de esos fósiles, tan importantes, con su contexto aragonés geológico, estratigráfico, y paleontológico. Este brilla por su ausencia. Además, no puede pretenderse que cualquier persona ajena al tema  o colectivo de alumnos que visiten el museo sean capaces de contextualizar, por mucha información previa de la que dispongan,  los fósiles expuestos en un adecuado y necesario marco geológico. Solo la simple búsqueda de esa información científica requiere de una profunda especialización, lo que supone una dificultad añadida. Por eso un museo debe ofrecer al visitante la información básica requerida para “entender” bien, en su contexto, lo que ve.



Los números junto al nombre de los pisos, en negrita, indican
el inicio de los mismos en millones de años.


     El gran avance que ha supuesto para Zaragoza el disponer de un museo universitario relacionado con las ciencias naturales, en especial con la paleontología, no puede verse lastrado con una instalación que presenta este tipo de deficiencias expositivas. Son muy aprovechables tanto desde un punto de vista divulgativo como promocional  las excelentes muestras fósiles allí expuestas. Pero si queremos un verdadero museo debe contemplarse también la faceta didáctica y formativa que cualquier museo moderno requiere. Todo puede arreglarse,  y esperamos que así sea. Aún así, merece la pena visitarlo.



 

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